Reflexión sobre el Congreso del Futuro

Las actuales directrices de su gobernanza mundial, las nuevas tecnologías y la forma de hacer política hoy no son condiciones muy esperanzadoras para pensar en un futuro mejor. Siempre tenemos curiosidad por saber acerca de nuestro porvenir y desde una perspectiva política (cultural), económica y social resulta evidente la relevancia, ya que así nos podemos adaptar de mejor manera a los cambios y además planificar mejor nuestras propias capacidades, ya sea como individuo, colectivo o país.

No obstante, me parece que ello es absolutamente insuficiente para afrontar de mejor manera los desafíos de la sociedad ante los cuales nos encontramos en un contexto de modernidad y transición posmoderna.

Ha sido irresponsable la forma de entender y entusiasmar acerca del futuro que algunos nos presentan. Las discusiones acerca de los cambios de civilización se realizan en ausencia de actores en la discusión, sobre todo que aporten desde la historia y las ciencias morales. Se ha tendido a circunscribir el debate acerca del futuro en una cuestión de ciencia y tecnología como vehículo para resolver muchos de los problemas o desafíos que ha creado el propio hombre.

En efecto, la propuesta al debate acerca del futuro se aprecia más ligada a una utopía (no lugar en su interpretación clásica), a una invitación para adquirir erudición más que a enfrentar los reales problemas de las sociedades.Pareciera que el interés es desviar la atención sobre los asuntos de fondo de la política.

Historia y futuro son parte de una misma moneda, ya que no comprendemos los desafíos y la génesis de los asuntos si no conocemos la historia. No busquemos atajos, las preguntas culturales estarán siempre ligadas al futuro, así nos enseña la antropología. Por ello el esfuerzo sustantivo de cara al futuro en cuanto a la acción política está en respondernos de dónde venimos y para dónde vamos, es decir desde los planteamientos filosóficos tan ausentes en la propuesta de comprensión del porvenir a la que nos invitan.

Las respuestas a las interrogantes culturales requieren más que expertos en prospectiva o analistas de tendencias, ya que el asunto es de naturaleza política.

La propuesta del Congreso del Futuro, que debe haber demandado un gran trabajo de planificación y organización, no está vinculado con el futuro, porque no hace partícipe a la historia, ni a la filosofía. Más bien parece un esfuerzo de un grupo selecto de parlamentarios por mostrar vigencia y competencia en algunos temas.

En razón a la contingencia y salud de la política, pareciera necesario que dicho esfuerzo esté más abocado a los requisitos o condición mínima que tiene la política para brindar las bases del buen gobierno que nos permitan proyectarnos en el futuro. En otras palabras, más que preocupaciones sectoriales, la política debiera estar pensando y reflexionando sobre el buen gobierno, historia y tradición, es decir, lo verdaderamente importante para mirar el futuro, partiendo por el nosotros mismos, ¿Quiénes somos?, ello lleva implícito aspiraciones, idiosincrasia, legado cultural, en definitiva, pertenencia a un colectivo. Desde allí toda la información de las megas tendencias puede ser útil e incluso necesaria.

Por otro lado, el porvenir no será prometedor, sin importar las tecnologías que nos esperan, si no ponemos las cosas en su justo orden, es decir, sin ciencias morales que permitan dar sentido a nuestras acciones.

Una política sin ética no va a cohesionar a la comunidad, nos imposibilitará tener objetivos comunes y trasformará a la gestión pública en una esfera “cosística”, sin respuesta de sentido social. Es decir, sin ética no hay buen gobierno, y sin buen gobierno no existe posibilidad de realización personal y comunitaria, por tanto es el fin de la política y el fortalecimiento de desconfianzas, el edén de los existencialistas, y en esa corriente no hay futuro que valga.

Tener fascinación por la ciencia y la tecnología me parece plausible, sobre todo en un país con un gran déficit en inversión y recurso humano que aporte al desarrollo tecnológico y científico, pero lo que preocupa es que pareciera que algunos están más interesados en que los supuestos temas de futuro puedan reemplazar a los asuntos propios de la Política, que son, en código clásico, la templanza, fortaleza, justicia y prudencia. Todas virtudes que se comprenden al alero de la moral, hoy tan distanciada del quehacer político.

Si cada vez preocupa menos servir a prójimo, si mentir o decir medias verdades es parte de la profesión del político profesional, si la gran política es sólo una cuestión operacional y transaccional en lógica de cuotas de poder, si la política no tiene dentro  principios ordenadores y discusión ideológica, lo cierto es que miraremos el futuro absolutamente desprovistos de cualquier posibilidad de sacar provecho colectivo.

En otras palabras, el político no puede aspirar a que el científico realice el trabajo de servicio que a él le corresponde.

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