Represión selectiva apunta a protestas por alza del transporte

Durante los últimos días los estudiantes secundarios han realizado acciones de movilización, evadiendo el pago del pasaje en el Metro de Santiago, como una forma de protestar, por el alza del servicio. 

Cabe recordar que el costo del pasaje, suponiendo el viaje de un solo miembro de la familia, solo los 22 días hábiles del mes, significa prácticamente 40 mil pesos; es decir, casi el 15% de lo percibido por  una persona que gana el sueldo mínimo. Es probable que eso no ocurra en ningún otro país del mundo. 

En el caso de los santiaguinos que ganan menos de 400 mil pesos (que son la mitad de los empleados), deben gastar el 17% de su sueldo líquido en transporte, para generar la renta. Cualquier otro viaje, de algún otro miembro de la familia, o en fin de semana, significa que más del 20% de su ingreso, se ocupa en transporte, mínimo transporte. 

Ello es no solo inaceptable, sino casi una maldad en contra de los más pobres. Por cierto, ha llegado la hora de reaccionar. Y no solo frente a este “precio de la economía”, como repiten, con voz engolada, los que se han acostumbrado, desde una posición de privilegio, a justificar todo, pues nada de ello les afecta. 

Los jóvenes han empezado a evadir ese costo. 

Es bueno recordar que, el año 1949, el gobierno de Gabriel González Videla, luego de dictar la Ley maldita, decidió subir el pasaje de las micros en 20 centavos (una chaucha), lo que hizo que los jóvenes iniciaran una movilización, la noche del 16 de agosto, al que se unirían luego los obreros, empleados y ciudadanos en general, obligando al ejecutivo a anular el alza del pasaje y generar uno más barato para los estudiantes. 

La represión policial dejó 4 muertos y decenas de heridos. 

Más allá de las consideraciones acerca del funcionamiento del Transantiago, es evidente que, al generar un sistema de transporte integrado, se abarató el costo del transporte para los ciudadanos y, en esa perspectiva “los pobres se pudieron subir al Metro”, incrementando, exponencialmente, el uso de ese servicio. 

Hoy, las recurrentes alzas, avanzan en la dirección de “bajar a los pobres del Metro”, cada vez más imposibilitados de pagar el costo del transporte. 

La respuesta formal, del gobierno y de los que “defienden la institucionalidad” es que reprimirán a los jóvenes, porque “no se puede permitir la evasión”.

Pero, ¿alguien ha visto a carabineros agarrar a palos, como lo hacen con los jóvenes en el Metro, a los más ricos del país, que evaden 2.000 millones de dólares, todos los años, en el pago de sus impuestos? 

Entonces hay que solidarizar con el ejemplo de los jóvenes, que llaman a todos a protestar, evadiendo el pago de un servicio que no condice su tarifa con los ingresos de la mayoría de la población. 

Seguramente ello aumentará la evasión en el Transantiago, pero los privados no perderán, tienen mínimos asegurados por los contratos leoninos, permitidos por los distintos gobiernos de los últimos años. 

Ojalá esto sea el inicio de la vuelta de la movilización social, tan imprescindible para intentar provocar cambios en la dirección de la Justicia Social, cuando las instituciones políticas formales han dejado de responder a las necesidades más básicas de la población, a la cual debieran representar. 

Una vez más, los jóvenes dan el ejemplo. Parece haber llegado el momento de ponerse de pie y poner la esperanza en la acción de los de siempre, los que, a partir de su propia realidad, toman la decisión de cambiar su condición, con su propia fuerza, la de la organización social, como el 1949, con la “revolución de la Chaucha”.

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