Se busca político que sepa llorar

Dicen que la política es sin llorar, no lo digo yo, no lo dicen ustedes, simplemente se acuñó la frase una y otra vez en declaraciones públicas, comunicados y rituales político partidista, ¿pero entendemos realmente el por qué los políticos repiten una y mil veces la frase? Probablemente su respuesta sea no, y peor aún, es muy probable que durante mucho tiempo hayan creído que efectivamente tener políticos que no lloran hace de nuestro país un lugar mejor, permítanme decirles que nos equivocamos.

Los políticos tradicionales han creado fábricas de militantes disciplinados, nos han enseñado a guardar el llanto y nuestras emociones cada vez que se sufre una desilusión, una puñalada por la espalda o simplemente cuando tus propios compañeros te perjudican. Hemos crecido valorando a quienes son capaces de contener sus lágrimas en los peores momentos, aun cuando se ven evidentemente destruidos, les hemos enseñado a guardar silencio a los que nos imitarán en el futuro y por sobre todo a jamás mostrar debilidad pública, ¿Y para qué? Solo para demostrar  la fortaleza del político tras la persona.

Lo que he descubierto en estos años, después de conocer Presidentes, Ministros, Diputados y otras (os), es que los hombres y mujeres tras los cargos, jamás dejan de sentir emociones y menos expresarlas, jamás han abandonado el llanto, pero tampoco han permitido que estas emociones lleguen al político que interpretan, simplemente no pueden hacerlo, fueron, y fuimos, preparados desde (el inicio de nuestras militancias) nuestros ingresos a los partidos políticos para aprender a separar al hombre (mujer), al padre /madre , al hermana (o) o la esposa (o), de nuestros personajes políticos.

Pero en el camino para aprender a ser un personaje político, nuestra adquisición de herramientas y aprendizajes terminó por cambiarnos, por hacernos seres con “cuero de chancho” dispuestos a recibir y dar todo tipo de golpes elegantemente llamadas “maquinaciones políticas” de y hacia nuestros compañeros y adversarios, para sentir el poder de nuestros cargos,y lógicamente a repetirnos una y mil veces en cada tropiezo “la política es sin llorar”.

Los códigos de la vieja política se han amparado igual que lo hacia Gollum (en la película El Señor de los Anillos) al atesorar su argolla, pero el anillo del poder ha destruido a la persona tras el político. Igual que hizo con el Hobbit que había en Gollum, ha logrado corromper los cimientos del amor propio, convirtiendo la política no en nuestro trabajo o nuestro sentido de vida, sino en nuestra máxima adicción.

Los políticos tradicionales son adeptos al poder que se desprende de su cargo, son adictos a la sensación de superar una y mil veces todo tipo de ataques personales, y salir victoriosos en alguna justa electoral, votación o acuerdo político, y no han logrado comprender que esa lucha terminó por transformarlos, terminó por enterrar sus ganas de cambiar las cosas.

Hoy, cuando enfrentamos el mayor desastre político y social de nuestra política pos dictadura, cuando las instituciones tienen ínfimos niveles de aprobación, cuando nuestros políticos son investigados por fraude, cohecho, evasión tributaria y una extensa lista, hagamos un llamado a re dignificar el valor de lo emocional, demostrar nuestros sentimientos, ablandar nuestras emociones, compartir el dolor del otro, y por sobre todo enseñarles a los jóvenes interesados en entrar en este difícil mundo, que el expresar sus emociones o llorar, no los hará débiles, sino fuertes para mantener sus ideales y creencias, los hará incorruptibles e incólumes a la esencia egoísta del hombre, y sin duda lograrán triunfar donde nuestra clase política ha fracasado.

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