Se cae el Orden de Piñera


El Ejecutivo logró aprobar el proyecto publicitado como “aula segura” y destrabó el trámite del Presupuesto para el 2019, gracias a la disposición de parlamentarios de oposición que de forma independiente a sus legítimas diferencias, han ayudado con sus propuestas, indicaciones y votos a dar curso a tales iniciativas.

De inmediato la jactancia del oficialismo fue apabullante, lo que debe hacer pensar a las fuerzas de centro e izquierda, sobre el sentido de estos esfuerzos de entendimiento con la autoridad gobernante, cuya solaz conclusión fue que “impuso” su agenda, rebelando de paso su aversión al rol autónomo y fiscalizador que corresponde a la oposición en democracia.

Pero la autocomplacencia se quebró con un operativo policial sin control que provocó la muerte del comunero mapuche, Camilo Catrillanca, a raíz de un torpe e indebido uso de recursos y tácticas bélicas por el “comando jungla” de Carabineros, que desnudó el orden represivo piñerista.

Ahora nadie asume la responsabilidad y esa estrategia policíaca está huérfana. En junio, en la columna “La seguridad como exhibicionismo mediático”, lo había advertido, pero el gobierno sólo lee y escucha a los incondicionales.

Ante la tragedia, la autoridad dice “no exageren”, y al mismo tiempo, trata la actitud  opositora como “politiquería”; ello después de desahuciar las anteriores políticas de Estado, que varias veces fueron bloqueadas al no tener los quórums constitucionales requeridos, negados en forma sistemática por la derecha. Piñera pide diálogo pero le gusta aplastar a las opiniones divergentes.

Este es un aspecto central del dilema político del próximo periodo. Estamos ante un gobernante que no regatea epítetos para machacar duramente a quienes piensan distinto y que luego de doblegar su voluntad vía presión mediática, se jacta de haberles sometido. Esta conducta resulta ser una peligrosa expresión de una atávica cultura autoritaria en la derecha neoliberal.

Desde la instalación del Ejecutivo fue notorio que el gobernante no sabe de reciprocidad y no considera en su ejercicio del poder, el robustecimiento del sistema político en pos del bien común superior de afianzar el régimen democrático. Lo que le importa, es su propio fortalecimiento y el de su base de sustentación para gobernar no 4 sino que 8 años, según dijera el propio Piñera.

Ya son muchas las veces en que ha sido evidente el desmedido intento presidencial de agrandar su propio poder y descapitalizar a la oposición. Incluso, la abrupta caída de algunos ministros, el mes de Agosto, lo confirma, cuando vio algún daño a su imagen cambió de inmediato a los personeros que podían afectarla.

Asimismo, hay una fuerte distorsión en el concepto que los ministros son “de la exclusiva confianza” presidencial, esto no significa, simples empleados del Presidente; por su naturaleza sus cargos revisten una autoridad en la que recae la responsabilidad política de las áreas de su competencia.

Ahora está función no se ejerce como se debe, se puede apreciar que hasta anuncios intrascendentes, si son mediáticos, serán dados a conocer por el gobernante, salvo cuando sale al exterior.

Es el inevitable resultado de un ejercicio personalista de la autoridad, por cierto no es el único, ni la primera vez y no será la última, pero se pone de manifiesto con crudeza el estilo de sacar sólo provecho individual en un escenario pluralista, con diversos actores que pasan a ser excluidos, ninguneados o indebidamente subordinados.

Así como el régimen parlamentario tiene sus problemas intrínsecos, por un riesgo de una sucesión de censuras sin mayorías estables y suficientes provocando inestabilidad, en el caso del régimen presidencial su talón de Aquiles es la negativa tendencia a que todo se concentre en la autoridad presidencial y se exacerbe aún más la personalización en el ejercicio del poder.

En el llamado Plan Araucanía, el gobernante abusó del uso mediático de disposiciones parciales, efectistas, paternalistas, como el financiamiento de proyectos puntuales con fondos sociales, creyó que unos cuantos pesos bastaban, ese era el dulce, y confió la contención de las demandas de fondo del pueblo mapuche al empleo de la fuerza del “comando jungla”, ese fue el garrote, asignado en pomposa ceremonia, en que aseguró y comprometió su respaldo político a una estrategia de fuerza que ha fracasado.

Piñera se equivocó rotundamente, el garrote se convirtió en un boomerang. Chile no es Colombia, sus plantaciones y bosques no son una jungla inaccesible bajo control de grupos armados hasta los dientes dedicados al bandidaje, contrabando o al reclutamiento forzoso en las zonas que dominan, tampoco sus comunidades indígenas son territorio para el cultivo del narcotráfico. 

La dolorosa pérdida del joven mapuche Camilo Catrillanca enseña que no hay que jugar a la guerra donde está no existe y que el gobernante no debe generar expectativas irresponsables por la imposibilidad material de realizarlas. La peor política y la mayor ofensa al pueblo mapuche y al país es prometer lo que no se va a cumplir. 

El desafío creado por el empobrecimiento y la discriminación genera un tema de Estado que demanda acciones e iniciativas de largo plazo y no sólo ir en busca de la foto del día. El uso de la fuerza recibe aplausos hasta que ocurre un crimen o una desgracia.

En suma, las fuerzas de izquierda y de centro no pueden ni deben dejar de lado su función democrática esencial, que es precisamente ser oposición, sería fatal para ellas convertirse en simple apéndice de la coalición gobernante, no hay que olvidar que donde no hay oposición se debilita profundamente la democracia.

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