Se gana el plebiscito con unidad, lo demás es música

De que viene un gran cambio político no cabe duda. Y no solo porque exista una movilización social que aún no encuentra liderazgos unificadores, ni porque esta movilización carezca de mayor contacto con los partidos con mayor representación parlamentaria. Eso es importante pero no es lo más significativo. 

Lo que sucede es que se está agrandando el vacío de conducción más allá de reductos bien acotados. Es como si nadie se hiciera cargo del curso general de los acontecimientos. 

Esto se puede comprobar en la creciente costumbre, que están adquiriendo los dirigentes políticos de la oposición, de hablar de las opciones que se tienen por delante tal como si se tratara de espectadores. Expresan buenos deseos, pero dejan que los sucesos sigan su curso sin alterarlos. 

Hay una especie de competencia por quien puede exhibir las mejores intenciones. Y esto es por demás extraño. Da la casualidad de que todos declaran su más profundo anhelo por lograr la unidad de la oposición.

Todos lamentan el que, pese a sus insistencias, tal unidad no ha sido posible. Dado esta lamentable situación, entonces siguen en el mismo metro cuadrado que ocupaban antes. Las excusas parecen ser consideradas como suficientes para no haber conseguido mayores resultados. 

Sin duda, esto muestra que la inercia le está ganando a la sinceridad. Es imposible que, si todos quieren la unidad, nadie la consiga. Una ineptitud colectiva tan prolongada no puede ser producto exclusivo de la ceguera de los “otros”. Es porque las declaraciones públicas no se condicen con las prácticas cotidianas de cada cual. 

Las apariencias hacen crisis cuando se necesita tomar medidas muy concretas de coordinación en eventos de primera magnitud. Tal es el caso de la acción conjunta por la aprobación de una nueva Constitución. Esto es simplemente indispensable. Se refiere a una coincidencia práctica que permite la colaboración entre quienes pueden tener muchas otras diferencias. Sin embargo, esto ha tardado en producirse, no obstante el tiempo disponible es muy limitado. 

Cuando la política democrática se enferma es porque pierde la referencia a los grandes propósitos. En lo que se queda es en los cálculos de interés de algún dirigente, en alguna aspiración personal o grupal. Pero esta guía es demasiado pobre para estar a la altura que se necesita. 

Nada se saca con usar grandes palabras y conseguir pobres resultados cuando está muy próxima la evaluación de la conducta de todos por igual. Los partidos están pensados para detectar sus diferencias, pero les resulta mucho más difícil percibir sus defectos compartidos. 

La única forma conocida para establecer una coordinación eficiente es hacer que predomine el objetivo compartido por sobre los cálculos de conveniencias inmediatas o mediatas de cada cual.

A esto se le ha llamado siempre patriotismo y es lo que debe predominar ahora. Solo la unidad permite ganar con una diferencia tal que se entre en un proceso de cambios sin perder estabilidad.

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