Semipresidencial, ¿por qué no?

Hace ya unos meses se debate en el Senado la idea transversal de explorar un cambio del actual sistema político presidencialista, por uno semipresidencial. Y así fue presentado el proyecto de Reforma Constitucional que propone este paso en forma gradual.

No deberíamos desconocer o minimizar el efecto que el actual  presidencialismo ha traído a la política en nuestro país y a la percepción que los ciudadanos tienen de la labor pública. Tal vez no es malo pensar en un rediseño más profundo que logre algunas cosas que son o deberían ser de mucho provecho para la democracia: mayor poder real de decisión de los ciudadanos  y mayor responsabilidad política de quienes ejercen cargos de elección ciudadana.

Y de cara al proceso constituyente que ha comenzado, no es descabellado pensar en un debate que mire el fondo de nuestro sistema político y responda a algunas potenciales crisis de institucionalidad. De esta forma se está pensando en un Gobierno más fuerte, al estar alineado al Congreso Nacional.

En Chile, la participación de la ciudadanía en política es cada vez más débil y también al interior del sistema de partidos. Se sabe que cada vez es más complejo contar con personas dispuestas a sumarse a los partidos, o asumir una labor pública.

La desconfianza además golpea la representatividad de todo el sistema de partidos, tal como lo conocíamos hasta ahora. Esa apatía no sólo es de la ciudadanía hacia la política o hacia el gobierno de turno, sino que es también de las propias fuerzas políticas o quienes incluso han sido elegidos para ejercer un rol político, que buscan desmarcarse de “ser políticos”.

Un sistema semipresidencial ayuda en ese sentido, ya que los representantes del Congreso asumen no sólo facultades legislativas, sino que además adquiere responsabilidades de gobierno. Evitando se forman trincheras.

Chile está maduro para este y otro tipo de debates, insisto, justo en momentos en que se ha abierto la posibilidad de un proceso constituyente.

No va a haber más compromiso y más confianza en la institucionalidad,  si no aumentamos los niveles de consecuencia política.

Ello puede ser de la mano de un sistema que modere y balancee los poderes del Presidente de la República, creando una figura de Primer Ministro, tal como se propone. 

Es necesario asegurar  gobernabilidad y por sobre todo, cumplir con los compromisos adquiridos con los únicos dueños de la soberanía: la ciudadanía.

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