Si usted no vota, otro lo hará por usted

El fuerte descontento ciudadano con la clase política ha ido tomando distintas formas: desde la legitimación del fraude social como la evasión al pago del transporte público, los robos “a los ricos” hasta la muy alta abstención registrada desde la instauración del voto voluntario. Sobre esto último, sus defensores esgrimen desde que es una forma de protesta que le quitará poder a la autoridad, hasta que no sirve de nada, pues de igual manera saldrá electa una autoridad que no marque la diferencia positivamente sobre cualquier otra administración por lo que no tendría sentido ir a votar.

Parece que desde el primer argumento se creyera que la obligatoriedad de cumplir una norma con la que no se está de acuerdo por no haber participado de la elección, disminuye, pero no.

Una abstención o un voto nulo/blanco no es un voto de protesta, es la auto marginación del cuerpo ciudadano. Las leyes (y a propósito de la próxima elección, las elecciones municipales) son igual de vinculantes se haya votado por la autoridad en ejercicio, o por el opositor, o no se haya votado o marcado nulo/blanco; la fuerza pública está igualmente facultada para exigirnos su cumplimiento pues la democracia lo ha dictaminado así, aunque sólo una pequeña parte los haya elegido, todos podemos participar. Democracia es el gobierno del pueblo, pero del pueblo que vota.

El otro argumento lo he escuchado mucho en la gente de a pie recorriendo ferias -en campaña por un candidato joven a concejal- que todos los candidatos, por el hecho de ser candidatos (políticos) tienen inherentemente una serie de condiciones negativas (“ladrones, corruptos, traidores”) por lo que no tiene sentido votar por ninguno.

Otros piensan que el voto individual no hará la diferencia en una elección “ya corrida”,  una “colusión entre políticos” que sea quien sea la autoridad mantendrá igual todo, y que no vale la pena levantarse un domingo y tomar la micro para ir a votar.

Eso también es falso. La variopinta gama de candidatos, tanto en la última elección presidencial así como especialmente en esta municipal (con comunas que tienen hasta 100 candidatos a concejales) demuestra que hay opciones, que se puede castigar a las malas autoridades apoyando a algunos de quienes quieren ser escuchados.

¿Cómo es posible que cientos de miles de personas se levanten temprano varios domingos para protestar pero encuentren que hacer lo mismo para ir a votar en su propia comuna es demasiado esfuerzo?

Si los grupos que protestan no votan, no van a ser de interés de ninguna autoridad democrática -como los jóvenes con las demandas estudiantiles- y serán invisibles salvo que tengan de altavoz entre los que sí votan.

Pero aún con voto voluntario o nulo no podemos escapar de elegir a las autoridades. Si sólo vota un tercio del padrón electoral y yo voy a votar, entonces mi voto valdrá por tres: por el mío y por el de los dos que por cada votante como yo no fueron a votar: en la práctica otro vota por ellos; otro que puede no compartir –y normalmente no comparte-las preferencias de quienes no votaron.

Las grandes mayorías no son tales, el 60% de votos válidos hacia la presidenta Bachelet en la última elección eran sólo un quinto de la población que podía votar, y el optimismo inicial de refundar el país con ese respaldo de 60% de “nueva mayoría” se esfumó cuando apareció la resistencia a las reformas de ese 75% real que no votó por ella.

Incluso si una autoridad igualmente es elegida, no es lo mismo salir elegido alcalde con un 75% que con un 25% de los votos -como saben los entendidos en la materia- la baja base de apoyo le pondrá coto a sus ambiciones y deberá negociar sabiendo que es minoría con los demás actores que en conjunto sí son mayoría.

El no ir a votar porque “la elección ya está corrida” es una profecía auto cumplida, un perverso incentivo para los “corruptos” a los que la abstención de sus opositores es su mejor aliado. Si no pregúntenle a los británicos europeístas que veían improbable el Brexit así como los  lamentos de los partidarios del Sí en Colombia.

¿Entonces qué podemos hacer? Como ya vimos, hay muchos candidatos desconocidos, jóvenes, independientes o de movimientos emergentes que no han entrado en las perversas lógicas maquiavélicas de la clase política, que tienen ideas y propuestas concretas para la comuna.

A ellos hay que escucharlos, informarse más allá de los candidatos mediáticamente fuertes y, aunque incluso no salgan electos, juntos serán la señal oficial que si no cambian, los políticos tradicionales simplemente desaparecerán del mapa.

Si vamos todos a votar, podemos volcar las falsas mayorías, nuevas o antiguas. Es hora de participar. 

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