Tan sencillo como respetarnos

Vale la pena reflexionar sobre el episodio en que la oposición perdió la presidencia de la Cámara de Diputados. Este hecho sorprendió, incluso, a quienes ganaron. No por nada el nuevo presidente de la corporación, Diego Paulsen, reconoció sin ambigüedades: “era impensable que pudiéramos gobernar la Cámara un conglomerado político con 55 votos versus uno que tenía 72 votos con un acuerdo administrativo”.

En efecto, era impensable. Además, para poner otra interrogante al respecto, habría que agregar que no existió ninguna discrepancia a nivel de partidos o bancadas. Las dificultades que se presentaron ocurrieron a nivel de opiniones personales pero, lo suficientemente extendidas como para que, sumándolas todas, terminaron por eliminar la ventaja opositora y hacerla caer derrotada ante una minoría disciplinada.

Lo relevante a preguntarse ahora es ¿qué es lo que puede impedir que este tipo de sucesos se repita a futuro? Porque no se trata de recurrir a explicaciones estrictamente individuales. Se trata de asumir responsabilidades colectivas, porque sin ellas es imposible que la oposición cuente para algo en el Parlamento.

Se pueden comprobar dos cosas: que ha quedado en evidencia que los pactos estrictamente administrativos no están asegurando su cumplimiento y, que se ha de recuperar el concepto mismo de acuerdo entre partidos y bancadas.

Este último aspecto es vital. Algunos, que se decantaron en contra del acuerdo opositor, argumentaron que no podían votar por el representante de un partido que acostumbraba a acuerdos con el gobierno, en detrimento del aglutinamiento opositor. Para ellos el candidato presentado por la DC era muy representativo de este tipo de comportamiento y por eso no se debía votar por él.

Si se está convencido que un acuerdo ha sido superado por los hechos o, incluso, que el comportamiento de la contraparte lo hace inconveniente, lo que procede es cambiar un acuerdo por otro nuevo o, formalmente darlo por concluido por el desistimiento de las partes.

Lo que no procede es incumplirlo. La razón es tan antigua como la convivencia humana. Los romanos tenían una máxima, por la cual se guiaban, Pacta sunt servanda (lo pactado obliga).

Un acuerdo se cumple, no según la simpatía que me despierta el otro o por la sintonía que tenga con sus opiniones o su conducta.

Respeto un pacto porque me respeto a mí mismo. Es mi palabra la que cuenta mucho más que a quién se la di. No cumplir dice más sobre mí que sobre el otro.

Esto tiene que volver a ser una obviedad. Pero, además, está claro que se requiere un acuerdo político-administrativo y no únicamente administrativo en la Cámara. Se necesita concordar una base de acción común, que deje espacio para las diferencias entre partidos, pero que también permita poder hablar de la oposición como un actor y no como una quimera.

Un pacto tiene muchas especificaciones, pero parte de un principio a respetar: los acuerdos alcanzados entre nosotros priman, a todo evento, y en ningún caso otro entendimiento se establece en contra de uno de nosotros.

Parece simple, y espero que lo sea, porque respetándonos ganamos y desunidos damos pena.

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