Tiempos inciertos y política de seguridad

Los acontecimientos a los que asistimos, tales como el resurgimiento de los nacionalismos y proteccionismos en occidente, nos demandan una política internacional que permita anticipar, en un escenario complejo y dinámico, tanto los problemas como las oportunidades emergentes. Casi siempre se olvida en nuestros días que ello sólo se consigue en un contexto de orden justo, el cual se sustenta en la cooperación y respeto mutuo.

En la actualidad hay nuevos actores que se perfilan en el escenario mundial y nuevas dinámicas que mueven la política global. Existe un proceso de cambios en las condiciones y correlaciones de poder, que están significando un espacio para nuevos liderazgos, en un contexto de fragmentación del poder mundial.

Por ello, necesitamos de una matriz estratégica de política exterior que involucre la totalidad de capacidades de Chile en la construcción de escenarios posibles, diseños preventivos, políticas exteriores flexibles, diplomacias modernas y ágiles, y una mirada de largo plazo que marque un rumbo y se adelante a los acontecimientos, pero por sobre todo, se requiere convicción respecto del papel que nuestro país debe tener (o mantener) en el concierto internacional.

Al respecto, el pragmatismo se nos presenta como una amenaza que puede erosionar el sentido de la política exterior. Nos podemos acomodar a los vaivenes de la política y la economía global, pero cuando ello significa olvidar el propósito de un orden justo, la decadencia es la siguiente estación.

En tal sentido, debemos mantener el respeto al derecho internacional (aunque hoy no goce de buena salud), solución pacífica de las controversias, promoción de la paz y la seguridad, respeto a los derechos humanos y valores democráticos,  cooperación internacional, multilateralismo, entre otros principios que nos dan coherencia.

En definitiva, en tiempos inciertos Chile debe insistir en una serie de cambios estructurales en el escenario internacional, a partir de las lógicas de la seguridad cooperativa y la seguridad humana, orientados a tres objetivos.

a) Garantizar un suministro adecuado y universal de los llamados bienes públicos globales. b) Construir un sistema basado en los derechos humanos y la democracia.

c) Promover un cambio en el sistema económico-financiero internacional en la perspectiva de superar las asimetrías y desigualdades que han caracterizado estas relaciones.

No hay muchas dudas de que el escenario actual no es muy propicio para que la visión de Chile consiga impulsar nuevos acuerdos internacionales, fortalecer las relaciones interestatales a través del derecho internacional, salvaguardar los derechos de toda persona humana, entre otros principios presentes en la Carta de las Naciones Unidas.

Sin embargo, si nos distanciamos de lo que con tanta convicción suscribimos como un camino de paz y progreso, posiblemente estaremos aportando a la inseguridad que se amplía con guerras preventivas, con la erosión de la institucionalidad internacional vigente, o el no respeto al derecho internacional (rule of law).

En conclusión, en un mundo incierto y cada vez más inseguro, Chile debe ser un actor que insista en que sólo el recipiente humanista nos permitirá una relativa paz mundial.

La evidente tendencia al rompimiento de los regímenes internacionales, más un renovado interés de los Estados por aumentar su poder relativo, no sólo está empujando hacia un nuevo orden mundial, sino que a su vez está debilitando – casi al rompimiento – con los consensos en materia de respeto a las personas consagrado en distintos tratados. En este sentido, el pragmatismo (adaptación) es más inseguridad.

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