Tomando la curva

En 1987 Mathias Rust aterrizaba en la Plaza Roja de Moscú piloteando una pequeña avioneta, después de haber eludido todas las defensas antiaéreas de la Unión Soviética.  Mathias, entonces de 19 años, diría años más tarde: “Demostré lo lejos que puede llegar un individuo”.

Este caso es paradigmático de la época que se inauguraba en ese entonces, en donde se produciría la convergencia de diversos factores que modelarían la sociedad en la cual estamos actualmente inmersos.

En lo tecnológico, lo más relevante fue el surgimiento de los computadores personales, que aparecen a nivel masivo hacia mediados de los 80, a lo que le sigue Internet algunos años más tarde. En lo científico resuena en el mismo tono la exploración de la mente y el desarrollo de las ciencias cognitivas, basados en una actualización de la teoría de sistemas y en el paradigma de la auto-organización. En lo político es significativa la instalación de Reagan en EE.UU. y de Thatcher en el Reino Unido, y con ello, la mundialización del modelo neoliberal, incubado en Chile en la segunda mitad de los años 70.

Pienso que estos tres factores tienen un elemento común: La exaltación del individuo, la aparición del piloto como protagonista de la época actual, el surgimiento de la sociedad cibernética.

“Ciber” proviene de la palabra griega “piloto”. En las sociedades contemporáneas, las pantallas son el espejo de la mente. Y quien controle las pantallas controlará la conciencia, la información y el pensamiento. Si uno está mirando pantallas en forma pasiva, uno está programado externamente. Si uno edita sus propias pantallas, uno controla su mente y piensa por sí mismo.

Esto genera un nuevo tipo de ser humano, el ciber-piloto, esto es, individuos que tienen la inteligencia y el coraje para acceder y usar tecnología de alto nivel, para sus propios propósitos y sus propios modos de comunicación. Y si más y más personas se transforman en agentes libres, en ciber-pilotos, se empieza a generar una enorme diferencia.

Esta interpretación la leí ese mismo año 1987 en una entrevista en la revista Rolling Stone Magazine a Timothy Leary, el controversial psicólogo de Harvard que en los 70 se dedicó a explorar la mente humana experimentando con LSD y otras drogas. Esa interpretación siempre me ha parecido interesante porque sugiere que el modelo neoliberal no es sólo el resultado de una conspiración de los sectores derechistas del mundo (como lo plantea, por ejemplo, Naomi Klein en su conocido libro “La Doctrina del Shock”), sino que responde a factores mucho más profundos, a una mega tendencia científica, tecnológica y cultural que ha hecho que ese modelo fuese en cierta forma inevitable. Sostener esta tesis es cosa compleja. Sin embargo, sólo ella permite explicar por qué la lógica neoliberal se ha instalado en casi todos los países del mundo, incluidos aquellos gobernados por la izquierda o la socialdemocracia.   

En 1987 Leary sostenía que si el 10% de la población empezaba a operar como ciber-pilotos se produciría una gran transformación social. Han pasado los años y hoy tenemos una generación completa que se ha criado entre juegos de video y redes sociales como Facebook y Twitter. Esta tendencia a la afirmación del yo, a la preeminencia del proyecto personal, tiene como elemento positivo la posibilidad de realización individual de las personas, sueño de todas las épocas, expresado bellamente por Goethe a fines del siglo XVIII: “El hombre vive, come, trabaja y ama por el deseo de erigir, tan alta como sea posible, la pirámide de su existencia, cuya base le ha sido dada”.

Esta generación de mentes libres es por lejos la mejor educada de la historia, y también tiene como rasgo positivo la valoración de la diversidad y del esfuerzo individual, una gran sensibilidad social y ecológica, así como una posición de autonomía respecto de los grandes medios de comunicación y de otras estructuras jerárquicas.

Sin embargo, este fenómeno también tiene una contrapartida negativa. El individualismo, la progresiva disolución de los lazos sociales y la explosión de las desigualdades que son característicos de la sociedad actual.

Esta interpretación también permite entender por qué hoy las personas son más escépticas, por qué la gran mayoría critica a las antiguas instituciones, por qué los partidos políticos han dejado de hacer la mediación entre las personas y los liderazgos políticos, por qué se abjura de la vieja política. Y en lo inmediato, ella también permite una mejor comprensión de fenómenos no anticipados como el Brexit, Trump o la reciente votación de los acuerdos de paz en Colombia.

Asistí hace algunos días a la charla de un economista austríaco, Christian Felber, acerca de la Economía del bien común. En ella, Felber señalaba que el 72% de los alemanes no está de acuerdo con el modelo de sociedad que predomina en su país. A pesar del enorme éxito económico, en Alemania hay un anhelo de algo diferente, que todavía no termina de cuajar. Esto mismo sucede en muchos otros países del mundo. Se respira un cierto cansancio, pero todavía no se encuentran verdaderas respuestas.

El péndulo de la historia se ha movido en estos años. Primero, una etapa iniciada con los beatniks de los 50, marcada por la Revolución de las Flores de los años 60, el Mayo de París y los procesos de cambio social en el continente latinoamericano, que culmina con la elección de Carter en Estados Unidos, en 1976.

Enseguida, el ciclo individualista y neoliberal, iniciado en los años 80. Quizás teníamos que pasar por esta primera etapa cibernética, con su inevitable mezcla de individualismo exacerbado y de creatividad, pero es probable que ese ciclo esté comenzando a cerrarse. Quiero creerlo así. 

El desafío es hacer esta transición sin que medie una gran crisis, sin que tengamos que pasar por una gran catástrofe mundial. Es hora de aprovechar lo aprendido en la fase anterior, así como los actuales cambios tecnológicos y societales, en beneficio de las ideas progresistas. Se trata de iniciar una segunda etapa cibernética, más inteligente y más inclusiva.

¿Cuál es el modelo alternativo? El desarrollo de sistemas sociales que se auto-regulan gracias a una verdadera participación de las personas en la gestión de los asuntos públicos, que le otorgan sentido a la vida de los individuos y que son el resultado de los continuos procesos de diferenciación de las sociedades contemporáneas.

La economía colaborativa, la ecología y el desarrollo sustentable, acompañados de redes de seguridad social que garantizan niveles mínimos de bienestar para todos los ciudadanos, que por supuesto no reemplazan el indispensable esfuerzo individual. Las empresas capitalistas más responsables y más comprometidas con las comunidades en que están insertas, porque empiezan a ser medidas según estos criterios, tanto por los propios consumidores como por organismos especializados. Y la labor insustituible de un Estado fuerte y eficaz, encargado de promover el bien común.

¿Cómo alimentar ese modelo alternativo? Creo que el mundo rural puede hacer su pequeño aporte (que quizás puede ser bastante grande).Las sociedades contemporáneas deben saber apreciar lo mucho de positivo que hay en el mundo rural y campesino.

En primer lugar, una nueva conexión con la naturaleza, esencial para preservar los equilibrios ecológicos y para proyectar la evolución de la especie humana, así como para contribuir al equilibrio espiritual de los ciudadanos urbanos. Pero también la sencillez y la alegría de vivir; la idea de comunidad y de lazo social que hace posible vivir en un ambiente incierto y poco predecible; la resiliencia típica del campesino, que supera obstáculos en forma silenciosa y sale adelante; la tradición de participación de los agricultores en la gestión de las políticas públicas, rasgo característico de las políticas agrícolas en Chile y en muchos otros países del mundo; la identidad cultural y la enorme riqueza de las visiones de nuestros pueblos originarios.

Estos son algunos de los valores en los que se basa el trabajo de INDAP, y que el mundo rural pone a disposición de aquellos que quieren en Chile y en el mundo una sociedad diferente, más humana, más consciente, más equitativa y más democrática. 

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