Trumpear o los salvadores de la Patria

“Armemos a los profesores para salvar a los niños”.

Tal es la consigna de los salvadores de la patria. Armemos, no amemos, es lo que Trump apoya para evitar una nueva matanza en alguna escuela de los Estados Unidos. Sus apuntes para la reunión con los familiares de las víctimas de las matanzas ocurridas en las escuelas, que se revelan en una fotografía, le invita oír a sus interlocutores. Pero no los oye, nada dice acerca de la proscripción de la venta de armas automáticas que a gritos claman las y los estudiantes.

“Cuando los adultos me dicen que tengo el derecho a tener un arma, lo único que oigo es que el derecho a tener un arma vale más que el derecho a la vida de los estudiantes. Todo lo que oigo es ‘mío, mío, mío, mío”, reclama Emma González, la lidereza que emerge entre los estudiantes de la escuela Marjory Stoneman Douglas.  

Su movimiento reedita las movilizaciones de 1951 que, en Virginia, buscaban eliminar la segregación estudiantil en el país del norte. Solo que esta vez la vida está de por medio, una vida subordinada a los intereses de la Asociación Nacional del Rifle (NRA).

Emma González exige no culpar a las víctimas por lo que fue la falta de un estudiante que, en realidad, era “la falta de la gente que le dejó comprar el arma, en primer lugar”.

La responsabilidad era de  quienes “le permitieron comprar los accesorios para hacer de la suya un arma completamente automática”. Con un cuchillo no era mucho lo que pudiera haber hecho Nikolas Cruz.

Cabe la posibilidad que Cruz fuese parte de la organización supremacista blanca República de Florida en Tallahassee, una organización de salvadores de la Patria blanca.

La patria que procuran salvar los salvadores de la patria es una pequeñita, la de ellos mismos. Y esto sería bueno precisarlo, como lo hace Emma González.

“Si el Presidente quiere venir y decirme a la cara lo terrible que fue esta tragedia y que nunca debiera haber pasado aunque ahora nada puede hacerse, me gustaría preguntarle cuánto dinero recibió de la Asociación Nacional del Rifle”. “Pero, ¿saben?”, sigue Emma, “no importa, porque lo sé. Treinta millones de dólares. Y si lo dividimos entre el número de muertos que llevamos en Estados Unidos en el mes y medio que va de 2018, se traduce en 5.800 dólares. ¿Es eso lo que esta gente vale para usted, Trump?”

La patria de Trump es pequeñita, se reduce a su imperio inmobilario cuya capital, Mar-a-Lago, le acoge para, tras visitar por 35 minutos a las víctimas del último atentado en el hospital Broward Health North, divertirse en una fiesta disco y para, al día siguiente, mientras dos de las víctimas eran enterradas, jugar golf y, probablemente, relajarse de las muchas tensiones que estos acontecimientos le provocan.

Es probable que los legisladores de Tallahasse no sean miembros de Mar-a-Lago pero algo hace pensar que reciben dinero de la NRA o que les aterroriza la posibilidad de que  Marion Hammer, la principal lobista de Florida y primera presidenta mujer de la asociación de rifleros, pueda destruir sus carreras políticas.

No debiera sorprender que voces allá como acá, acusen a los estudiantes de estar infiltrados por el izquierdismo y, más aún, que algunos de ellos sean pagados para hacerse presente en las movilizaciones y en las acciones públicas del movimiento. Historia conocida, ¿no?

Poco parecieran haber escuchado a otro estudiante, Lorenzo Prado, quien dijera que “las leyes de nuestro país permitieron a Nikolas Cruz comprar el arma. Nikolas Cruz podía comprar un rifle de asalto antes de tener permiso para comprar una cerveza”. Y podía hacerlo a pesar de evidenciar problemas psiquiátricos.

Pero el senado local, por una ostensible mayoría, a no muchas horas de la tragedia, rechazó la moción de proscribir la venta de armas automáticas. Ni al clamor de las víctimas ni a la voluntad popular se acomodan las legislaturas. Lo hacen, más bien, según sea el favor del dinero y las ambiciones propias de los legisladores.

Los salvadores de la Patria no son exclusividad del Imperio. Los tenemos en casa. Y abundan. Hay algunos que convocan a armar a la gente para defenderse de la delincuencia y otros que claman por un estado de excepción en la Araucanía.

También los hay del otro lado, los que invocan la voluntad del pueblo para ejercer la suya propia. Hay quienes, en función de sus creencias, luchan para salvar la vida de los fetos pero niegan, al mismo tiempo, la atención médica a los niños y niñas que la necesitan.

Abundan.

Unos no trepidan en denunciar al servicio de menores por el abandono que de la infancia ha hecho el sistema al que declaran lealtad.

Hay algunos cuya dignidad se arrastra por los suelos, abogando por los derechos humanos mientras descalifican la institucionalidad que los promueve, y otros que se elevan hasta los cielos para juzgar a los mortales de los que no se sienten parte.

En fin, vienen en todos los formatos, y, lo que el Norte nos enseña es que la condición de Salvador se adquiere merced a la moneda dura y que tales salvadores no tienen otros intereses  que no sean los propios y son sólo por esos los que darían, no la vida propia, sino que la de los otros. 

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