Un año para la democracia

Este año será uno de los más importantes en la historia de la democracia chilena y, probablemente, también de su historia republicana. Esta afirmación no es excesiva, pues la elección de constituyentes para la Convención Constitucional y la de gobernadores regionales son procesos que marcarán de modo decidido la primicia política republicana y la evolución institucional del país.

En un país marcado por acontecimientos históricos traumáticos, cuya memoria ha tenido siempre procesos de superación dolorosos y, en no pocos casos, con huellas que recuperan su recurrencia, al menos en su interpretación debido a los costos que pagaron sus generaciones en la resolución de los conflictos que condicionaron a esos episodios, lo que ocurrirá en abril escapa a las constantes de la hegemonía, y pone en el desafío democrático la posibilidad de resolver dos cuestiones que afectan el funcionamiento institucional de la República y el porvenir de Chile y sus gentes: el cuestionamiento de legitimidad del contrato social vigente y el excesivo centralismo.

Por otro lado, las nueve elecciones -de abril, julio y diciembre-, que probablemente sumen dos más -segundas vueltas en mayo y diciembre- hacen de este año una excepción en la historia democrática del país, que para algunos puede ser un exceso eleccionario, pero para el país debe ser una oportunidad para superar las querellas que le dividen.

Ciertamente, los procesos históricos que arrastran el ripio de las viejas querellas no dependen exclusivamente de las elecciones para resolverlos, y muchas veces una elección no hace sino agravarlos. La historia es una continuidad de errores y aciertos y debe enseñarnos para no cometer los mismos yerros que han determinado las frustraciones o la soberbia de quienes pretenden la hegemonía.

Chile tiene reiteradas experiencias en la pretensión de hegemonía, y es lo que ha provocado las mayores tragedias y recurrencias, que en definitiva conducen a la confrontación y luego a la irracionalidad.

Sólo cuando ha primado el interés común, el consenso y el respeto a la diversidad -en su más amplia gama, partiendo por la diversidad de intereses-, es cuando Chile ha desarrollado sus mayores potencialidades. Imponer a rajatabla lo que nadie está dispuesto a aceptar desde el sentido común, sin duda siempre tendrá consecuencias impredecibles. No en vano, las constituciones políticas en nuestro país no han perdurado más de una generación en su texto original, y el sistema político ha terminado en una crisis terminal.

Este año será de oportunidades para pensar un país desde una perspectiva distinta que no sea el determinismo que impone la hegemonía. Las oportunidades nacen de la democracia, base sustancial para resolución pacífica de los conflictos originados por la confrontación originada por intereses distintos, espacio que permite el debate y el diálogo, y la construcción virtuosa de un país en común.

Es la democracia la oportunidad para escucharnos y para resolver aquellos que nos divide. Es la democracia la que nos permitirá encontrar las respuestas para establecer un país, donde todos se sientan integrados y dignificados en su condición humana y en su personal búsqueda de la felicidad.

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