Un descontento que tiene más de 10 años.

En los últimos días Chile ha tenido la sensación de volver a los ochenta. Marchas, cacerolas y enfrentamientos con carabineros son la muestra de un claro y creciente descontento social, pero, por sobre todo, con la Política.

La pregunta que cabe hacerse es ¿desde cuándo existe ese descontento?

Si me “obligan” a situar una fecha lo haría en 1998 o 1999, cuándo, en medio de la crisis asiática, la ciudadanía comenzó a pedir y a inclinarse paulatinamente por los cambios.

Es tan sencillo como recordar los “slogans” políticos que han dejado huella en este tiempo y nos daremos cuenta que el mensaje era siempre de cambio.

Lagos, en la primaria con Zaldívar hablaba de “Mañana será otro Chile”; Lavín, un año después promovía el “Viva el Cambio”; Bachelet se respaldó en “El cambio tiene rostro de mujer” y en 2009 Marco Enríquez - Ominami fue la muestra más clara de que este país quería algo diferente al pasar de un incipiente 1% a obtener votos de todos los sectores y alcanzar un 20%.

Pero más allá de los slogans, las personas o incluso sus propuestas en cada momento, el tema de fondo es que Chile se aburrió de un estilo; de algo más que la forma en la que se mira la política.

La ciudadanía se hastió de sentir que existen, a lo menos, dos “Chiles”. Por un lado está el país con reconocimiento internacional, que entra a la OCDE y se codea con los desarrollados y por el otro la desigualdad interna que muestra que la distribución de esos logros no se hace de forma adecuada.

Y ¿qué tiene que ver esto con el movimiento estudiantil? Todo. El movimiento es la punta de un gran iceberg que reclama que el Estado se haga cargo de su responsabilidad y comience a velar por el bien de todos los chilenos.

Lo que hay detrás de los estudiantes y los cacerolazos es un descontento no sólo con la Política, sino también con la idiosincrasia preponderante en nuestra sociedad; con esa poca solidaridad con el de al lado, con la permanente desconfianza y con eso que hace un tiempo parecía gracioso pero que hoy nos tiene aburridos: “la pillería del chileno”.

Chile está pidiendo a gritos, marchas y cacerolazos que asumamos que todos somos parte de este país y que no deben existir ciudadanos de primera y de segunda.

¿Cómo se hace?

En primer lugar, con la disponibilidad a negociar todos, lo que se traduce en también en posibilidad de ceder en las posturas; en segundo término, teniendo como objetivo recuperar el bienestar social que alguna vez Chile tuvo, esto es, subir el estándar de calidad de los servicios públicos mínimos y básicos, no sólo en educación, sino también en salud y transporte.

Para esto se necesita el aporte de todos…del Estado, por cierto, pero también de los privados que más tienen, por tanto, no es bueno cerrarse a promover impuestos diferenciados a las empresas, como lo hizo hace poco el Ministro de Hacienda.

Por último, si queremos ser parte del mundo desarrollado tenemos que asumir que hay costos que los debemos pagar entre todos; para ello es imprescindible que el concepto ideológico existente detrás de las AFP, aquel que habla de ahorrar de forma individual, o dicho coloquialmente, “rascarse con sus propias uñas”, lo dejemos de lado y volvamos al del bienestar social.

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