Un nuevo año, pero no un nuevo Chile

Convengamos que más de lo mismo no califica como nuevo. Debe ser por ello que quienes diseñaron la estrategia de campaña de Sebastián Piñera, obviaron los adjetivos de nuevo por lo de mejores. Es más de lo mismo en la mejor escena. Es peor si consideramos la posibilidad de negar los derechos alcanzados y algunas medidas civilizatorias como poner algún límite a la acumulación de la riqueza, para prevenir males mayores como profundizar la desigualdad y elevar la imposibilidad de eliminar el impacto de la riqueza en la política.

Alguien podría decir ¿qué malo tiene que alguien gane más? Nada si se obvian las externalidades, y que no hablamos del dueño de un almacén sino de familias que poseen el equivalente a puntos de nuestro Producto Interno.

La respuesta en éste caso es múltiple. De una parte, la evidencia estaría indicando que lo que gana el 10% más rico lo obtienen, no de las manidas clases medias sino de los más pobres. 

Lo segundo es que cuando alguien adquiere ese peso en la economía, lo profundiza aprovechando su posición dominante y afectando el poder adquisitivo, de toda la población, pero más aun  de los más pobres.

¿Alguien tiene duda de lo caro que resulta vivir en Chile? Quienes tienen la posibilidad de viajar constatan en la mayoría de los países que una vez transformados sus pesos en dólares y luego en la moneda local, comparando lo que cuesta comer y los bienes en general, no es tan distinto hacerlo en países desarrollados que  hacerlo en Chile, con la única salvedad que tienen mejor distribución del ingreso y ganan mucho más.

Cuando pensamos en transformaciones culturales, siempre abogamos por la existencia de plataformas que extiendan los beneficios del arte al conjunto, más allá de su capacidad de pago. De forma en que las culturas que nos componen y aquellas que se integran para ser parte del nosotros, vean la oportunidad de expresarse y nos enriquezcan.

Desgraciadamente, es previsible que reaparezcan tendencias a la segregación cultural que consagren lo que ha venido mostrándose, a través de discursos xenófobos, que más que nada parecen expresión de odio a los pobres (aporofobia se le denomina hoy) que odio a los extranjeros. Digamos sí que lo ocurrido a un australiano en Vitacura pudiera dar carácter democrático a la xenofobia, sin hacerla mejor.

Diremos que es previsible que la protección del ambiente y de nuestras riquezas no se vea profundizada. Con ello no quiero confundir a todos en una misma fuente. Habrá seguro, quienes por interés particular o general quieran mantener sus políticas y profundizar en la relación con el ambiente y comunidades.

Los imagino como Ulises tapando sus oídos con cera de abeja para no escuchar los cantos de sirena, de quienes hacen del crecimiento una religión (lo demás es música dijo uno). Seguramente deberemos asistir al funeral del litio como recurso estratégico si Bitran no logra cerrar los negocios público/privados cuidando el interés general.

Pero en el ámbito político pudiera haber otro Chile, dependiendo de cómo termina de procesarse el fin del binominal en el sistema de partidos. Será preciso ver cuales prevalecen. Si quienes sustentan una socialdemocracia derechizada pero aun compasiva o quienes parecen confundir ideología y política revistiendo todo acto como un acto ético; o bien quienes creen que es posible un cambio que use la política como medio para proyectos colectivos y que a través de eso busque constituir mayorías.  Seguramente al fin de año parte de éstos temas estarán aun en juego pero la tendencia pudiera verse esclarecida.

Sería más fácil si no se dieran estos desafíos en el contexto de concentración de la riqueza, del poder político y de la capacidad de preparar y emitir mensajes al conjunto de nuestra sociedad. Pero es la misma causa que limita la posibilidad de su solución. La diversidad constituye una reserva adaptativa y la plutocracia es la forma en que “aristocracias” devienen en oligarquías.

Sin dotes de pitoniso, pero atento a las jugadas de nuestros comentaristas/actores, anticipo que Piñera no hará caso a quien pide impulsar desde la derecha un nuevo pacto constitucional. No existe consistencia interna para ello.

Tampoco lograran algo quienes visualizan un pacto político “progresista” que excluya a actores sociales relevantes. De hecho, es impensable una izquierda que no reponga el pacto con los trabajadores y organizaciones sociales. Desgraciadamente, la retirada del gobierno será probablemente más cercana a la de Dunquerque que al movimiento de tropas del día D, como ya lo vivimos el 2010.

Pero si se trata de pensar en una nueva centro izquierda, la gran duda será si los contenidos que unifican serán una imagen de pasado o bien nos haremos cargo de los problemas presentes y menos tratados en la agenda política.

¿Cómo nos prepararemos para enfrentar el cambio climático que ya llegó y que nos desafiará política, económica y socialmente de manera incremental por lo que resta del siglo (y del mundo)?

¿Y cómo haremos para pensar un mundo en que la fuerza de trabajo sea sustituida significativamente por inteligencia y aprendizaje profundo y robótica?

¿Qué es un sindicato de robots? ¿Quién demanda productos y servicios en una economía donde los trabajadores manuales e intelectuales serán cada vez menos? ¿Quién pagará los impuestos y como preservaremos el espacio de decisión social frente a la Bigdata y su progresiva entrada a las escenas de los directorios corporativos?

¿Y cómo sortearemos las olas de la caída del liderazgo estadounidense, acelerado por la emergencia china y la marcha de la insensatez (Tuchman) que los llevó a elegir a Trump (o Drumpf, su verdadero nazi apellido) como presidente?

Pensar en ganar en dos y cuatro años obliga a mascar chicles y caminar al mismo tiempo. Levantar la mirada para el futuro que está aquí, distribuyendo poder político desde nuestras propias organizaciones.

Hacer pedagogía política y apoyar a quienes nos apoyan en el desarrollo de estrategias adaptativas para los cambios ambientales y laborales que advienen. Otra cosa y de mal pronóstico será intentar juntar marcas dañadas o generar acuerdos superficiales, que no apoyan la construcción de nuevos mundos y alejan la posibilidad de un nuevo Chile. Lo que hoy aún es posible.

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