Una dura lección

Hace mucho tiempo que se sabe que las personas quedan prisioneras de sus propias palabras, sobretodo si ejercen funciones públicas, pues bien hace muy pocos días, Sebastián Piñera, una vez más, se vistió con ropa ajena para vanagloriarse de los avances y la estabilidad que la democracia trajo a Chile, desde 1990 a la fecha.

No fue la primera vez que lo intenta, es una conducta repetitiva, en su discurso lo bueno del país se lo atribuye y lo malo se lo achaca al gobierno anterior. Pero, como dijo un ciudadano a un noticiero “la realidad no está en La Moneda”.

En esta ocasión, las propias decisiones de su gobierno lo han puesto en una situación sin precedentes. Ha tenido que declarar el Estado de excepción constitucional por primera vez desde el retorno de la democracia. Es una dura lección.

En efecto, el alza del transporte público fue rechazado masivamente por la población y se ha desatado un repudio imprevisto por la autoridad que vino a desmentir el discurso autocomplaciente del gobernante. El problema es que en todo hay abusos, en las cuentas de la luz y del agua, en el costo de las autopistas y carreteras y las pensiones. Hoy la marca que gana es esa, el abuso.

Cuando no hay solución de fondo, se agrava la situación y ensancha el foso que separa a su gobierno de un amplio y decisivo sector de la ciudadanía, son las expectativas insatisfechas que llevan a una protesta sin control, que surge sin sujeción alguna a fuerzas políticas determinadas.

La lección política y ética fundamental es clara: no se debe prometer lo que no se puede cumplir.

Pero, hay que ser categóricos, el vandalismo daña y socava en su base de sustentación la legitimidad de la protesta social, sobretodo con bienes de uso público, como el Metro.

Hay una crisis de credibilidad hacia el sistema político que es sumamente delicada, hay descrédito de la política y descontento social.

Lo qué pasa es que siempre ganan los poderosos, incluso el gobierno se la juega por la rebaja de impuestos al 1% más rico del país.

Como si no tuvieran ya demasiado dinero, el gobierno quiere entregarles otros mil millones de dólares más para “estimular la inversión”. Esa impudicia es la que saca de sus casillas a la gente que trabaja mucho y gana poco.

Chile puede ingresar a un terreno sumamente complejo, de una confrontación sin norte, tan aguda que escapa al control de la autoridad que pretende poner “mano dura”. Por eso, debiese abrirse un cauce con las fuerzas sociales representativas, con vistas a que el diálogo social abra paso a propuestas constructivas.

Por el contrario, cerrarse a cambios en la agenda por parte de quien gobierna y tiene una responsabilidad principal sería funesto, el gobernante debiese revocar las alzas y detener una escalada de violencia que en nada sirve a Chile.

En estos días la soberbia y la intransigencia no son los criterios apropiados, se requiere humildad y serenidad en las decisiones.

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