Una sola derecha… o una derecha y una centroderecha

La derecha, como bien alguna vez lo señaló un prestigioso historiador nacional, debe ser la fuerza política que más divisiones ha aguantado sin quebrarse en la historia de Chile.

¿Por qué comento esto? Porque el viernes, en una entrevista en La Segunda, Carlos Cáceres, Presidente de Libertad y Desarrollo, afirmó que a su juicio la derecha “es una sola”. Según él, se trata de “un movimiento ideológico cuya sustancia está en reconocer el ejercicio de la responsabilidad individual (…) que establece una separación entre las tareas del Estado y las del sector privado. Pero el punto fundamental de un pensamiento de derecha es crear las condiciones para el ejercicio de la responsabilidad individual.” Posteriormente señala que las diferencias circunstanciales, dictadura de Pinochet, por ejemplo, son “ingredientes más ideológicos que de materia política y económica”.

Si bien la afirmación de que en Chile hay una sola derecha, como dice el presidente del Directorio de Libertad y Desarrollo es simplificar la dinámica de las ideas a un extremo difícil de aceptar, algo de razón tiene cuando afirma aquello: en la política nacional caben una derecha y una centroderecha, que cada vez parecen tener menos cosas en común.

La pretensión original de Cáceres, sobre la existencia de una derecha no es un error, sino una definición estratégica de aquella parte de la derecha, que pretende mantener una cierta hegemonía.

La rígida, la misma que consiguió el año 97 al conseguir que el electorado y el empresariado apostaran por Carlos Bombal, el candidato más conservador en Santiago Oriente, en desmedro de la opción modernista que representaba Andrés Allamand. Consistentemente, el candidato ganador señalaría tras su triunfo que “las dos derechas no existen. Hay sólo un nuevo camino para la derecha.”

Esa derecha, la que apuesta al argumento de la unidad en torno a una sola derecha, es la que prescinde de la natural divergencia respecto de “lo político”  y promueve más bien seguir centrándose en lo contingente, lo cotidiano, lo pragmático: la solución de los problemas concretos y reales de la gente.

Esa derecha hoy parece no querer asumir los signos de los tiempos, que representan la segunda presidencia de Sebastián Piñera, y estaría alinearse con quien los representa en mejor forma en cuanto a su conservadurismo moral y manchesterianismo económico: José Antonio Kast. Es natural que los que creemos en la centroderecha moderna y los que quieren vivir de las glorias del pasado, añorando un pasado minoritario pero influyente tengamos distintas posiciones políticas. No somos lo mismo.

Existen, por supuesto, mínimos comunes denominadores entre la derecha y la centroderecha. El principal, la distancia respecto del socialismo. Pero hay asimismo enormes diferencias entre unas y otras respecto del rol del Estado, dentro de las cuales entran caben el tipo de democracia que se quiere, el rol solidario y subsidiario del Estado y de la sociedad, etc.; sobre la posición frente a temas valóricos; sobre la visión respecto del pasado, en especial respecto del reciente; sobre la definición básica de ser un movimiento de influencias o un sector de poder efectivo. Soslayar la existencia de las diferencias, esconderlas debajo de la alfombra, no alentará al necesario debate que precede a la transformación de la centro derecha en una mayoría social y no solo electoral.

¿Es preocupante que coexistan derecha y centroderecha? No. La historia de la derecha chilena nos demuestra que, habiendo estado llena de divisiones políticas y doctrinarias, ello no la ha fracturado.

Como destaca Alfredo Jocelyn Holt ni en 1829, cuando Portales aglutinó a todas las corrientes contra los militares bajo Freire, ni en 1891, cuando Balmaceda se quedó solo, salvo algunos pocos amigos personales y gente de otra clase social a la suya. Las luchas entre liberales laicos y conservadores ultramontanos, nunca desembocaron en guerras civiles como en otros países de América Latina.

Al contrario. Y siguiendo su línea argumental, durante el siglo XX, Alessandri, los militares de Ibáñez, la Iglesia y el socialcristianismo fueron capaces de sobrellevar las diferencias. El fin de los partidos Liberal y Conservador tampoco generó fracturas imposibles de solucionar. Ni siquiera la dictadura, pese a declarar que prefería una derecha centrada en el nacionalismo –Avanzada Nacional- y no en los valores clásicos del sector, pudo producir el temido desbande; con matices, peleas, afectos y odios, los partidos de derecha han seguido juntos hasta nuestros días.

Por último, la oportunidad de este debate se propone, precisamente, cuando el predominio de esa única derecha, que se impuso por años, se empieza a quebrar. Los casos de escándalos de financiamiento a la política, la regulación efectiva al gasto electoral, y el hastío de la gente respecto de la falta de contenidos, parecen abrir campo a que sea otra derecha, no la del cosismo, la que se imponga en el sector. Es comprensible que los que prefieren mantener el statu quo insistan en que toda la derecha piensa de una misma y uniforme forma… aunque todos sepamos que no es así.

¿Constituye “fuego amigo”, ese que tanto criticamos antes, marcar esta distinción? En absoluto. Reconocer y debatir adecuadamente sobre las distintas almas de la derecha no debe en absoluto significar deslealtad política entre quienes coincidimos en ese “mínimo común denominador” político. Pero como la unidad no funciona a la fuerza, es importante permitir que las expresiones de la derecha, en este caso derecha y centroderecha, broten y florezcan para recién ahí explorar aspectos y caminos comunes.

Es sobre la base de la variedad, sobre las distintas almas, y no sobre la uniformidad, mucho menos sobre la base del culto al uniforme, que podremos transformarnos en un sector que no sólo no restringe las nuevas adhesiones, sin exigir como se pretendió en el pasado un “curriculum vitae” o un “certificado de pureza doctrinaria”, proveniente de la cercanía a Pinochet o a la herencia tradicional, que solo una minoría podría acreditar. 

La centroderecha puede, y debe, transformar su variedad y extensión en una fortaleza. ¡Bienvenida la diversidad!

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