Virus pone en jaque al orden mundial y los sistemas nacionales

Durante las dos guerras mundiales, bajo el imperio de las armas, más de 50 millones de personas fueron exterminadas. Hoy un virus - enemigo invisible como dijo Macron- no sólo pone en vilo la vida de millones sino que coloca en jaque al mismo orden mundial y  los sistemas y modelos de cada nación.

Se atribuye a Stephen Hawking y a Bill Gates entre otros y se menciona visionaria literatura de ciencia ficción, haber previsto que un desastroso virus haría zozobrar a todo el planeta. Hoy este virus está entre nosotros, ante una desconcertada humanidad sin armamentos para combatirlo y que sólo atina a desesperados esfuerzos para evitar un contagio generalizado.

Es probable que esta inédita situación universal, amén de las lamentables pérdidas de vidas humanas, provoque un colosal impacto en el orden mundial y en los sistemas económicos, políticos y culturales de las naciones del orbe.

¿Estaremos así ante una inminente transformación de aquel orden y de aquellos modelos y sistemas?

Respecto del actual orden mundial baste pensar que la denominada globalización posee como uno de sus pilares fundamentales la libre circulación de personas, mercaderías y capitales. Sin embargo, podemos constatar como cada vez más naciones cierran sus fronteras producto del virus. ¿Optarán en el futuro por abrirlas o mantendrán barreras de ingreso y egreso que hasta antes de esta crisis eran impensadas?

El caso más evidente lo representa hoy la UE, donde incluso se había eliminado el control de pasaportes permitiendo la libre circulación de sus integrantes, quienes hoy no pueden acceder a sus países vecinos.

Estará por verse si normalizada la situación se restaurarán en plenitud o parcialmente dichas libertades. En otros términos, ¿habrá un retroceso o reconfiguración de la globalización?

Económicamente el jaque se traducirá en una recesión mundial que paralizará y arrastrará a la quiebra a cientos de empresas, con la consiguiente y dolorosa cesantía para miles de personas sin que los mecanismos del mercado sean capaces de evitarlo.

Quienes con furor durante las últimas décadas han propiciado la reducción máxima del Estado en temas económicos, se plegarán a un concierto de voces implorando la ayuda y el apoyo del Estado.

Por cierto, ante una confusión generalizada, serán los especuladores de siempre quienes obtengan ventajas a costa de los empresarios fallidos, traspasándose la propiedad de empresas a través del mundo desde sus fundadores originales a nuevos y no confiables titulares.

Se comenta que este proceso ya ha comenzado y que incluso China estaría aprovechando el colapso de las bolsas para tomar control de numerosas empresas y grupos occidentales.

Los hechos descritos podrán causar un golpe de proporciones y tal vez definitivo al modelo neoliberal y a la primacía absoluta del mercado que algunos países han mantenido por años, en cuanto se revalorizará la acción o intervención responsable del Estado en la economía.

Políticamente, es previsible un viraje de la clase política hacia la implementación de modelos más centrados en la ciencia y en la previsión de eventos dañinos para la humanidad, circunstancia que ya venía anunciándose a raíz de la severa crisis ecológica que tiene amenazada a la tierra. La cuestión es si los actuales sistemas democráticos serán suficientes para implementar estos nuevos modelos económicos, por ejemplo de carácter circular, científico y tecnológico, no necesariamente lucrativos, o si se requerirá de ajustes políticos e institucionales que, respetando las garantías individuales, confieran mayor autoridad y capacidad a los gobernantes para adoptar medidas que pudiesen ser impopulares para el statu quo.  

Culturalmente se abrirá la oportunidad de aprovechar esta crisis para gestar y cultivar valores y actitudes que posibiliten relaciones humanas de carácter solidario a través del mundo.  La circunstancia de que el virus no distinga entre nacionalidades, razas, clases sociales o estamentos económicos podría suscitar una nueva percepción de cómo nos miramos unos a otros y la sensación y convicción de que más allá de todas nuestras diferencias somos parte de un mismo destino y que nuestra suerte depende irrefutablemente no sólo de nosotros sino de todos quienes nos rodean, de la sociedad e incluso de la humanidad en su conjunto. 

Si una transformación cultural de esta magnitud se produjera, unido a los mencionados cambios del orden mundial, a los económicos y políticos, el virus, amén del irreparable y doloroso fallecimiento de miles de personas, habría contribuido a un futuro mejor.

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