¡Qué mala memoria!

El Presidente electo, Sebastián Piñera, dio a conocer el martes recién pasado, la conformación del gabinete con el que asumirá el poder el 11 de marzo próximo, lo que, como es lógico, hay que analizar.

Está claro que la decisión ministerial obedece al personalismo de Piñera y su afán de gobernar con empresarios de confianza, tecnócratas cercanos y una burocracia política poblada de incondicionales. Sin embargo, no son amistades inocentes, su eje está en la derecha dura, en sus núcleos de conducción, con un fuerte sector ultra mercadista, muy ideologizado.

Esta realidad debe ser asumida tal cual es, sobretodo en gente muy a la izquierda que incluso no llamaron a votar, y que rehuyen hacerse cargo de las consecuencias de su propia radicalización discursiva, porque esto es lo que iba a pasar si ganaba la derecha. Piñera nombraría este tipo de gabinete y el conflicto de interés regresaría a sus anchas al gobierno; una vez más, se dio la espalda a lo que significa la derecha en el poder.

El rechazo al entendimiento entre la izquierda y el centro, en particular, hacia el acuerdo estratégico con la DC, llevó a que diversos personeros no hicieron más que desgastar esa opción, minimizando el costo de otro gobierno de la derecha. Hubo sectarismo y no fue resuelto de modo oportuno y como se debía.

Pero, aunque la derecha es donde se ubica el gobierno que llega en marzo próximo, tampoco volverá el país "a fojas cero" en materia de derechos sociales, civiles y humanos, como hiciera el régimen dictatorial que tomó el poder absoluto y no hubo opción de oponerse al despojo que implementó, esta misma derecha ultramercadista, porque en Chile simplemente no había democracia.

Así, aún en una derrota se manifiesta el valor histórico y social de la democracia, aquella por la cual la izquierda chilena entregó lo mejor de los suyos. La institucionalidad democrática es la que impide que los gobernantes abusen del poder para hacer lo que sus ideas o intereses les indiquen y aplasten las demás.

Ello explica que él futuro ministro de Educación, Gerardo Varela, dijera que el Presidente electo decidió que la gratuidad en la Educación Superior "va a avanzar" y que "mis opiniones personales se guardan". Así confirmó  el acto de crudo realismo político que el propio Piñera asumiera para la segunda vuelta en diciembre pasado.

Ese vuelco frío y calculado, en un tema de primerísimo impacto social en los sectores medios, fue uno de los factores que le dio la victoria que le permite nombrar gabinete y sonreír con su regreso al poder. Mientras desde la Nueva Mayoría se abusó de expresiones maximalistas que le restaron un decisivo respaldo en el centro social y político, la derecha en cambio actuó con el pragmatismo necesario para ganar.

En suma, la composición del gabinete es de derecha, con un fuerte sesgo empresarial, son gente de negocios, que sabe lo que quiere, de modo que las fuerzas populares deberán unirse y cerrar filas para defender sus propios intereses de acuerdo a los hechos concretos.

No hay que pecar de formalismo y suavizar el juicio político que cada cual tenga ante un hecho esencial: este es un gabinete de ejecutivos de confianza. Los vínculos corporativos que se anudan en el son de la directa responsabilidad política del Presidente electo y en su momento, ante lo que pase, deberá saber asumirla.

No hay que hacerse ilusiones que en materia de salud o de pensiones se vaya a innovar en beneficio de los usuarios y de las grandes mayorías nacionales. Las cosas son como son, los poderosos y controladores de fortunas cuasi infinitas, son los que ahora tienen sus voceros oficiosos en el poder. El mayor sarcasmo es que dicen que lo hacen para implementar una política "social".

Al igual que la vez anterior, la administración Piñera, actuará con el criterio de transferir cuantiosos recursos desde el Estado al sector privado, como lo indican, en especial, las voluminosas ganancias que se registraron en el balance de las Isapres que ganaron como nunca lo habían hecho en su historia.

La apuesta del piñerismo a las fuerzas económicas del libre mercado con todas sus implicancias, pondrá en tensión la capacidad de los trabajadores, de la CUT, de los sindicatos y del movimiento social de resguardar conquistas que les ha costado mucho conseguir y afianzar.

Ahora ya es tarde para llorar sobre la leche derramada, el dilema es previo, advirtiéndose claramente el riesgo regresivo que significa un gobierno de la derecha, no de tipo centrista al estilo europeo, sino que de está derecha regresiva a ultranza. No hubo ni la conciencia, ni la voluntad política necesarias para actuar eficazmente, con una alternativa unitaria que lo hubiera impedido.

Lo que no se hizo a tiempo no se puede hacer ahora y allí está el nuevo gabinete para comprobarlo, con apologistas de las AFP y del "lucro" que ahora son los que deciden.

Así son las lecciones del devenir social, cuando no hay la unidad,  la madurez ni la coherencia para estar a la altura de las circunstancias.

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