Respuesta al cardenal Medina

Días atrás, en carta a El Mercurio, el Cardenal Jorge Medina sale en defensa de la institución eclesiástica. Él diría defensa de la “iglesia”. Pero leída la columna con atención, se descubre que se refiere a la institución y no al Pueblo de Dios en su conjunto.

No estoy de acuerdo con aquel uso de la palabra “iglesia”. Tampoco estoy de acuerdo con la columna de Jorge Medina. Comentaré algunas de sus ideas.

A propósito de la gravísima situación de la Iglesia chilena, el cardenal dice: “Amplificar indiscriminadamente las deficiencias y conductas ciertamente reprobables y sacar conclusiones generalizadas de hechos, por desgracia verdaderos y graves, si bien puntuales, aunque hayan sido reiterados, sería dar muestras de una lamentable señal de poco amor a la verdad e incluso de superficialidad”.

Estoy de acuerdo con él en que “amplificar”, agrandar, exagerar, es señal de “poco amor a la verdad e incluso de superficialidad”. Lo es siempre y podría serlo en el caso en que estamos.

Podría serlo, digo, porque día a día los católicos descubrimos que es todavía más grave lo que nosotros, sacerdotes y obispos, hemos hecho por ocultar lo ocurrido. El asunto hoy, no es lamentar las exageraciones sino celebrar con las víctimas. ¡Por fin se les hace justicia! Sin embargo, el cardenal Medina no dedica ni una sola palabra de amor compasivo a las víctimas. Lo único que le importa es la defensa de la institución.

Otro asunto. El cardenal aplaude que el actual Pontífice se cuente entre quienes quieren acrecentar la fidelidad al Evangelio, “en esa línea se inscribe por cierto el actual Papa Francisco, con su personal estilo”. ¿A qué estilo se refiere Monseñor?

Nada dice. Lo diré yo. Este Papa, en el caso chileno, ha cometido varios errores. Su estilo, bastante “porteño”, suelto de lengua, ha ofendido a la iglesia de Osorno y a las víctimas de los abusos sexuales, de conciencia y espirituales. Pero les ha pedido perdón. ¿Qué Papa pide perdón?

Una cosa es hacerlo por los pecados de los Papas anteriores, como se hizo por el trato que se dio a Galileo. Pero que un Papa pida perdón por sus propios errores es inaudito. Este ha de ser recordado como un gesto que, además de porteño, es típicamente cristiano.

En Chile a nosotros los eclesiásticos, debo recordárselo, se nos critica por el estilo. ¿Quién de los obispos dice lo que piensa? En esto Monseñor Medina sí es una excepción. Los demás, talvez por miedo a las cartas que el cardenal manda a Roma denunciando a medio mundo, se expresan con sumo cuidado. Estos usan palabras alambicadas para nunca decir lo que realmente piensan. Es cosa de ver la televisión. Pocos prelados responden a lo que se les pregunta.

A muchos nos gusta el estilo de este Papa. Habla sin papeles. Busca y encuentra palabras, unas más felices que otras, para comunicar el Evangelio tal como Jesús hubo de ingeniárselas para anunciar el reino de Dios. Por hablar claro se le vinieron encima. Jesús, con sus parábolas y su piedad con el ser humano caído, minó la religiosidad de entonces.

Este Papa, cuando habla con la libertad de Jesús, cuando dice una cosa y no teme equivocarse y recular, genera libertad en el Pueblo de Dios para que todos los demás digamos lo que pensamos y ensayemos nuevas vías para ser cristianos.

Los católicos chilenos hemos vivido intimidados por muchos años. Hemos padecido el estilo de una generación de obispos preocupados por su ubicación en la constelación eclesiástica. El estilo de este Papa, espero, hará que los obispos futuros, en vez de mirar “hacia arriba”, a gente más importante, miren hacia “el lado”.

El Concilio Vaticano II estableció que el bautismo ha de ser el piso de las relaciones entre los cristianos. Somos hermanos y hermanas. Jesús lo pidió, “no llamen a nadie padre”. ¿Porqué a unos se les llama “eminencia reverendísima” o “monseñor”? Su Padre, entendía Jesús, habría de hermanar a todos los seres humanos.

Otra afirmación del Cardenal Medina también merece un comentario. “No sería acorde con el amor a la verdad negar la existencia de hechos graves y debidamente comprobados, que han tenido como autores a personas que desempeñaban ministerios eclesiásticos, pero sería dar muestras de una fe muy poco madura sacar de ahí la errónea conclusión de que la Iglesia haya perdido toda autoridad o credibilidad”. 

Sí y no. Si por iglesia entendemos al Pueblo de Dios, es equivocado afirmar que ella “haya perdido toda autoridad o credibilidad”. ¿Cuándo las víctimas católicas de los abusos del clero habían tenido tanta autoridad? Debiera emocionarnos. Las víctimas se han atrevido a hablar.

Los medios de comunicación, a Dios gracias, les han puesto un micrófono. El resto de los católicos que se han sumado en su defensa también tienen autoridad. El dolor de la iglesia chilena hoy es indecible. Es un dolor creíble. La fuente de la autoridad, no se puede olvidar, es la credibilidad.

Pero Jorge Medida cuando se refiere a “la iglesia” está pensando en la institución eclesiástica. Esta, ¿no ha perdido “toda autoridad”? ¿Es creíble? Ciertamente no todos los curas somos abusadores. Conozco tantísimos que no lo son. La iglesia que comienza su reconstrucción encontrará ciertamente curas que acompañarán a sus comunidades con humildad y espíritu de servicio. Pero hoy los clérigos, en general, somos sospechosos. Los obispos, uno tras otro, van cayendo como palitroques. Duele verlo, pero es verdad.

Duele, pero también, bajo otro respecto, nos produce alegría. Estamos cada vez más cerca de la iglesia en la cual quedó estampado Cristo. Los cristianos creemos en la Iglesia que creyó en Jesús. Ninguno de nosotros ha creído o podría creer directamente en Cristo. La iglesia es la única foto que tenemos de él. Para reconocerlo a él, disponemos de los recuerdos heredados por la Iglesia, comenzando por los evangelios que ella misma escribió.

Si el día de mañana la gente deja de creer en Cristo por culpa nuestra, les quedarán unos textos que tienen dos mil años de antigüedad redactados por cristianos no muy distintos de nosotros.

Termina el cardenal: “no está de más recordar, en toda circunstancia, que ‘todo coopera al bien de los que aman a Dios’ (Rom 8, 28), verdad que la sabiduría popular tradujo en el refrán que ‘Dios escribe derecho sobre líneas torcidas’”.

Sí y no. Estoy de acuerdo con el Cardenal Medina en cuanto el testimonio del Evangelio pasa por testigos como nosotros, mediocres, pecadores, inverosímiles. Nada engaña más acerca de Dios que el puritanismo. Pero, usada en este contexto, la frase popular citada por el cardenal funge de auto-absolución de una institucionalidad que no da para más.

Esta suerte de auto-perdones de los eclesiásticos, bien vale subrayarlo, exasperan al pueblo creyente que en las últimas décadas ha sido maltratado por su manera de entender la vida afectiva y sexual, revelándose últimamente que el problema, a este propósito, lo teníamos nosotros los consagrados.

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