Campana rota, cuando suena en la ciudad, no convoca

Además de transición, recordemos que crisis significa “decisión” y “juicio”.  Frecuentemente se recurre  a este concepto para referirse a fenómenos o momentos muy complejos. 

Crisis hace referencia tanto  a una ruptura de las dinámicas y equilibrios anteriores, como la dificultad o incapacidad presente para manejar, regular o asegurar estabilidad en cualquier sistema: un ser vivo, una institución, un gobierno, etc. 

Esta sensación de inseguridad y de incertidumbre es la que se percibe hoy en la Iglesia. Por muchas razones, pero especialmente porque la crisis no se percibe coyuntural, sino sistémica.  En las crisis coyunturales los problemas pasan y “las aguas vuelven a su caudal”. En las crisis sistémicas  las cosas no pueden ser como antes. El sistema necesita cambiar en sus estructuras y en su cultura. Este es el desafío hoy de la Iglesia Católica en Chile. 

Las crisis forman parte de un proceso: se incuban, se desarrollan y estallan finalmente por algún un factor detonador. Pero ¿qué se incubó en nuestra Iglesia?

Desde el Concilio Vaticano II la Iglesia se redefinió como comunidad-pueblo de Dios.  Sin embargo, hubo grupos que nunca renunciaron a la cultura jerárquica tradicional  e incluso autoritaria en su interior. Fue en esos espacios de cultura autoritaria donde se han incubado los abusos históricamente.

La autoridad ejercida como poder institucional con prácticas abusivas de ese poder y con exclusiones hoy incomprensibles, especialmente el de la mujer, y el laicado, en general, considerando que las personas pueden estar al servicio incondicional de la institución. 

Hemos constatado abuso de personas, de sus conciencias, de sus tiempos y de sus cuerpos. Además del abuso sexual y psicológico se institucionalizó la práctica del silenciamiento y el encubrimiento de hechos inmorales penados por la justicia canónica y civil. Tanto el abuso como las estrategias de ocultamiento o dilación de justicia han escandalizado y dañado la credibilidad de las autoridades de la Iglesia y el Clero. 

Es una crisis también de la ética y de la justicia institucional en una cultura que naturalizó la relación asimétrica de la dominación. Lo que en un momento y en un contexto se entendía como “bueno” porque se ponía a la institución, al abusador (proteger al abusador) por encima de la víctima, hoy pasa a ser tergiversación y manipulación del sentido de pertenencia a la Iglesia. Era manipulación clerical, manipulación de conciencias.

Ocurre también que nuestros análisis han olvidado frecuentemente a las víctimas femeninas. Cabe preguntarse si son ellas las que callan o hay barreras estructurales o institucionales que lo dificultan.  Estas son las heridas del alma que nos compartieron las víctimas de Karadima.

La crisis aparece entonces como una ruptura que indica que la antigua estructura ya no puede cumplir su función de contención. En estas situaciones críticas de la institución los sujetos pierden sus referencias y cuestionan sus lazos. Es una crisis de sentido de pertenencia.

Crisis de las significaciones y las referencias religiosas. Las personas se cuestionan sus identificaciones, la fiabilidad de sus lazos de pertenencia.  Estas significaciones y su resonancia individual constituían un entendimiento que se ha trizado. Esa es “la campana rota” que cuando suena en la ciudad no convoca. 

Nuestra sociedad necesita credibilidad y referentes en quien confiar. Pero nuestra Iglesia, junto a tantas otras instituciones ha perdido su capital de confianza. Ya no es tan creible como antes.

Esta crisis de credibilidad  va a exigir recuperar confianzas  desde un lenguaje  tanto verbal como testimonial como el de Francisco: …Las dificultades presentes son también una ocasión para restablecer la confianza en la Iglesia, confianza rota por nuestros errores y pecados y para sanar unas heridas que no dejan de sangrar en el conjunto de la sociedad chilena. (Carta de Francisco a los obispos de Chile)

Francisco llama a Roma  a los obispos para buscar solución a la crisis. ¿Cómo remediar y evitar para siempre los abusos de conciencia, de poder y, particularmente, sexuales en el seno de la Iglesia? 

Ellos fueron el desencadenante de esta crisis. Como parte de la crisis, es  tiempo de decisiones ejemplares. Es tiempo de transparencia, de sanación terapéutica, lo cual  supone  reconocimiento del error.  

Es tiempo de perdón, de pedir perdón y de ofrecer perdón. 

Es tiempo de reparación de la dignidad de los abusados.  

Es sobre todo tiempo de prevenir. ¿Pero cómo reparar los daños causados?  Es parte de la tarea que deben realizar los obispos en Roma. La capacidad y generosidad en la reparación, pienso, puede ser la clave de la recuperación de las confianzas. Los cambios de estructura eclesial son necesarios, pero los cambios en la cultura son imprescindibles. 

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