Fernando Chomalí, arzobispo de Santiago, presidió su primer Te Deum ecuménico antes las máximas autoridades del país, como es tradicional en Fiestas Patrias. Entre los cristianos, orar por la patria es tan necesario como orar por la paz, que tanta falta nos hace.
No tendría nada de extraño según la tradición, si no fuera por el sólido, contundente y trascendente documento, donde expresó un sentido llamado a la unidad y concordia nacional. En un concierto de crisis profunda en que se ve envuelto el país. Apelando a un entendimiento antes que a un enfrentamiento; en beneficio del bien común. Cabe recordar durante el tiempo aciago de Chile, el cardenal Raúl Silva Henríquez se atrevió a ser "la voz de los sin voz", oportunidad que no perdía para denunciar los atropellos a los derechos humanos y las demás tropelías que cometían los organismos represivos de la dictadura de Pinochet.
Al cumplirse 117 años de su natalicio es bueno dejar constancia de su abnegada labor pastoral, asumiendo el compromiso de la Iglesia Católica con los más pobres de los pobres. Sus detractores, dentro y fuera de ella, lo intentaron de motejar de "el cura rojo" por su consecuencia con el evangelio de Cristo.
El arzobispo Chomali, probable futuro cardenal, habló fuerte y claro, después de varias décadas de silencio culpable, evidenciado el cisma al interior, tras el fracaso de la visita del papa Francisco y el destape de una "Iglesia Santa y Pecadora de Todos los Días" (el libro-denuncia de Reinaldo Sapag), lo que obligó a renunciar a todos los obispos de la Conferencia Episcopal Chilena.
Trasladado desde Concepción a la ciudad capital, monseñor Chomali, un conservador erudito y con basto conocimiento de la realidad nacional, fue explicito en el lanzamiento del libro "Gracias Señor por el dolor" del joven sacerdote Gonzalo Guzmán Karadima, respecto de que no permitirá -y menos protegerá- los hechos de tantas perversiones inmorales que acontecieron en la Iglesia de El Bosque.
Le faltó una autocrítica. Los Karadima, Precht, Poblete, Piñera, Cox, Órdenes, O'Reilly, Berríos, Barros han dañado profundamente la credibilidad en la fe, en una institución religiosa que tiene que proteger a la juventud, en vez de abusar de ella. La cruz que carga el obispo es tanto o peor que la sufrida por Cristo.
Nos señaló con mucha angustia y pasión cómo vivimos entre rejas; cómo la violencia, la delincuencia y el narcotráfico impiden que gocemos de los espacios públicos. Las injusticias sociales, en los adultos mayores, las paupérrimas pensiones, el irrespeto a la vida, que es pan de cada día. Lo peor es el abandono de niños, niñas y adolescentes, que no estudian ni trabajan, sin presente ni futuro, cuando no son parte de bandas organizadas.
Del fondo de su corazón lanzó un llamado desesperado, a todos y a todas, sin distingo alguno, especialmente a los que tienen poder. Basta ya con tanta corrupción que está corroyendo ¡el alma de Chile! Ponerle atajo ahora es la tarea prioritaria de quienes aman este gran país. Una iglesia renovada, acorde con los tiempos en que estamos, inclusiva, abierta, transparente, respetuosa de la persona, es lo que los fieles esperan como un espejo virtuoso a seguir, ¿será mucho pedir?
En tantos hechos que han golpeado a la opinión pública, últimamente el llamado a la unidad nacional se hace imprescindible. Las iglesias tienen un rol histórico que jugar en este cometido, nadie sobra, solo nos falta un poco de humildad cristiana. Es de esperar que a esa hermosa homilía no se la lleve el viento del olvido, causando otra desilusión, sin retorno ni esperanza.
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