Cura de mi pueblo

Después de un largo tiempo sin asistir a una misa, el sábado pasado estuve en mi querida ciudad de Santa Cruz participando de una eucaristía por motivos familiares. Aunque me considero agnóstico, mi pasado católico y las verdades que por fin están saliendo a la luz respecto al sistema de abuso de la Iglesia Católica en Chile fueron motivación suficiente para hacer el ejercicio de atender el sermón del sacerdote. 

El evangelio que esa tarde expuso el cura Pedro La Paz correspondió a aquel pasaje bíblico de San Marcos (capítulo 10, versículos 2 al 16) en que se refiere a la relación de Cristo con los niños: “Le acercaban niños para que lo tocaran, pero los discípulos les regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis, de los que son como ellos es el reino de Dios»” 

El cura La Paz habla pausado, con ese tono cansino propio de varios sacerdotes de pueblo. Había olvidado cuán distante se ubica el altar respecto de los parroquianos. Esa distancia se acrecentaba a medida que el cura se refería a una iglesia chilena perseguida por los medios de comunicación y aludía a cierta intencionalidad en sectores de la sociedad que querían ver cómo se chacreaba y destruía todo en la iglesia católica.

A esa altura, el sermón se convertía en una apología al rol histórico de la iglesia y a lo mal agradecido que éramos los chilenos al mirar “sólo una parte de la realidad”. 

Mi mirada se clavó en las y los parroquianos que estaban a mi alrededor, quienes asentían con total naturalidad ante estas palabras dichas por el sacerdote. 

Reconozco que mis expectativas no eran precisamente encontrar una crítica progresista y que afrontara la crisis, proviniendo de una parroquia que se ha caracterizado históricamente por asumir un comportamiento conservador y lejos de la vanguardia.

La actitud del cura La Paz me hizo confirmar lo lejos que estamos de ver una iglesia que asuma responsabilidades, y que por el contrario, protegidos bajo la solera de la fe continúan tratando de manera pueril a sus fieles. 

Sabemos que Ezzati, Errázuriz y Karadima representan los íconos jerárquicos y autocráticos del poder institucional. Así como no hay coroneles sin soldados, también existe en la iglesia rostros anónimos, cuya labor es clave para custodiar ese poder. El cura La Paz personifica fielmente a ese soldado obediente y funcional para la batalla que lidera la iglesia conservadora.

Al conocer los mecanismos de cultura institucional de la Iglesia, esta actitud defensiva y proteccionista representa un libreto diseñado a la medida para proseguir disertando desde ese amparo de la fe y el dogma. 

En momentos que conocemos espeluznantes casos de abusos sexuales y violaciones cometidos de manera sistemática y durante décadas por sacerdotes de la curia chilena, resulta tremendamente violento las declaraciones realizadas por sacerdotes con este nivel de negación. Provoca - a lo menos - susto y preocupación. También rabia e impotencia. 

“La paz esté con ustedes” concluyó el cura en la misa. Como si no estuviera pasando nada.

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