“Ecumenismo del odio”, una peligrosa simbiosis religiosa

La frase entre comillas es del connotado jesuita Antonio Spadaro, director de la centenaria y prestigiada revista católica italiana de la Compañía de Jesús, La Civiltà Cattolica. El concepto es descrito en el reciente artículo del mes de julio, “El fundamentalismo evangélico y el integrismo católico. Un sorprendente ecumenismo”.

Spadaro reflexiona acerca de un fenómeno que comienza a ser global y que aflora en grupos radicales que instrumentalizan la fe cristiana para fines políticos. Se trata de un renovado intento teocrático, ya presente en Europa y Estados Unidos, así como en Colombia, Brasil y Chile.

Mientras el mundo observa con estupor el resurgimiento de estados teocráticos inspirados en el fundamentalismo islámico, silenciosamente aflora este impulso restauracionista del imperio de la fe cristiana en el ámbito político.

Grupos fundamentalistas evangélicos e integristas católicos aprovechan el contexto de una realidad marcada por grandes transformaciones culturales, para intentar la reconquista del poder político a través de la fe, donde los destinatarios son electores creyentes, a quienes buscan persuadir con el miedo y con la apología del caos cultural.

Se trata de un ecumenismo desvirtuado, porque alienta la convergencia religiosa en un terreno impropio, el de la política; mientras que el ecumenismo virtuoso encuentra serias dificultades de avance y acogida en su propio espacio, el de la fe, donde subsisten serias desconfianzas y rivalidades.

Como dice Spadaro, “esta unidad se produce para objetivos comunes en temas como el aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo, la educación religiosa en las escuelas y otras cuestiones morales o relacionadas con los valores.” Y agrega que, en ese ecumenismo invertido, “la intolerancia es la marca celestial del puritanismo, el reduccionismo es el método exegético y el ultra-literalismo es la clave hermenéutica”. Y añade, que se “expresa en la oportunidad de influir en la política, parlamentaria, legal y educativa, para subordinar las políticas públicas a la moral religiosa.”

Spadaro, es un cercano colaborador y consejero del Papa Francisco, por lo que identifica el ecumenismo del Papa en la línea de la inclusión, de la paz y de la fraternidad, opuesto a ese otro estilo, marcado por odiosas marginaciones y divisiones. Y para evitar cualquier confusión advierte que “Francisco rechaza absolutamente la idea de la realización del Reino de Dios en la tierra”, idea que subyace a esa simbiosis religiosa entre grupos radicales cristianos.

En Chile el fenómeno existe y tiene sus propias particularidades. Tal vez el signo más elocuente es el llamado “bus de la libertad”. Una iniciativa que partió en febrero en España, donde provocó los mismos efectos que en Chile.

En esa iniciativa subyace el integrismo católico español, agrupado en torno al movimiento ultra conservador HazteOir y a su fundación CitizenGo. Ahí radica el núcleo estratégico de replicar dicha experiencia en Chile, esta vez con el decidido protagonismo de grupos fundamentalistas evangélicos locales.

El bullicio cristiano callejero contrasta con el silencioso trabajo de algunos intelectuales católicos conservadores, que han hecho de la Pontificia Universidad Católica de Chile un bastión ideológico para contrarrestar el amplio espectro de los temas de la moral sexual y familiar, que preocupan a gran parte del episcopado chileno.

Ejemplo de ello, es la profusa documentación que sale de esa universidad. Baste señalar el Cuaderno 39, de Diciembre de 2016, “Comunicación y Género”, de la Facultad de Comunicaciones; así como el cuaderno 35 de la revista Humánitas, de abril de 2017, “Introducción a la Ideología de Género”, documento prologado por el cardenal Errázuriz y que en siete reflexiones aborda dicho tema.

Siendo legítima la preocupación de los obispos, en el fondo ello pareciera ser parte de una iniciativa pastoral que busca influir en la política pública. Así, el episcopado pareciera querer reeditar aquella estrategia preconciliar, que convertía al laicado en el “brazo largo de la jerarquía”, mediante el cual los laicos actuaban en los distintos espacios de la vida pública para instaurar el Reino de Dios en la tierra.

Consecuentemente, aquel brazo largo de los obispos vuelve a operar en la cultura, a pesar de que el Concilio Vaticano II corrigió aquella viciada jerarquía, reconociendo la autonomía del laicado en todos los ámbitos de la vida humana y garantizando el más absoluto respeto de la conciencia personal.

De esta manera, los deseos de los obispos se rearticulan intelectualmente en centros del pensamiento, para llevarlo a esa Iglesia militante a través de parroquias, colegios y a centros de adoctrinamiento, como la Academia de Líderes Católicos, regentada en la misma PUC. Con esa estructura, el pensamiento episcopal trata de permear la conciencia laical en una sociedad abierta y plural.

Los cristianos formados saben que los obispos equivocan el camino, porque junto con instrumentalizar al laicado, infantilizan a la vocación mayoritaria de la Iglesia y vulneran una cuestión esencial del Concilio.

En el otro lado de la vereda, se ha sabido que el conocido e influyente predicador evangélico David Hormachea, tiene contemplado venir a Chile antes de las elecciones presidenciales, con el objeto de orientar el voto del mundo evangélico, en función de los criterios morales que él defina.

Éste es el ecumenismo del odio que describe Spadaro, donde algunos fanáticos cristianos comienzan a transformar la fe en la trinchera de una supuesta guerra santa, que reaviva aquellas viejas cruzadas, donde el nombre de Dios era usado para cometer las más crueles atrocidades. Lejos de la verdadera causa de la fe, estos actos sólo profundizan la increencia y el rechazo a las iglesias.

Hoy más que nunca, el verdadero ecumenismo entre los cristianos enfrenta un gran desafío: fortalecer la unidad para testimoniar el verdadero potencial de servicio de las Iglesias a una sociedad abierta y plural, en clave de respeto y misericordia.

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