Entre la vida y la muerte

Hace un año pasaba mis días sentado frente un computador todo el día. Escribiendo correos, haciendo llamadas, redactando comunicados, creando campañas en redes sociales, etc. Hoy, mis días los vivo en un hospital.

Dejé Santiago por Estados Unidos. Salí de trabajar a tiempo completo en relaciones públicas para pasar a ser un capellán. Me imagino que se estarán preguntando qué es un capellán. Yo tampoco podría haber respondido esa pregunta cuando recién llegué a Estados Unidos. Ahora explico mi profesión al decir que soy alguien que da apoyo espiritual y emocional a pacientes, familiares y el personal que trabaja en el hospital.

Generalmente somos personas con algún entrenamiento teológico (curas, pastores, rabinos, etc.) y llegamos a este camino en donde toda las teorías y doctrinas chocan con la realidad de nuestra humanidad.

Es complejo explicar qué es lo que se hace cuando se da apoyo emocional y espiritual. No hay una lista de pasos a seguir, ya que cada caso y cada paciente son únicos. En este año he visto a muchas personas morir, más de las que había visto en todos los años anteriores durante mi vida. A algunos los conocí por días, semanas o meses y a otros solamente los conocí cuando ya habían fallecido. A través de familiares y amigos pude conocer sus vidas y quiénes eran.

Ser parte de final de la vida de una persona no es algo de lo que hablamos mucho. Ni siquiera conversamos con nuestros seres queridos sobre qué hacer si no podemos tomar decisiones médicas por nosotros mismos. Al no tener estas conversaciones entonces son los familiares directos los que deben decidir qué hacer. Y ese es un peso grande.

Hay quienes deciden intentar todos los tratamientos, procedimientos y medidas para prolongar la vida, incluso si la calidad se ve disminuida. Otros, toman la decisión de enfocarse en la calidad de vida, sabiendo que el tiempo de vida será más corto. Ambas opciones son válidas y correctas. Las dos opciones nacen del deseo de dar lo que consideramos mejor a quienes queremos.

En medio de diágnosticos de cáncer, de tratamientos fallidos, de accidentes de tránsito, de víctimas de violencia y de muchas otras tragedias de las que soy testigo a diario, hay quienes buscan a Dios. A su Dios, no al mío (aunque pueda ser el mismo), pero no todos nos relacionamos con Dios de igual forma ni creemos las mismas cosas. Cuando la fe se cruza con la humanidad no todo hace sentido.

Mi rol es estar ahí, escuchar, apoyar, a veces confrontar y en su mayoría alentar. No puedo apretar un botón y curar a mi paciente. Ojalá tuviera ese poder. Lo que sí puedo hacer es traer esperanza, no necesariamente de que todo estará bien (porque eso no lo sé), pero esperanza de que no estarán solos y de que juntos podremos salir adelante.

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