Iglesia en crisis

Pedro Rodríguez Carrasco
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Abuso es la palabra síntesis. Parecía perdida la esperanza y el Espíritu sacudió al sucesor de Pedro, el de las calumnias. Clérigos abusadores, cómplices, encubridores, ciegos y sordos. Pocos son “voz en el desierto” (Is 40,1-11) que desde las periferias apoyan a las víctimas. 

Jesús dijo, “vayan a decir a Juan lo que han visto, los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y se les anuncia a los pobres la Buena Nueva. Y bienaventurado aquel a quien yo no le sirva de escándalo” (Mt 11,4-6; Cf. Lc 7,22-23)

Jesús confronta a jefes y autoridades que se cuidan a sí mismos, la tarea del creyente es ir al que sufre,  jamás hacer sufrir y abandonar. Francisco también ha confrontado a los obispos chilenos. ¡Qué fuerte! 

Jesús llamó a los que él quiso (Mc 3,13), ser discípulos y apóstoles, es decir seguidores abiertos al don del Reino y enviados a anunciar la Buena Nueva. Entre creyentes se establecieron funciones y ministerios, pero “clero” y “jerarquía” (poder sagrado) como casta separada fue un invento posterior de un cristianismo mimetizado con las estructuras imperiales y monárquicas.

Una cosa es comprender el sacramento del orden al servicio de la Comunidad creyente y otra cosa es dividir la Comunidad entre privilegiados y el resto que se queda con las migajas. Este es el fondo del problema del que emerge y sustenta el “abuso”. Es su plataforma de posibilidad. 

Una inercia de siglos y para pesadilla nuestra, a su regreso de Roma, los obispos mantienen un lenguaje anodino, oblicuo, zigzagueante y eufemístico. Hablan de errores, pecados, faltas, acciones impropias, faltó diligencia, que no son detectives, que no quisieron decir tal o cual cosa, que a las víctimas no se las trató ni mal ni de mentirosas. Como Adán desvían responsabilidad “la mujer que me diste por compañera” (Gn 3,12) y olvidan a Jesús que fue llevado a juicio por “la verdad” (Jn 18,37). 

Evidentemente no son expertos. De hecho Jesús eligió discípulos y apóstoles entre gente común, sin más conocimientos que la pesca. ¿Exige el Evangelio conocimientos? No, sino la acogida y el cuidado de Buen Samaritano; el anuncio profético; la comunión fraterna, el servicio humilde.

Expertos son otros, vienen en auxilio y existen en abundancia y siempre se ofrecen generosamente. Los ministros no fueron llamados para mirar sobre su hombro, ni para tratar conflictos con lobby, ni para maniobras políticas que privilegien tendencias en beneficio propio, ni para la protección corporativa de un estatus. 

Con este giro, el Papa casi regresaba la esperanza en la dañada institucionalidad de la Iglesia, pero se enturbia todo cuando las palabras terminan soslayando responsabilidades. Todos no es ninguno, como Fuenteovejuna. No sabían, no se enteraron. Negación del lobby entre cardenales con asesoría de expertos y la consigna, “la serpiente no prevalecerá”. Ahora quieren estudiar los antecedentes, muy tarde. 

Detrás hay una visión de mundo y un accionar en consecuencia, contrapuesta a las críticas del Papa. En esa visión, de herencia imperial, se comprende a la autoridad como el centro de la comunidad y se la carga con un contenido pseudo teológico-espiritual, objeto de obediencia por sobre la conciencia. Ante esta visión el Papa habla de un “cambio de centro eclesial”. Esta institucionalidad creación humana, responsable de la misión dada por Jesús, ha distorsionado su sentido y ha dejado de ser pertinente en la historia.

O reencuentra su centro en Cristo y se replantea como servicio, o se hace responsable de no ser fiel a su misión: velar por los hermanos y que todos llevemos la Buena Nueva. 

Son delitos, crímenes y Karadima no está sufriendo, O’Raily tampoco. Que quede claro, las maquinarias para delinquir no se generan individualmente. Las cofradías El Bosque, La Familia en Rancagua, el Sodalicio en Perú, etc., son asociaciones cuya pertenencia se establece desde el sometimiento y la dominación de la conciencia, con mecanismos de coacción a búsquedas diferenciadoras.

Operan así desde las sombras, pero se muestran piadosos y funcionales a la luz del día. Estas estructuras se alimentan de ese mismo discurso pseudo teológico y espiritual. El Soquimich católico. 

Los laicos comprometidos con su fe lo tienen más claro, los ministros no. El creyente siente dolor y rabia porque les sea tan difícil comprender, como camino a Emaús, a una “jerarquía” persistente en salvar su prestigio. Estos creyentes sí se alimentan del Evangelio, se toman en serio la comunión y el servicio a los excluidos, aunque sean tratados como minorías, tontos, violentos, sacrílegos, zurdos e infiltrados. 

El creyente por convicción, con fe madurada en el ejercicio de la reflexión de la Palabra y de los signos de los tiempos, se atreve a preguntar y a cuestionar cuando algo le parece contrapuesto al Evangelio, a riesgo de contradecir a sus pastores.

Qué dolor y qué desazón. Y aquí estamos, porfiadamente creyentes. Los  cambios de obispos y reforma eclesial es una urgencia ética, una vez que los obispos persisten en un discurso sin variación de, al menos, no entender qué está pasando con los ministros ordenados y con un laicado activo.

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