Mi respuesta a Francisco

Creo en Dios. Escogí conscientemente ya joven adulto y en edad de casarme a la Iglesia Católica como mi Iglesia. Mi matrimonio religioso intentó ser ecuménico al recibir las bendiciones divinas a través de un cura católico, gran pastor de jóvenes, y de un pastor metodista, pensando en igual característica que tuvo mi abuelo materno.

No puedo dejar de hacer esta reflexión cuando me entero del fallecimiento el pasado 5 de enero de don Sergio Contreras Navia, querido Obispo Auxiliar de Concepción en los años 1974 a 1977.

Eran los primeros años de la dictadura militar cuando mi Iglesia asumió con fuerza su compromiso con la defensa de los Derechos Humanos y la protección a los perseguidos.

En particular, estudiantes universitarios y académicos encontramos refugio, esperanza y solidaridad concreta en su labor Pastoral. Resuena todavía la voz firme de nuestro Cardenal Silva Henríquez acompañada de Pastores como Monseñor Contreras Navia, quien estuvo siempre con nosotros: inteligente, empapado de la voz de la fe, reflexivo, generoso y sencillo nos distinguió con su especial atención.

Vivíamos en esos años en la Villa San Pedro en época de toque de queda riguroso impuesto por el gobierno militar.

Don Sergio aceptó darse tiempo, que siempre reconoceremos, para bautizar a mi pequeña hija Lorena que se vio más linda que nunca en esa íntima ceremonia en la parroquia El Buen Pastor, hermosa coincidencia en su nombre para nuestro querido Pastor. Luego con toda sencillez y amistad compartió con nosotros en casa.

Disfrutamos de su palabra, de su alegría, de su consejo.

Compartimos comida y bebida. Fueron momentos preciosos.

Hace muy poco, con fecha 20 de agosto de 2018, recibí carta del Papa Francisco dirigida al Pueblo de Dios.

Al leerla con amargura, rabia y desolación, no he podido sino preguntarme, mi Iglesia ¿qué te has hecho?

Nos escribe el Santo Padre. “En los últimos días se dio a conocer un informe donde se detalla lo vivido por al menos mil sobrevivientes, víctimas del abuso sexual, de poder y de conciencia en manos de sacerdotes durante aproximadamente setenta años…El dolor de estas víctimas es un gemido que clama al cielo, que llega al alma y que durante mucho tiempo fue ignorado, callado o silenciado. Pero su grito fue más fuerte que todas las medidas que lo intentaron silenciar o, incluso, que pretendieron resolverlo con decisiones que aumentaron la gravedad cayendo en la complicidad”.

Reconoce Francisco que en distintas partes del mundo se realiza un trabajo y se han ido tomando medidas que den seguridad y protejan la integridad de niños y adultos en estado de vulnerabilidad, se implemente la “tolerancia cero” y se apliquen los modos de rendir cuenta por parte de los autores y encubridores de estos delitos.

Pero también nos invita. “Es necesario que cada uno de los bautizados se sienta involucrado en la transformación eclesial y social que tanto necesitamos”. Espera y necesita una participación activa de todos los integrantes del Pueblo de Dios. Nos dice. “Hoy nos vemos desafiados como Pueblo de Dios a asumir el dolor de nuestros hermanos vulnerados en su carne y en su espíritu”.

Necesitamos volver a la Iglesia de la Gente.

Estoy seguro que si usted nos escribió es porque nos necesita.

Le hago llegar mi humilde respuesta a su Carta.

Plena y total colaboración con la Justicia para castigar a los autores y encubridores de estos crímenes.

Pleno reconocimiento y solidaridad con las víctimas, en ellos está el rostro del Cristo sufriente.

Nuevas directrices implacables sobre el ejercicio sacerdotal y su pleno y total respeto amoroso a los más débiles, los niños entre ellos.

Abramos las Parroquias a las víctimas, generemos conversión y diálogo de toda la comunidad eclesial, sanemos nuestras heridas y volvamos a ser parte de una Iglesia en plena comunión con Cristo.

Que nunca más tenga que escribirse como el Cardenal Ratzinger en el Vía Crucis del 2005, “¡Cuanta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a él! ¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia!”.

¡Qué la Iglesia Católica vuelva a ser mi Iglesia!

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