Censo y salud

Hace unos días, el Instituto Nacional de Estadísticas dio a conocer los primeros resultados definitivos del Censo 2017. Si comparamos con los hallazgos de hace 25 años según el censo de 1992, casi podríamos decir que hoy se trata de otro Chile.

¿Será importante considerar esta inmensa “radiografía poblacional” para establecer políticas y programas de salud? Indudable que sí, aunque no se han escuchado planteamientos de política pública que se enfoquen a esta nueva composición de país. 

Según el Censo, Chile crece a una tasa media anual de 1,06%, vale decir sigue creciendo aunque a tasas menores que antaño, destacando Tarapacá como la región que más crece ( 2.3% ) y Los Ríos como la que menos crece ( 0,5% ).

Esto significa que la diferencia resultante entre nacimientos y defunciones sumado al saldo migratorio, supera el valor de cero.

En Chile hay más mujeres que hombres ( 51.1% ), sin embargo en las regiones geográficamente extremas como Tarapacá y Magallanes el índice de masculinidad es mayor.

Un cambio relevante lo constituye la composición etaria que muestra una pirámide poblacional de tipo regresiva, es decir una población vieja donde por cada 10 niños hay seis adultos mayores.

En los últimos 25 años los niños - que eran casi un tercio de la población - se redujeron a un quinto. En cambio, los adultos mayores aumentaron de un 6,6% a 11,4% del total de la población.

En cuanto a la población económicamente inactiva o en situación de dependencia, ésta ha disminuido desde 1992, pero se ha modificado su composición principalmente a expensas de la disminución de la población infantil y con aumento de los adultos mayores.

El modelo de salud actualmente existente en Chile no está dando cuenta de este “otro Chile”.

Las políticas públicas siguen concentradas en acciones cortoplacistas tendientes a resolver el problema más manifiesto del momento, que habitualmente no es nada más que la consecuencia de un problema mayor que está invisibilizado o simplemente no queremos abordar.

Es el caso de las ofertas de “disminuir las listas de espera, tener más especialistas, construir más hospitales” entre otras.

No se escuchan planteamientos como abordar de verdad y en forma integral a la población mayor de 65 años con modelos tendientes a agregar calidad de vida, en torno a su mundo natural, cercano y familiar en su propio barrio y en base a sus actividades rutinarias.

Es cierto que debemos curar su enfermedad, pero no sólo hacernos cargo de ésta. Solamente el abordaje de la enfermedad constituye un círculo vicioso que nos ocupa por entero y no permite dar cabida a estrategias que prolongan la salud y bienestar.

En forma extraordinaria debiéramos instalar al adulto mayor en una cama de hospital, para no perpetuar la percepción del viejo de ser una doble carga para la sociedad: su asistencia y el abandono familiar, además de la mayor dependencia que perpetúa la pobreza.

¿Queremos proteger la enfermedad y preservarla? ¿O queremos mantener la salud?

La radiografía censal de Chile nos está dando muchas pistas, ha nacido ya una nueva experiencia de enfermedad y debieran surgir ahora nuevas formas de observar su génesis, su evitabilidad y la racionalidad para abordar las amenazas.

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