Chile empepado

Cuando adolescente escuchaba hablar de las “pepas”, como unas pastillas que provocaban estados de placer y euforia. Era el nombre popular a las metanfetaminas como el desbutal, más conocido como la “rubia de ojos celestes”, haciendo alusión a su diseño: una mitad amarilla y la otra celeste. 

Aunque su uso médico tenía contemplado otros fines, su uso popular asociaba a fiestas, resacas, algarabías, como un circuito personal de Sísifo. Entre toques de queda y estados de emergencia, se buscaba extremar los sentidos, producir y alargar la euforia.  Algo así como el NZT, la cápsula mágica de Limitless, pero usada para fines dionisiacos. 

El desbutal en nuestro país como marca dejo de existir o se discontinuó dicho en jerga comercial. Pero lejos fue porque la demanda haya dejado de estar, sino seguramente por la obsolescencia de sus propiedades, y la aparición de otras con mayor eficacia y menores efectos indeseados. 

Pero 30 años después la situación se ha trastocado completamente,  al punto que lo que era anécdota, hoy es lo trivial. 

A que me refiero. El año 1992 el estudio “Consumo de antidepresivos en Chile entre 1992 y 2004” de la Revista Médica, señalaba que la ingesta de estos fármacos había aumentado un 470%.

O sea, por cada 1.000 habitantes, un incremento de 2,5 en 1992 a 11,7 el 2004 de dosis diarias. En solo 12 años. Cifra despampanante, al modo de una atractiva rubia de ojos celestes. 

En diciembre del 2017, se conocieron los  resultados del Duodécimo Estudio Nacional de Drogas en Población General realizado por SENDA, donde se constata, el aumento sostenido en la venta sin receta médica, mercado informal, de alprazolam, valium, diazepam, ravotril y otros.  

Estas pueden llamarse con toda autoridad las nuevas “pepas” de nuestro tiempo. 

Según otros datos, de la CENABAST,  la institución hizo compra de Ritalin o su genérico metilfenidato, usado para controlar los síntomas de hiperactividad o trastorno de déficit atencional, por un monto de 377 millones el 2015, que ascendieron a 733 para el 2016.

Actualmente se comercializan al año, 4 millones de cajas de tranquilizantes y ansiolíticos; 4 millones y medio de antidepresivos y casi 2 millones y medio de inductores del sueño.

La Fentarmina usada como inhibidor del apetito, pero que es de la familia de las anfetaminas, durante los últimos cinco años, según datos del Instituto de Salud Pública (ISP), aumentó de 3.565 cajas vendidas en 2012, a 970.574 en 2017. 

Chile está empepado por decirlo en lenguaje ochentero. Qué duda cabe como se diría en un debate político. 

Pero a diferencia de décadas pasadas, ya no es su consumo para alargar la euforia  o suspender la realidad, y luego volver a ella con algo más de ganas. Ahora es para su uso inverso. No para suspender la realidad, sino para poder funcionar con éxito  en el día a día. 

Mirado así, la cordura, eso que entendemos como el apego a la realidad y a sus exigencias internas de rendimiento, acompañada por algún tipo de éxito y estatus, es vivida como un padecimiento. Vaya paradoja. En algún sentido, algo así como enfermos de cordura. Sobreadaptados. 

¿Es esta otra patología de la llamada modernización social o, es este tipo de modernización una patología? 

Otra historia. En los años de la crisis de los 80 en Chile, cuando El PIB  se redujo hasta en un 14,3% y el desempleo aumentó al 23,7%; era común encontrarse con ingenieros, abogados, profesores, dentistas o cualquier otro profesional, desempeñándose en las más variadas ocupaciones u oficios: taxistas, clases particulares, “pololos” en general. 

Ser cesante era casi una herida de guerra. Una especie de galvano social. Estaba la idea latente que no habían solo “culpas” personales. Y eso lo hacía más soportable. Era más bien la incapacidad del “sistema” donde iban dirigidos los dardos, la rabia personal o social. 

Hoy día la situación es radicalmente distinta. Situaciones como esas u otras, son vistas y sentidas, a pesar de las racionalizaciones, como fracasos personales, tanto por los propios afectados como por los demás. 

Y la rabia, antes dirigida hacia el exterior, ahora es hacia si mismo. Lo que era ira en el fracaso, hoy es depresión, ansiedad, insomnio, baja autoestima, etc., por no poder acercarnos al ideal social de yo. El conflicto social se ha traslado a una guerra interior.

Nos explotamos a nosotros mismos. Y de esa forma nos controlamos y se ejerce el control social. Ya no es solo pura sociedad represiva, tampoco puro disciplinamiento vía institucional o vía consumo. Hoy es más bien autocontrol. La técnica de poder es seductora, no prohibitiva.  

Esto no quita que existan variadas resistencias y apelaciones contra el “sistema” Pero el status quo no teme a eso, la indignación, la rabia contra la precariedad y estrés laboral,  la ansiedad económica, el desencanto contra la clase política o la pérdida de la confianza en los otros. Finalmente todo eso terminará en todo lo contrario, en el reforzamiento del mismo. 

Los conflictos presentes parecieran por ahora, no poder objetar el sistema, sino sólo discutir su modo de habitarlo.

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