Discursos aguados

El discurso no es solo un mensaje destinado a ser descifrado, es también un producto a disposición de los demás cuyo valor se define en relación con otros productos. Y es que, además de instrumento de comunicación, la lengua es un signo externo de riqueza y un instrumento de poder (Bordieu, P.). Esta premisa nos invita a justificar y pensar las palabras, intentando develar la intención oculta detrás de las propuestas para salud que están haciendo hoy los candidatos a la presidencia en nuestro país.

Explorando las propuestas vertidas a la prensa, A. Guillier señala, “la prioridad es la salud primaria y fomentar la llegada de especialistas a los servicios de salud en regiones. En el caso de los sistemas de salud privados se pretende establecer un plan básico universal donde se termine con las preexistencias en las Isapre y la discriminación de las mujeres en edad fértil”.

Por su parte, S. Piñera dice, “uno de los principales temores que tienen los chilenos es enfermarse. Muchas veces no saben si tendrán los recursos necesarios o los medicamentos, exámenes y doctores que se requieren. Nuestro compromiso es que las personas puedan acceder a una atención oportuna y digna cuando lo necesiten, independiente de su condición de salud y situación económica.

B. Sánchez anuncia, “la creación de un seguro único de salud universal y solidario, junto con una renovada infraestructura pública”.  

La candidata C. Goic habla de una “reforma a la salud que estará centrada en lo que está más cerca de la gente, que tendrá como eje la atención primaria, terminar con la discriminación e integración vertical de las Isapre, crear un plan único con prestaciones garantizadas, fomentar prestaciones que se preocupen de la prevención de las enfermedades”.

Los discursos declaran “asegurar una salud digna para todos”, “salud como un derecho”, “reforma de salud” y “estar cerca de la gente”, frases que escuchamos desde hace casi tres décadas, tal cual slogan con el que seguramente nadie estará en desacuerdo.

¿Cómo logramos alcanzar el lema?, ¿cuáles asuntos atañen a los gobiernos de turno?

¿Puede un aspirante a La Moneda arrogarse el imperio propio de las personas, si el complejo proceso salud-enfermedad depende principalmente de ellas? Si los hábitos y conductas son cruciales, ¿cómo pretender que todo sea legislable inspirando regímenes que se entrometen en las libertades humanas?

Aunque hoy la autonomía es soberana - o al menos aparece así en el discurso asistencial de salud - las personas esperan y exigen “sus derechos”, entendiendo que es un deber de la autoridad, sea quien sea. el proveerle lo que quiere o cree necesario. Sin embargo, un camino solo complaciente con los derechos no reconocerá en las personas una cuota de responsabilidad en el cuidado de su propio cuerpo.

Veamos unos ejemplos. Si ha aumentado el VIH+ y la gonorrea, ¿vamos a penalizar el no uso del preservativo?

Si ha aumentado la obesidad, ¿haremos una ley que fiscalice las comidas en los hogares?

Si han aumentado las listas de espera, ¿seguiremos resolviendo todo con médicos especialistas?

Si faltan camas  para hospitalizarse, ¿es una inoperancia del gobierno o la consecuencia de una nueva epidemiología de la enfermedad?

Si hay más adultos mayores, ¿qué propuestas hay para asumir sus disfuncionalidades en espacios no hospitalarios?

Si aumentan las urgencias cardiovasculares en hipertensos que no acuden a sus controles, ¿vamos a sancionar tal incumplimiento?

El mensaje va construyendo un valor simbólico, pero también el sentido del discurso. Cada candidato con su estilo - aunque dentro de una relación de dominación - precisa recordar que en estas relaciones de comunicación se actualizan también las relaciones de fuerza entre los locutores y quienes los escuchamos, que anhelamos más sustancia en sus locuciones. 

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