Envejecer bien, hoy ya se nos fue un día

Todos los días el hombre muere un poco.  A este proceso que nos acerca a la muerte, lo llamamos, simplemente, envejecer.

Existen, sin embargo, dos formas de hacerlo: un envejecer de la biología del cuerpo y otra del espíritu.

Lo primero nos sucede lentamente, casi por accidente. Vemos señales, que tal como en ese primer pájaro en la película de Hitchcock, nos hacen sospechar lo que vendrá.

En un principio una calvicie incipiente, alguna arruga o uno que otro pelo blanco. Después nos damos cuenta que ya no corremos tan rápido o que nos agota aquello que antes no nos cansaba. Algo similar nos pasa físicamente por dentro, bajan los niveles de ciertas hormonas, disminuye el funcionamiento de los riñones, la frecuencia cardíaca, etc. En definitiva, disminuye nuestra capacidad para tolerar cambios en el ambiente que nos rodea.

Sabemos que no todos envejecemos igual. Estudios realizados con gemelos han demostrado que el 50 % de como envejecemos depende básicamente de nuestros hábitos y conductas de vida. Podemos entonces, modificar este proceso, pero no detenerlo.

No obstante, no todo es deterioro y disminución. Nos recuerda el filósofo Cicerón que la vejez tiene sus ventajas. Nos aparta de los negocios del mundo, que no siempre son los más relevantes, dándonos tiempo para pensar en lo trascendente.

Si bien perdemos el vigor físico, nos damos cuenta que no hay mayor debilidad que depender de los músculos y la fuerza. Las ideas no se matan y a la larga, se imponen por la fuerza de la razón y la paciencia, virtudes que al envejecer se fortalecen.

Los sentidos se deterioran y esto nos puede llevar a disminuir nuestra capacidad de gozar ciertos placeres. Sin embargo, la vejez no nos quita la posibilidad de hacer el bien a otros hombres y al mundo. ¿Y qué placer puede haber más grande que hacer simplemente el bien?

Este envejecer biológico es un proceso activo, en el cual la medicina puede ser de gran ayuda y para el que los médicos estamos entrenados para actuar.

Respecto al envejecimiento del espíritu, la medicina poco puede hacer, y sin embargo, es a veces el que más profundas cicatrices deja.

Este envejecer del alma, parte cuando acumulamos en nuestros pensamientos, personas cuya suerte envidiamos o a las que sólo les deseamos el mal. Continúa cuando acumulamos cuentas por cobrar o incapacidad para perdonar.

Todo ese dolor hace que envejezcamos no como una sequoia milenaria (1), que se mantiene en pie a pesar de la muerte, con dignidad y belleza. Por el contrario, envejece nuestro espíritu como una fruta caída de un árbol, hacia la podredumbre.

Aquí, la medicina no sirve de mucho. Y es probablemente donde nuestra sociedad está más en deuda.

Y es que el cultivo del espíritu es un proceso diario que depende de cada persona. Para esto se requiere destinar tiempo para todo aquello que la sociedad considera erróneamente inútil, y que por ende, posterga en todos los curriculum vitae: escuchar música, pensar, bailar, cantar, viajar, meditar o estar en familia. Todo aquello no produce nada pero al final es lo necesario para ser un todo integral.

El Estado, juega un rol en esto, y aquí, desgraciadamente, han sobrado tecnócratas y han faltado estadistas, hemos querido eliminar la filosofía de los colegios o disminuimos el juego, el deporte y el arte a su mínima expresión en el curriculum estudiantil, asignándole, sin fundamento, un rol secundario al de las matemáticas o las ciencias básicas.

Envejecer en paz, implica quizás en última instancia, no sólo dejar de fumar o comer sano, si no llenar nuestra vida en forma activa y con esfuerzo, de todo aquello que el mundo considera inútil. No perdamos el tiempo. Hoy, ya se nos fue un día.

(1) Es un árbol perennifolio muy longevo (entre 2000 y 3000 años) y la conífera más alta que existe, llegando a alcanzar 115,61 m de altura (sin incluir las raíces) y 7,9 m de diámetro en su base.

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