¿Es la salud de las personas responsabilidad de los médicos?

En días recientes nos hemos enterado a través de la prensa de la alta preocupación por el hecho de que varias decenas de médicos deberán abandonar el sistema de atención estatal al no aprobar el Examen Único Nacional de Conocimientos de Medicina (EUNACOM), prueba que se aplica en Chile a todos los egresados de las distintas escuelas de Medicina, tanto nacionales como extranjeras.

Todo médico que desee ejercer la medicina en el sistema público chileno o postular a un programa de especialización financiado por el Estado debe aprobar este examen que pretende evaluar los conocimientos de un médico recién egresado o de un médico extranjero que eventualmente ejercería la medicina en Chile, para quien su aprobación significaría la revalidación inmediata de su título médico obtenido en el extranjero.

Esta situación nos puede generar varias interrogantes, tales como el alcance que tiene la calidad y rigor propios del test mismo, el cómo da cuenta de su adecuación estricta a la realidad chilena y cómo se expresa la pertinencia de sus contenidos basados en el perfil de un médico egresado de escuelas de medicina chilenas.

Aparte de las dudas que tienen relación con el examen mismo, surge la conexión que posee el resultado de este test con el ejercicio de la práctica médica en el sistema estatal chileno y el deber legal de abandonarla ante su reprobación.

Esto aparece como un franco desmedro de los servicios de salud en su rol de provisión de atención médica que generará más esperas de miles de personas. Se quiebra así la promesa de más médicos y aparece la sombra del incumplimiento a las expectativas ciudadanas. En consecuencia, el principio de beneficencia colectivo y la significación del cuidado aparecen con tremenda fuerza nuevamente, porque el mismo Estado que promete es el que - atendiendo a sus propios principios de regulación - ahora no puede cumplir. ¿Qué hacer entonces?

El pavor sobreviene pues la gente se enfermará más e incluso “hasta podría aumentar la mortalidad”, se incrementarán las listas de espera y la gente deambulará sin cura. ¿Dónde quedó aquí la reflexión del libre albedrío de las personas? ¿Por qué si hay dominio para contribuir a enfermarse no hay autonomía para favorecer el no enfermarse?

Y entonces surge otra cuestión. ¿Es acaso la enfermedad responsabilidad del médico?  O peor aún ¿es responsabilidad del Estado?  Para encontrar la respuesta observemos por qué se enferman y de qué se enferman las personas, exploremos si tienen hábitos o formas de vida que los mantengan más - o menos - saludables.

Hoy en día la mayoría de las enfermedades dependen de nuestras formas de vivir, de nuestros hábitos de comer y de beber, de cómo nos movemos o cuidamos nuestro cuerpo, de la forma en que nos entretenemos o descansamos, en qué sustentamos nuestro sentido de vivir y de la libertad que nos da la posibilidad de elección. ¿Qué pueden hacer los médicos ahí?

Lo que podemos hacer nosotros mismos es dirigir la autonomía y la voluntad individual hacia conductas saludables, modificando el discurso social de dependencia del médico y de los sistemas de atención pues, además de ir por camino errado, seguimos generando expectativas falsas, ilusorias y mágicas: “a más médicos mejor salud”. Si continuamos con este pensamiento las personas seguirán esperando al médico y descuidando la potestad y soberanía que tienen respecto de sí mismas.

Asimismo, parece necesario recordar que, aunque el médico intervenga, su participación será invariablemente limitada, puesto que su accionar siempre será externo; el protagonista siempre será la persona que lo consulta y que ya trae una carga de enfermedad consigo, la cual llevará a cuestas si no la previene o la admite. 

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