Seis características de las personas resilientes

La resiliencia es el potencial que tenemos los seres humanos de sobreponernos efectivamente a los grandes desafíos de la vida. Quienes hemos convivido y atravesado enormes dificultades en diferentes aspectos, sabemos por experiencia propia que salimos fortalecidos de las experiencias duras. Ya no somos los mismos. No miramos las cosas desde la misma perspectiva. Puede decirse, sin temor a dudas, que hemos madurado y evolucionado.

Estas seis características son comunes a todos los que somos resilientes, que es la capacidad para, más allá de lo imposible que parezcan las cosas, lo desahuciado que estemos, lo “terminal” que nos declare la ciencia médica, lo tremendamente doloroso de los hechos de la vida que irrumpen sin pedir permiso, nos levantamos, atravesamos paso a paso -a la velocidad de hormigas laboriosas- y seguimos adelante.

El lenguaje con el que nos comunicamos y expresamos, crea realidades. Primero fue un pensamiento, luego un estado de consciencia y de allí surge la manifestación física de las cosas. Por eso las palabras tienen mucho poder.

Frases que escuchamos cotidianamente, como “me quiero morir”, “si me pasa algo así prefiero no seguir en este mundo”, “no podría soportarlo”, “es más de lo que estoy dispuesto a sufrir”, “de esta situación no salgo”, reflejan el limitado nivel de entendimiento de la compleja y maravillosa  naturaleza humana.

Porque, puestos en esa situación límite, si así lo elegimos, haremos todo lo que esté a nuestro alcance para sobreponernos y salir adelante. Es así.

Claro que nada garantiza un resultado positivo más allá del esfuerzo personal. Aunque la resiliencia se basa en la idea de la enorme cantidad de recursos internos que tengo como ser humano para utilizarlos cuando se presenta el momento apropiado. Puedo discernir, elegir, escoger, seleccionar, dimensionar, poner en perspectiva, mirarme de múltiples maneras, asimilar, procesar, y recién allí, plantearme la posibilidad de superar este gran desafío que pone la vida.

Las personas resilientes no se rinden. Un tremendo accidente, un diagnóstico con muy mal pronóstico para la ciencia, la pérdida de un ser querido o varios, la pérdida de salud, quedar desempleados de un momento para otro, una estafa, un fracaso que nos deja literalmente desnudos y sin nada, son sólo algunos ejemplos.

Sin embargo, basándonos en el poder de nuestra asertividad y fortaleza, podemos descubrir algo que va más allá de la simple comprensión humana. Se podría afirmar que la fuerza “viene de otro plano” del Ser. Y solemos decirnos “no sé cómo lo hice, pero aquí estoy, de pie nuevamente”.

El ser resiliente agota las instancias, y se apoya en su propia fortaleza, por pequeña que sea o devastada que esté en ese momento. Busca alternativas, explora, se mira como si fuese un científico en plena tarea de dar con la nueva fórmula que traiga un beneficio para él y para otros.

También se silencia: es una característica común el meterse para adentro. Es tiempo de pocas palabras, mucha acción íntima y desde allí, crear interiormente ese enorme potencial reparador que es el que sostiene el hasta entonces endeble andamiaje emocional, físico y espiritual.

La esperanza y la fe adquieren dimensiones distintas. Si bien suele abrirse al apoyo de un puñado de personas que hablan en términos de fe, entendida como que hay algo o alguien superior que puede ayudarnos, sienta pilares muy sólidos de esperanza. No se trata sólo de ver el vaso medio lleno, sino, sobre todo, ver la parte vacía, lo que ya no está. Asumirlo tal cual es, sin eufemismos, y desde allí, comenzar a llenarlo gota a gota.

Los humanos resilientes tienen una extraordinaria capacidad de regeneración en múltiples niveles al mismo tiempo. Una persona declarada terminal por un médico sabelotodo, puede ir explorando minuciosamente su cuerpo, y ayudando a “repararlo” con la paciencia de un escultor preparando su nueva obra maestra.

Por último, sabe que nada será como antes, principalmente porque el cambio ha sido tan rotundo y profundo que no hay ninguna otra cosa más importante que superar este momento. El superar no significa para el resiliente hacerlo rápido “y ya”. Sabe que es una construcción que llevará muchísimo tiempo, esfuerzo y vigilancia interna para no desviarse del objetivo. Se cae y se vuelve a levantar tantas veces como sea necesario.

Y un día se produce un click. Es íntimo, profundo, conmovedor y profundamente asertivo. Permite trasmutar la duda, el pesimismo, el dolor, la enfermedad, los padecimientos, el sufrimiento, el silencio, la desesperanza, en algo más potente que es más sencillo de definir: estoy vivo.

¿Todos somos resilientes? En esencia, sí. Aunque requiere de una gran dosis de auto determinación para encarar el proceso y persistir “aunque duela”. Es necesario para reconstruirnos de las cenizas.

Los que hemos pasado por situaciones así lo sabemos muy bien.

Luego viene una gran recompensa: la posibilidad de vivir desde otra perspectiva, más acorde con este nuevo ser que acaba de parir-se. Esto en muchos casos viene acompañado por un potente sentido de resignificación de la vida y de dedicarse a algo trascendente. Y ahí comienza, nuevamente, la aventura de la misión de vida manifestada durante el tiempo que estemos en este plano físico.

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