Semana del donante de órganos

Finaliza este mes de septiembre, significativo en sus cuarenta años, por varios hechos: el golpe militar, la muerte de muchos, entre ellos de Víctor Jara y Pablo Neruda, por nombrar sólo algunos.

Pero pasado el 11 y las Fiestas Patrias, se inició hace dos días la Semana del Donante. En ella, como Presidenta de la Corporación de Trasplantes, me ha tocado presidir varias ceremonias en que se ha reconocido la labor de hospitales, Fuerza Aérea de Chile, Instituto de Salud Pública, clínicas e instituciones privadas, además de artistas nacionales, que para esta instancia han donado preciosas obras de arte, alusivas a la donación.

En todas estas reuniones, han estado presentes pacientes trasplantados, contando su experiencia, el cambio en sus vidas al poder tener un riñón- y por ende salir de diálisis; el poder vivir gracias a un corazón nuevo, un pulmón, un hígado; poder caminar gracias a un trozo de fémur de un donante; poder ver con una córnea donada e injertada.

En fin, trozos de vidas, historias que se cruzaron, virtuosamente, un día. ¿Por qué digo esto?Bueno, porque han estado también con nosotros, y son parte fundamental de la Corporación del Trasplante, los familiares de los donantes.

Personas que en medio del dolor, la desesperación por la pérdida, sintiendo la injusticia, la inclemencia y la soledad más salvaje, fueron capaces de respetar la voluntad de los que amaron, y donar sus órganos.

Yo trabajo en una Unidad de Procuramiento. Muchas veces, cuándo estamos con un potencial donante, incluso dentro del equipo de salud surgen voces de reclamo.

Gente que nos dice, ¡qué atroz lo que hacen ustedes! ¡Cómo pueden! ¡Qué terrible lo que le están pidiendo a los familiares! Yo pienso que efectivamente es terrible. Que les estamos pidiendo algo muy difícil. Se trata de donarnos lo único que queda en esta tierra, de esa persona. De prolongar su estadía en una cama crítica, no sacarle los tubos ni desconectarlo, sino llevarlo en unas horas a un pabellón, y sacarle sus órganos. Eso es. Así de duro.

Sin embargo, quiero compartir con quién lea esto, que pocas veces me ha tocado estar en pabellones donde haya más respeto por un cuerpo.

Los equipos de cirujanos llegan, y lo primero que hacen es manifestar su pena por el fallecido, y su tremenda esperanza de que el destino de quién está a la espera, cambie para siempre.

Quiero que sepa la gente, que es un regalo sagrado lo que ellos nos dan. Que se lo honra y cuida, de manera que al entregarlo esté lo mejor posible. Que la familia está acompañada, y muchos caminan junto a su pariente, su amigo, hasta las puertas del pabellón.

Quiero contarles que todo lo que se saca, es lo que previamente se ha pedido, y cuándo por alguna razón, algo no se puede utilizar, se le explica a la familia por qué.

Ahora, en mi experiencia, las familias que donan hacen de inmediato un tránsito a un estado de ánimo diferente. Preguntan cómo estuvo la operación, y si los órganos sirvieron. Días más tarde, algunos incluso quieren saber como marchan los trasplantados. Como late la vida tan querida por ellos, en otros cuerpos.

Es un círculo virtuoso. Del dolor, nace la esperanza. De la pérdida, la vida. Es un acto de generosidad de los más grandes que puede existir, y eso, primero, no tiene precio.Y segundo, no puede sino traer cosas buenas para los que quedan acá.

Yo soy optimista, y creo que como país iremos encontrando formas de ser más humanitarios, y solidarios.

De vez en cuándo nos tocará enfrentarnos a nuestra vulnerabilidad, y entonces quizás vislumbremos que todos podemos, un día, estar a la espera de un órgano, y que todos también podemos ser un día donantes.

Que ese día, sea un día de gracia, y estemos a la altura.

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