Un oncólogo para Punta Arenas, una mala idea

Al ver a las madres de Punta Arenas marchando para que la capital magallánica reestableciera cuanto antes la vacante abierta del único oncólogo infantil que por decisión personal emprendió el vuelo, fue posible notar que la petición está equivocada. A veces, pedir tan poco, equivale a no pedir nada.

El desarrollo de la medicina actual ya no hace posible pensar como hace 50 años que la llegada de un solo médico a un lugar resolverá de golpe los graves problemas de salud que los afectan. Un oncólogo es un subespecialista, con siete años de estudio de medicina, tres de alguna especialidad básica y dos o tres más para de aprendizaje en la curación del cáncer infantil. Pero además, es alguien que no trabaja sólo. Enfermedades tan complejas como éstas, requieren el trabajo de equipos multidisciplinarios.

Las madres de esos niños enfermos, quizás no debieron haber pedido entonces un oncólogo infantil, sino cinco, más un radioterapeuta, psicólogas, salas de cuidados intensivos con ventiladores mecánicos y especialistas en cuidados intensivos e infectología para tratar las complicaciones de las quimioterapias, equipos de citometria de flujo para hacer diagnóstico del cáncer y patólogos con subespecialidad en neoplasias infantiles y un plan de formación continua, que asegure que la presencia de especialistas, no dependa de marchas ciudadanas año por medio. Eso es pensar en grande.    

Lo que las regiones de nuestro país necesitan para sus grandes problemas son soluciones de igual tamaño. Punta Arenas no necesita un oncólogo infantil sino quizás un nuevo centro dedicado al cáncer, que concentre recursos del Estado para realizar no sólo tratamiento, si no también investigación para beneficio de la gente de Magallanes, y que eso se convierta en un atractivo para la llegada de más médicos. Parte de esa inversión ya está hecha, al existir por ejemplo, un centro de radioterapia.

Falta sin embargo, una política de largo plazo para asegurar la presencia de oncólogos y todos los otros especialistas (médicos y no médicos) necesarios para tratar patologías complejas.

Eso o nada y definir que la cantidad de casos de cáncer es insuficiente  para justificar esa inversión y optar por el traslado de los pacientes a otras regiones, cómo en parte se hace hoy.

Por el momento, el gobierno ha ofrecido una solución parche. Enviar oncólogos del Roberto del Río por un par de días a la semana o certificar a gente que no tiene estudios formales en oncología, para poder cumplir y decir que hay un oncólogo.

¿Quién va a atender las complicaciones de los tratamientos que esos especialistas indiquen? ¿Quién va a hacer el seguimiento en la consulta o dará indicaciones para los pacientes que presenten urgencias oncológicas?

La otra solución ha sido la del garrote. Viendo que los especialistas no se van a ciertos lugares, no sólo por la lejanía, si no por la carencia de recursos, se intenta vincular la devolución de una especialidad a una determinada región.

¿El problema? Muy probablemente, pocos médicos quieran devolver 12 años de estudios, en un lugar donde no tendrá las condiciones para ejercer plenamente su trabajo, y si bien el sistema puede hacer llegar más médicos en el corto plazo, a largo plazo no permite que estos se mantengan, dado que el vínculo, no está dado por las bondades del lugar dónde debe trabajar, si no sólo por su deseo de poder especializarse en un área.

¿Quién va a querer ser el único oncólogo de una zona donde no hay un Comité Médico para discutir las muchas decisiones que conlleva el tratamiento del cáncer? Ahí se requieren además de oncólogos, cirujanos, especialistas en radioterapia y un largo etc., y que la presencia de estos especialistas sea sostenida en el tiempo, producto de una política de largo aliento.

Hay ciudades, donde probablemente, sea imposible tener un continuo de ciertos subespecialistas para tratar  patologías complejas. La opción en grande, debería ser la generación de polos de desarrollo médico en grandes ciudades que concentren recursos, médicos e investigación, potenciando por otro lado en zonas más periféricas, la existencia de médicos familiares, médicos internistas y pediatras, que deriven en forma oportuna al nivel central.

Quizás Punta Arenas, por su estratégica importancia y su lejanía, está llamada a ser en sí mismo un centro de referencia regional, en una decisión, que  no sea sólo de Salud Pública basada en el número de casos (que pueden no ser suficientes para hacer la presencia de ciertos subespecialistas costo efectiva), si no también política. ¿Cómo esperamos que nuestros compatriotas hagan soberanía en el sur de Chile, si toda enfermedad los obliga a abandonar su tierra?

Es de esperar que el gobierno entienda esto, y que por una vez, no pensemos en cómo resolver el problema de aquí a mañana, si no en cómo, resolviendo la urgencia, podamos generar además, soluciones a largo plazo, que no dependan del grito desesperado de compatriotas pidiendo auxilio.

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