Alrededor de la ciudad

“No tengo ni una gotera, el aire no más que se entra”, dice Don Patricio Inostroza, de 73 años, al ingresar a su pieza. Un ruco que ha construido con desechos al borde del Río Aconcagua, en La Calera.

Allí, sin luz, agua, gas ni alcantarillado, vive junto a un grupo de personas, donde cada uno ha levantado su propia “habitación”, en medio de escombros, basura, moscas, palos, alambres y hasta restos de colchones.

Como todos los días, cada uno pone alguna provisión para hacer una olla común. El menú de ese día: tallarines blancos, sin sal ni aceite, cocinados a leña, afuera de la ramada que utilizan como comedor.

Don Patricio no toma ni fuma. Quedó en la calle luego de que decidiera separarse de su mujer porque, como él cuenta, ella “tomaba”. Tampoco pudo seguir trabajando, como armador de zapatos, porque su vista le falló. Así fue como llegó a esta suerte de comunidad. Allí él pone buena parte de su pensión para comprar comida.

En pleno siglo XXI, con niveles de crecimiento país envidiables, y a pocos minutos de los centros urbanos, aún existen personas, aún existen adultos mayores como Don Patricio, que viven en la total exclusión social.

En la Región de Valparaíso, el 9% de los adultos mayores –más de 24 mil personas– vive en situación de pobreza (pobres no indigentes más indigentes). Cifra proporcional con la realidad nacional: un 8,9% de las  personas mayores se encuentran bajo la línea de la pobreza, esto es 226.202 personas, según la Encuesta CASEN 2009.

Hay tanto por hacer. Ante tanta injusticia, ante tanta inequidad ¿qué haría Cristo en nuestro lugar? Esta realidad nos llama, nos convoca. Tenemos que seguir trabajando porque hay miles de chilenos que, como ellos, nos necesitan. Más aún en aquellos lugares que bordean nuestras ciudades, pareciera que no existieran.

Allí es donde debemos dar una dura pelea por superar la pobreza, una en la que podamos reconectar a los adultos mayores con sus redes familiares, sociales y comunitarias, darles oportunidades y herramientas para alcanzar una mejor calidad de vida, una vida digna.

Por eso, por casos como los de Don Patricio, es urgente contar con una política pública para los adultos mayores, que aborde un sistema integrado de apoyos y servicios, tanto para ellos como para sus cuidadores.

También es necesario complementar la red de atención que existe para ellos y sumar dispositivos, incorporando programas domiciliarios, que trabajen con adultos mayores con todos los niveles de funcionalidad, como el Programa de Atención Domiciliaria al Adulto Mayor (PADAM).

Una iniciativa que desde hace 10 años desarrolla el Hogar de Cristo y que nos permite llegar donde nadie más está y conocer miles de testimonios como los de Don Patricio, que se repiten en nuestro país.

Del mismo modo, es preciso contar con centros donde los adultos mayores puedan permanecer durante el día, en los que se potencien sus capacidades cognitivas, físicas y sociales.

La realidad hoy nos exige volver la mirada hacia donde no llegamos.

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