Diez ventajas de vivir en un país ordenado

En medio de profundas transformaciones políticas, económicas y sociales, América Latina se debate en el que es, quizás, el proceso más radical de los últimos 100 años: como equilibrar y ordenarse en todos los aspectos.

La responsabilidad de los gobernantes y de todos los niveles de funcionarios es determinante del desarrollo global, junto con el apoyo de todos los sectores, privados y públicos; sindicatos, trabajadores, organizaciones no gubernamentales, y cada ciudadano como individuo integrante de una sociedad.

Desde cada lugar el aporte individual es fundamental. Sin necesidad de entrar a analizar la fundamental importancia de la ética individual, la forma en que se conduce un país dice mucho acerca de su propia idiosincrasia. Su pasado es su presente, y eso puede resignificar en positivo o negativo, el eslabón de cada momento que construye el futuro.

Así, como bucles sin fin en un espiral sin sentido, por lo general hacia abajo en muchos casos, remontar las situaciones que vive el ciudadano se hace cada vez más difícil.

Además, es importante recalcar las implicancias que tiene en términos del deterioro de la salud, el poder adquisitivo, la moral, la motivación y la felicidad; aspectos que, tomados por separado (como en la antigua medicina, que se veía un “cuerpo”sin “mente” y sin “espíritu”) es otra de las falacias a la que solemos acostumbrarnos con bastante asiduidad.

Por eso es que vivir en entornos ordenados produce un efecto de cierto marco de tranquilidad y equilibrio que, si es sostenido en el tiempo con la contribución general en todos los estamentos y niveles, se traduce en un mediano plazo en un mayor espíritu de equipo, movimiento comercial, entusiasmo y motivación para ponerse nuevas metas y atravesar cualquier desafío que seguramente se presentará.

En su libro “El hombre en busca de sentido”, el creador de la logoterapia Viktor Frankl narra en primera persona sus padecimientos en los campos de concentración nazis. Lejos de centrarse en una agobiante y extenuante situación de extremo sometimiento, donde la vida no valía absolutamente nada, Frankl logra describir el increíble poder de cada ser humano para reescribir su historia.

Y esto, que pueden parecer palabras salidas de cualquier discurso de un candidato político en campaña, son apenas meras intenciones si desde quienes conducen y tienen niveles de influencia en la dinámica de una república no se manifiestan en hechos concretos.

La actitud muy repetida en América Latina de cubrir con baños de pintura y maquillaje cualquier situación no deseada desde las empresas, los gobiernos, las gestiones públicas y hasta el deporte, intentando disimular las imperfecciones, la corrupción a niveles extremos y los errores, no hace más que disimular lo indisimulable: el estado de ánimo del ciudadano común, el que le da vida al país.

Estos diez rasgos describen sencillamente las ventajas de vivir en un país ordenado. Y el país puede ser también mi casa, mi familia, tu oficina, tu pequeña empresa, tu trabajo, tu barrio. Por carácter transitivo, podemos llevarlo a todos los niveles para que, de a poco cada día, una pequeña acción tras otra, pueda devolver el equilibrio perdido por no se sabe bien qué actitudes de los que bebieron una pequeña cuota de poder.

Previsibilidad. Saber que podrás moverte en cierto tiempo en un entorno que no cambie de la noche a la mañana.

Reglas claras. Hacer realidad lo que reza la Constitución de cada país es la mejor forma de honrar a quienes nos precedieron y sembrar para un futuro con mayor equidad (que es mucho mejor y superador que un mundo con más inclusión o igualdad).

Las mismas reglas para todos. Esto es sumamente importante, porque de tanto ser flexibles, las reglas también se quiebran si permanentemente se transgreden.

Contribución al bien común. Sencillamente, se trata de pensar en beneficio de la mayoría apuntando a su máximo bienestar.

Comunicación constructiva. El uso de lenguaje agresivo, posturas irónicas, capciosas, pícaras y oportunistas no suman en la construcción global.

Transparencia a como dé lugar, caiga quien caiga.

Sentido de pertenencia. El amor por lo que uno es, lo que hacemos, lo que logramos, lo que anhelamos. Empezando por cada ciudadano, y proyectado a nivel de una nación.

Escucha abierta y receptiva. Los que tienen espacios de poder necesitan comprender profundamente que esa es sólo una misión temporal que se les ha asignado, que no tienen la verdad absoluta y que en el disenso aparece la diversidad, la inclusión de lo nuevo, y la construcción de algo mejor, más duradero y posiblemente, más creativo.

Innovación. Al estar más serenos y tranquilos en un escenario de países con marcos de estabilidad, incluyendo los gobiernos, lo jurídico, la operatoria de las empresas, la economía, los servicios funcionando aceptablemente bien, rápidamente el espiral que era negativo y que como un tornado arrasaba con todo a su paso, se transforma en una brisa fresca que trae nuevas perspectivas de crecimiento.

Servir. Más personas puestas al servicio del bien común, haciendo aportes constructivos.En esto, los empresarios, los medios de comunicación, los gobernantes y los referentes de todos los campos necesitan ser extremadamente cuidadosos: el impacto de sus acciones y de sus palabras son igualables a la mejor performance.

Performance a lo Bruce Lee destruyendo todo a su paso, defendiéndose aún de los fantasmas o a lo Barishnikov, bailando una danza sutil, suave, agradable, que produce arte, belleza y transforma desde la sencillez a lo profundo todo lo malo que haya que dejar ir.

Estos diez pasos son claves para construir mejores países. Lo que es lo mismo que anhelar mejor ciudadanía, con todo lo bueno que merece la raza humana en tiempos tan cambiantes, duros y desgastantes como los que se viven actualmente, en cualquier lugar del mundo donde nos encontremos.

Empecemos por casa: nuestro país, ciudad, barrio, hogar, amigos y círculo directo. Y exijamos con todos los recursos que tenemos a mano que hagan lo mismo los poderosos de siempre, mientras nos vamos acoplando en una nueva realidad, enfocada en el bien mayor y no de unos pocos.

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