Dolor que estalla

Hemos quedado paralizados ante la noticia de la muerte de los tres niños Ramírez Merchak y posterior suicidio de su padre el doctor Francisco Ramírez en Curicó. Chile entero bajó la guardia, detuvo la carrera de sus actividades y reflexionó en torno a un episodio tan horrible y desquiciado como macabro y monstruoso.

Las noticias, a través de todos los medios nos han tratado de explicar cómo se dieron los hechos, pero mientras más nos adentrábamos en sus distintos aspectos, más nos desconcertaba y no son pocos los que se preguntaban el por qué llegan a suceder estas acciones dejando una estela de sufrimiento, angustia, dolor y miedo.

Muchas comienzan a ser las respuestas que surgen ante episodios de esta magnitud, pero al fin y al cabo, las verdaderas razones que motivaron la reacción del doctor Ramírez, quedarán en la más absoluta oscuridad y nadie, por muy experto que pueda ser, acertará a la real motivación que llevó a cometer este delito.

Quizás no sea lo importante ya detenerse en lo que pudo ser la causa de esta tragedia. Ese conocimiento, si lo supiéramos, no revierte ninguna urgencia, porque el dolor que el doctor llevaba a cuestas en lo profundo de su alma, sea cual fuera, lo encadenó y cegó.

En un momento dado, sin duda, en la noche más oscura de su razón y de su capacidad de amar algo estalló en la profundidad de su ser. Ya no pudo más…la irracionalidad y el odio levantaron esa turbulencia demoníaca que lo condujo a la maquinación mortal.

Doctor perdone mi osadía, que me hace mencionar lo que a Ud. le sucedió. Debemos estar alertas y equipados para no ser atrapados por el mal de la “soledad y el silencio”. Cuando lea esta columna, en el más allá, tal vez me dará la razón, pues tiene que haber llegado un momento en que ya no pudo más con el dolor de su herida.

Le faltó el amigo (a), ese que dice “proverbios”, que el que lo encuentra, encuentra un tesoro. Un amigo (a) que lo hubiera comprendido en su desdicha y melancolía, sabio, un buen consejero, capaz de acompañarlo y aligerar su mochila que por llevarla sin ayuda, se hizo insoportable, arrojándolo fuera del camino, con su tristeza, la maldita desesperación y la peligrosa frustración.

Quizás usted, como hombre prestigioso, buen papá y esposo, profesional querido y admirado no supo cómo expresar ese otro lado de la vida, ese que pensamos vergonzoso y absurdo, pero tan real y verdadero como el del éxito y el de las luces.

Ahora verá que llegamos al mundo como reyes y mendigos, algunas veces el rey se destaca más y otras el mendigo, las más de las veces entremezclados sin que se haga ver ni uno ni otro, pero cuando insiste el mendigo debemos aprender a pedir ayuda, a contar nuestras penas, a mostrar nuestras llagas.Sin pudor porque vean nuestras lágrimas.

Aprendimos una lección, al ponerla en práctica tendremos más herramientas, en la hora de la tribulación, para no matar, ni morir.

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