Elegía para el hombre promedio

Un espíritu crítico alerta no puede dormirse, aún cuando la canícula insista en no replegarse, y los medios controlados por el especulador sigan repicando con su monótono zumbido nuestros oídos cansados de tanta estolidez cotidiana.

Rezongos aparte, resulta placentero que las figurillas parlantes o voceros del poder persistan, a su vez, con su sabrosa retórica, a mantenernos despiertos y nos invitan, evidentemente sin quererlo, a volver a escribir para sacudir más de alguna conciencia que se esté quedando dormida nuevamente en el sueño neoliberal.

Tengo el hábito de fin de semana de sintonizar programas donde aparezca algo de opinión coyuntural; como un entomólogo, disecciono palabrejas, gestos, frases de los miembros más conspicuos de nuestra reducida y provinciana elite política y cultural, siempre a la busca del indicio de la basura escondida en la alfombra, del desprecio que ostentan hacia quienes tuvieron menos suerte que ellos, de la miríada de prejuicios, clichés y francas idioteces con que tejen sus espejismos de palabras.

Nunca me defraudan.

Precisamente hace un par de semanas, uno de estos señores, reliquia viviente del pensamiento ultramontano, tipo campechano tan nuestro, líder indiscutido y todopoderoso de una importante fuerza política gubernamental, comentando la crisis de Aysén (¿en proceso de resolverse?) y de los nuevos movimientos sociales que ya se vislumbran en el horizonte, se despacha esta declaración de antología: “Pero si esto no se trata nada más que del inflado ego del hombre promedio, más grande que la estatua de la libertad”.

Reivindicaciones justas, legítimas, de ciudadanos que votan, pagan impuestos, egos inflados… ¿así lee este desafortunado líder influyente el Chile profundo de hoy?, aquellos eternamente postergados en filas eternas, con el número peregrino en la mano sudorosa, malhumorados arriba del pésimo sistema de transporte, ansiosos por la fragilidad de su estabilidad laboral y la amenaza constante del hambre sobre sus familias ¿pequeños seres pendientes de su ombligo?, portazos en la cara a quienes sueñan un sueño atizado falsamente por el especulador, como la zanahoria al caballo sediento y herido por el látigo del capataz, ¿es la dignidad del individuo también un ego inflado, señor senador designado?

¿O será que usted y los suyos persisten en la perpetuación de un falso destino manifiesto y se sienten, cuales aristócratas griegos, los únicos capaces de reír, llorar, soñar o padecer?

¿Sigue usted y su curia pensando que los trabajadores que explotan y sobreendeudan forman una masa ciega, estúpida y anónima que no vale ni un milímetro de su “gloriosa” historia, esa que se reedita todos los años y se vende con revistas de pésima circulación y excelente financiamiento?

¿O tendrá claro nuestro ilustrado hacendado que el derecho a una mejor calidad de vida es sólo un recurso publicitario de un banco para endosarnos un nuevo crédito de consumo?

Tomo con las pinzas del escéptico este nuevo exabrupto, que, estoy seguro, se inmortalizará en bronce junto a otros exabruptos que abarrotan esa majamama de lugares comunes que se titula jocosamente pensamiento conservador chileno, junto a los desmadres ya clásicos de los martes de Merino, los himnos cuequeros de los Quincheros, las encendidas prédicas del padre Hasbún, las declaraciones del alcalde Labbé, etc, etc.

Para este terrateniente y financista de candidatos, el Chile que se levanta diciendo basta es un mero espectro humano de inflado ego, una manga de consumidores centrados de su ombligo, nada más. Pero patroncito, ¡son los hijos naturales del sistema que lo ha hecho engordar a usted y los suyos!

El ciudadano de a pie, esa clase emergente, como le dicen ahora nuestros queridos y engolados expertos, está exigiendo aquello que usted y su impresionante aparataje propagandístico vienen anunciando como a un Mesías desde hace tanto.

Esa figura tan manoseada del chorreo, que, entre nos, es de harto mal gusto, oiga, nunca funcionó, nunca se pretendió que funcionara. Harto rasca el subproducto verbal, mi caballero, parece que no aprendió nada nuestro hacendado en las Europas…

Mientras, y como la mariposa que provoca el huracán con sus irresponsables aleteos verbales, presiento que tanta declaración tontorrona incide con cada vez más fuerza en la violencia latente en las calles, como los gruñidos de un pitbull apenas retenido por la cadena del amo a punto de soltarlo en el ruedo y cobrar la sangre y el dinero de la apuesta.

El resentimiento del postergado también se caldea más y más, como el seco verano que aún no se va, ese hombre promedio que apenas intuye lo que está pasando, como usted y sus asesores creen, esa gente que tanto le gusta, señor senador designado.

Los suyos dependen tanto de sus votos y tan mal que los tratan. Esa gente a la que sus amigos les viven prometiendo el oro y el moro, en generosas y cómodas cuotas y repactaciones ilegales, ese chileno al que siempre lo esquilman en su elegante pepito paga doble, le informo, yo que voy a pie, está acumulando más y más odio.

A veces estalla, se encapucha y quema algunas sucursales bancarias y supermercados oportunamente asegurados. Desgraciadamente otras veces se ensaña contra los que piensan distinto, contra los débiles, contra las minorías aún más postergadas.

Desempleados, endeudados, despreciados, se asocian, escupen su desprecio por quienes están peor, se beben un par de copas para darse valor, acechan al otro, al distinto, al que también es individuo, (pero que está más solo porque usted y sus amigos les acaban de negar una ley que los proteja) y a la salida de una fiesta, o de un bar, y bajo las amarillentas luces de yodo, esperan su oportunidad y lo atacan… Así murió Daniel Zamudio.

Las velas se derriten lentamente en el pavimento lacerado por el sol, se despegan los carteles improvisados de la reja de la casa de los Zamudio. Las lágrimas se secan, salvo para sus deudos que no olvidarán a Daniel, el dolor se va rápidamente de la mente de los televidentes ávidos de las nuevas jugadas de Alexis o del desenlace del candente triángulo amoroso en el reality…

El portentoso hacendado de campechana ironía puede dormir tranquilo, la tempestad social se repliega una noche más; en Chile, se repite así mismo, nunca pasa nada.

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