Morir un fin de semana

El último fin de semana largo 23 chilenos murieron en accidentes de tránsito. Vidas que se fueron probablemente por una mala maniobra o una peor decisión a la hora de tomar el volante, y que cada vez impactan menos pues son parte del relato periodístico de cada feriado. En su mayoría, personas jóvenes, con familia o entre amigos, sin enfermedades graves o terminales y que simplemente iban por un descanso.

Pero no es sólo la forma de la muerte y el contexto. Es la muerte en sí lo que siempre nos intriga. Y es que si bien las formas de nacer no han cambiado mucho más allá de la cesárea o el parto vaginal, las formas de morir proliferan hasta el infinito, y aparecen nuevas y distintas formas no conocidas en la antigüedad: electrocución, colisiones en automóvil, bombas y un largo etc.

Por otra parte,  nuestro conocimiento de la muerte aún es muy precario. Hemos logrado vivir más años, pero nuestro potencial biológico sigue siendo el mismo: los más longevos llegan a vivir poco más de un centenario al igual que ayer. Sólo hemos aumentado el número de personas que llegan a vivir esa cantidad de años, permaneciendo la muerte como única y desconocida certeza.

De hecho, no sabemos exactamente qué es la muerte, ni cuándo ni cómo se produce. Sólo observamos cómo se manifiesta, ausencia de pulso, rigor cadavérico, la palidez. Viendo esos signos ya no vitales, podemos concluir en retroespectiva, que la persona ha fallecido, similar a como se hacía en la antigüedad.

Del más allá, sólo sabemos que el 69 % de los chilenos cree en la vida después de la muerte.Sin embargo, en ese ámbito nos mantenemos con el mismo nivel de incertidumbre que los antiguos romanos y sólo podemos decir, con la misma certeza que ellos, que cada día que pasa no es un día más sino, un día menos.

Pronto vendrá otro fin de semana largo, quizás 30 o 40 personas fallezcan ahí. Nuevamente muertes inesperadas. Algunos serán lectores de columnas, otros quizás escritores, o ambos. ¿Qué podemos hacer?

Por el momento ser prudentes. No vivir con miedo, ni obsesionados con la muerte o con la prevención para llegar al punto de de no vivir. Y es que la muerte menos temida, da más vida. Hagamos aquello que razonablemente ayuda a prevenir accidentes: llevar cinturón de seguridad, manejar dentro de los límites de velocidad permitidos, usar silla para los niño, etc.

Sin embargo, más allá del sentido común en prevenir podemos hacer algo mucho más relevante, hacer propia la muerte. Tener conciencia de ella y utilizarla como un catalizador de la vida.

Si de verdad tomamos conciencia de que  cualquier día puede ser el último, no perderíamos el tiempo en eventos a los que vamos quizás sólo por cumplir. Dedicaríamos más tiempo a la familia o a ese amigo enfermo y no pelearíamos todas las batallas, si no sólo las importantes como un general precavido,  que sabe que sus municiones, en este caso el tiempo, se agotan. Así, no se pierden horas valiosas en escaramuzas marginales.

Y es que la vida no es breve, si no que como dice el filósofo Séneca, somos malos administradores de nuestro tiempo, y que así como una gran fortuna en manos de un mal administrador no alcanza para nada, lo mismo sucede con nuestras horas. Vivimos cómo si el tiempo fuera infinito, siendo que no es sino un simple préstamo que se renueva todos los días, y que mañana podría bien no renovarse.

Finalmente, quizás una buena idea para hacer propia la muerte y tomar su conciencia es hacer un testamento. Se requiere sólo un par de testigos e ir a una notaría. Casi todos los chilenos mueren sin dejar testamento, lo cual hace pensar, que más que creer en el más allá, creemos que simplemente no moriremos.

Hacer un testamento es un acto simbólico, en el que no sólo organizamos y evitamos problemas en la distribución de nuestras pertenencias, si no que además, reconocemos formalmente que sin importar que tan bien o sano me sienta, mi vida puede terminar hoy.

Pronto vendrá un nuevo fin de semana largo. Seamos prudentes, hagamos propia la muerte y más plena la vida.

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