Darse vuelta la chaqueta

Los que se pasan a las filas del adversario, en el dicho popular, "se dan vuelta la chaqueta", abrazando causas o ídolos que antes combatieron. Son transformers, cuyas reconversiones les hacen irreconocibles. Hay diversas causas para ello. En el ámbito del debate público se presenta con cierta frecuencia el caso de quienes cruzan a la filas que antes repudiaban. Así pasa en la política, la religión o la cultura, son figuras que gracias a su reconfiguración adquieren una notoriedad que no tenían en sus acciones habituales y es evidente que por ganar alguna fama cometen yerros garrafales.

Hay también un desprecio al valor de la acción colectiva, la errada intención de atribuirse la condición del "llanero solitario", de aquel que se salva sólo de acuerdo a lo que le indica el instinto. Es el falso héroe que hace aquello que le conviene o sirve a su propio interés. En otras palabras, un individualista que piensa tendrá ganancias personales no importándole lo que pase con una decisión de país decisiva.

Pero, al lado de una fama o acomodo, muchas veces breve, también aseguran el desprecio de aquellos con que compartían ideales o doctrina, así como el desdén y menoscabo de sus nuevos aliados que no olvidan que así como cruzaron de vereda una vez, pueden hacerlo dos veces. En definitiva, darse vuelta la chaqueta puede parecer un gran negocio, pero no es más que "pan para hoy y hambre para mañana".

Cada persona en la intimidad de su conciencia y las organizaciones políticas en la interacción con la realidad en que actúan y de sus miembros entre sí evolucionan en sus opiniones, ideas y puntos de vista, tales cambios fortalecen y no debilitan si reflejan las transformaciones de la sociedad y de la naturaleza por la acción cotidiana de miles de millones de protagonistas que modifican el entorno provocando impactos que escapan incluso del control humano, como sucede con el cambio climático.

La constante evolución del pensamiento no significa dejar de ser lo que cada cual es, abandonar la propia identidad y tomar la posición contraria, la que antes se confrontó, plegándose finalmente, al mandato ideológico ajeno.

En especial, el cambio de época que vive la humanidad y que exige estar colocándose al día ante los nuevos desafíos del devenir social, requiere de personas y organizaciones políticas y sociales que logren crear una sólida comunidad de ideas y principios que permitan realizar una acción transformadora fecunda que asegure responder eficazmente a los desafíos del desarrollo humano.

Sin cambio social, paralizada, autoenceguecida y sin convicciones, la humanidad se condena al atraso y el estancamiento conservador, cuidar lo qué hay sin avanzar hace crecer las fuerzas reaccionarias, de modo que los conversos no son factores de progreso sino que generadores de regresión social y conservadurismo ideológico.

El vacío de ideas que permite ir de un lado a otro, flotando sin raíces, es la gran debilidad de la globalización. No traigamos ese fenómeno en Chile. No hay que aplaudir el abandono de ideas de quienes reniegan de su identidad esencial para caer en la ausencia de principios fundamentales, vacío moral que desnaturaliza la lucha política y no contribuye al desarrollo de la civilización humana.

Las ideas y convicciones, desplegadas sin dogmatismo y de acuerdo a la realidad de cada país, continúan siendo un requisito primordial para que la política sea fecunda y no una mera caza de pedazos de poder o de efímera figuración personal. Una ilimitada ambición personal no es el camino. El bien común es el propósito que debe prevalecer.

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