Rosita se fue a los cielos

Juan Claudio Burgos
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Rosita (Violeta) se fue a los cielos / igual que paloma blanca. / En una linda potranca  / le apareció el ángel bueno.

A propósito de  biografías,  de ese género que intenta revivir aquello que ya está muerto.

¿Qué nos puede quedar de algo o alguien que no existe? El cuerpo ya no es más.

Las huellas ya no existen. Todo ha sido borrado. Solo quedan las obras, y en esas obras las huellas de su autor. Pero todo ello es huidizo, huellas que no son capaces de recomponer lo perdido, lo muerto, lo que ya no existe. (Ni señales ni nombre, / ni el país ni la aldea; solamente la concha / húmeda de su huella, / solamente esta sílaba / que recogió la arena… Gabriela Mistral).

Nos aferramos, en el deseo de recuperar lo perdido, de esa sílaba, de esa concha húmeda, de aquello que creemos nos devolverá lo perdido, lo muerto.

Una forma de recuperar algo de lo perdido es recurrir a las Biografías, a la historia de la vida de una persona, a la narración de los sucesos más relevantes de lo que ya no existe.

¿Qué es lo más relevante de una vida?

¿Somos capaces de contar una vida ajena y saber cuáles son los sucesos más relevantes de esa vida?

Toda narración es siempre mirada sesgada. Hay un ojo que cuenta aquello desde un ángulo, o desde múltiples ángulos, pero siempre desde un ojo ajeno.

¿Quién es capaz de saber qué matiz tiene para mí el color amarillo, si nunca ha visto a través de mis ojos?

Las biografías, las menos acertadas, construyen siempre monumentos de bronce, que se mueren de frío en invierno y se asan de calor en verano, figuras que no son capaces de decirnos nada esencial de ese sujeto encerrado en la coraza de bronce o de granito, sin voz, ni mirada, ni gestos para hablarnos de sí.

No sirve de nada pararse frente a una de esas estatuas y querer saber más de ese muerto.

En Chile somos proclives a levantar estatuas a nuestros héroes y matamos lo vivo, y solo nos dejan esa huella vacía y muda que llamamos monumento.

Un ejemplo de este desbrozamiento vital lo ha sufrido en carne propia la estatua que Chile levantó a Gabriela Mistral.

Ahora, que somos capaces de entender el mundo como un todo complejo, ambiguo, contradictorio, hemos venido a ver,  palpar a través de sus objetos, de sus escritos, de sus fotografías, de su voz grabada, de cuerpo en movimiento, de su ropa, etc., las grandes minucias de su vida que antes desconocíamos o callábamos por ¿respeto, vergüenza, inocencia, pacatería, miedo…?

Otro modo, entre los muchos de reconstruir lo pasado, es recomponer los retazos de una vida a través de lo que llamamos Memorias (Facultad psíquica por medio de la cual se retiene y recuerda el pasado. RAE). Aquí  el cuerpo del sujeto vivo, impresiones, recuerdos, lagunas, vacíos, silencios, miradas, gestos, voces, errores, etc. es traducido, a través de las palabras (imágenes),  en una narración (visionado) que intenta recrear lo vivo.

Si no se eligen las palabras (imágenes) precisas y no se encadenan en una sintaxis particular, la reconstrucción de una vida resulta un tejido que transforma lo que fluye en algo estanco.

Y vuelvo a tropezar con estatuas mudas, de brazos amputados,  sin voz, con mirada hueca.

El problema radica en el lenguaje (palabras /imágenes) que utilizamos, la mayoría de las veces, para hablar de lo real, de lo vivo, de aquello que siempre es algo único, sin reflejo, sin dobles, sin interpretaciones, sin sentido.

El lenguaje se vuelve problema en los discursos oficiales, en los medios de comunicación, en las relaciones humanas, por eso el lenguaje es cuestión fundamental en las artes contemporáneas: ¿cómo traduzco, presento, en un soporte que no es lo real, algo real?

¿Cómo puedo traducir la violencia a través de un comunicado de prensa?

Pienso en el Guernica de Picasso, que habla mejor que los manuales de historia y que la prensa de la época de la matanza de la Guerra Civil española.

Pienso en las artes escénicas, en los últimos trabajos teatrales que he visto, que bucean las estrategias para traducir lo real en escena y repelen la interpretación, la lectura anticipada, la historia digerida y trabajan a partir de lo vivo (Rodrigo García, Angélica Liddell).

Pienso en el cine y en su consuetudinario apego a la re-presentación.

Y, a propósito de estatuas, pienso en las películas biográficas.

¿Me encuentro allí con estatuas, con un río que fluye o con pozos estancos?

¿Valdrá la pena invertir en cintas donde aparecen estatuas que se mueven, que tienen los brazos amputados, que son mudas, y que tienen mirada hueca?

Pienso ahora en el último trabajo de Andrés Wood, sobre Violeta Parra.

¿No habría sido mejor titularla Rosita /Violeta se fue a los cielos? ¿Igual que paloma blanca? ¿En una linda potranca le apareció el ángel bueno? y evitar lo asertivo y simplemente mostrar.

Suspendo mi juicio. No la he visto. Sólo he leído elogiosos comentarios. Podré decir algo de la cinta cuando el DVD se comercialice y lo visione en mi casa de Madrid.

Por ahora sigo a Borges  “… antes el mundo exterior interfería demasiado… ahora, todo el mundo está en mi interior. Y veo mejor, porque puedo ver las cosas que sueño… Nadie se ríe de un ciego…”

Prefiero la ceguera, antes que ver/leer espejismos y reflejos engañosos de lo vivo.

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