¿Chimpancización?

Jose Carrasco. Periodista de medios opositores en los ochenta. No lo conocí. Como muchos quizá de Uds. lectores. Nos enteramos que fue ultimado después del fallido atentado al dictador.Pero no bastó un balazo, era necesario dispararle  13 tiros en su cabeza.

Acabamos de ver y escuchar los testimonios de don Feliciano Cerda, en la Red, hace muy poco.Un relato estremecedor. Él es un sobreviviente. Ni siquiera era militante.Fue un conejillo de pruebas de torturas en Tejas Verdes. ¿Era necesario torturarlo de esa forma tan cruel? ¿Era necesario taladrarle sus muelas por ejemplo? ¿Violarlo? ¿Era necesario?

¿Era eso un mal necesario para hacer confesar a un inocente? Y esos “magnos patriotas” torturadores pagados, “trabajando” protegidos por el poder cívico-militar de ese entonces.

Dígame lector qué le sucedió al matrimonio Prats. Sin armas. Sin enfrentamiento alguno, llegando a su casa en Buenos Aires, su auto fue hecho volar, y sus cuerpos salen despedazados.

¡Qué valiente el poder militar aquí y en Argentina! Pero no sólo ellos. Al parecer esto era insuficiente para el poder cívico-militar impuesto en Chile. También había que ponerle una bomba al auto de O. Letelier y su secretaria en el mismísmo EEUU.

No solo eso. Están aquellos chilenos y chilenas lanzados al mar, nunca más recuperados sus cuerpos. Suceso del cual sólo supimos por la profesora Marta Ugarte, que misteriosamente el mar quiso depositar en una playa del norte del país.

Amarrada con alambres a rieles de tren. Era el testimonio que faltaba para contrastar la constante negativa de las autoridades cívico-militares de esa época respecto a personas desaparecidas.

Después vino la famosa operación “retiro de televisores”. Hemos olvidado ya el triple degollamiento de Parada, Guerrero y Nattino?

¿Dígame lector, donde está la casualidad en todos estos casos? Donde los meros excesos y los enfrentamientos con un ejército? ¿Cual fue la gran causa o el pecado que ameritaba degollar impunemente a estas tres personas?

¿No le parece que el discernimiento y juicio respecto a la maldad aquí implicada no admite evaluaciones tibias o dudosas merced a posiciones político-ideológicas?

¿Se imagina lector que en el gobierno Popular hubiera desaparecido o hubiese sido degollado algún miembro de la oligarquía nacional?

¿Algún hijo de un señor influyente y con mucho poder? ¿Alguien relacionado con apellidos vinosos o vascos por ejemplo, se imagina lo que se diría?

¿Se puede empatar el terrorismo de Estado y sus horrores con los problemas de abastecimiento que se daban el tercer año de la UP?

¿Usted puede poner al mismo nivel la vida e integridad de las personas con la posibilidad de acceder a papel confort, pasta de dientes o un pollo asado?

¿Se pueden empatar las actuaciones de los victimarios con aquellos que la sufrieron (sin proceso ni nada) en un país en el que el mismo día once las FFAA tenían el control total ?

¿Se puede decir -como lo hace tranquilamente un personero de la derecha-, que “la izquierda” se está haciendo la víctima?

El modelo impuesto por la derecha política y militar implicó un enorme retroceso de la moral en el espacio público. Intentó legitimar la deshumanización de los otros distintos, su humillación, privada y pública; los demonizó aquí y allá. No eran personas, eran humanoides, y con ello estaban justificadas todas las tropelías imaginables, sólo porque habían adherido o eran sospechosos de ser favorables a un proyecto de sociedad que no era el de ellos.

Desde el Golpe del 73 en adelante se modificó el ethos del país, sus hábitos de sociabilidad y del compartir juntos. Se instaló la sospecha, la delación, el miedo, la indiferencia moral institucionalizada ante el sufrimiento ajeno. Lo que empezó a importar fue la pura vida privada: cada cual se salva como puede.

Los demás, ¿quiénes son los demás? Se acabó la idea de comunidad política compartida, incluso en medio del conflicto. Se acabó la idea de un país compartido incluso en la diferencia. Desde el Golpe en adelante se fracturó el nosotros, fractura que dura hasta hoy.

Se diluyó y denostó la maravillosa y distintiva capacidad humana de ponerse en el lugar del otro.Capacidad que, al parecer, poseeríamos en exclusiva en el reino de la naturaleza.

Y con ello vino el reinado del dinero, de las cosas, el brillo de la imagen y el producto, de la eficiencia y la eficacia. El humano mismo convertido en cosa y recurso, en puro medio.

Con el respeto que se merecen los primates superiores, es este proceso de indiferenciación moral-social el que puede rotularse como una chimpancización de Chile.

Un enorme retroceso de la cultura política pública en la que parece imperar el homo homini lupus (el hombre es un lobo para el hombre). Y si, después de todo, aun cree el lector o la lectora, que lo que hago es mera ideología, bueno, le recomiendo encender los noticiaros nacionales de vez en cuando para que se percate del tranquilo y pacifico país en el cual vivimos usted y yo.

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