La batalla de Evo

El Presidente Evo Morales enfrenta su primera derrota en primera persona, desde su elección presidencial en 2005, después de haber encabezado un proceso de refundación nacional pleno de reformas sustantivas y simbólicas.

Basta recordar la ceremonia de asunción en el Congreso Nacional, después de la elección presidencial con la nueva Carta Fundamental, presenciada por los Presidentes y Presidentas del ciclo progresista, testigos del envío a las “bodegas del Banco Central” de los símbolos de la antigua Bolivia, con los cuales se investía originariamente a los primeros mandatarios.

Lentamente el ancien regime mutaba su identidad, sea por la presencia diaria en los medios de comunicación de un líder campesino o sea por las mujeres indígenas ataviadas de trajes tradicionales, que pasaban a formar parte de órganos públicos democráticamente generados.

Sin perjuicio de los indesmentibles hechos descritos, la existencia de un “efecto dominó” electoral en Latinoamérica parece evidente e innegable, donde uno a uno los lideres del ciclo progresista son derrotados electoralmente en diversas contiendas e instalan la incógnita sobre el futuro de los cambios realizados, que resulta ser “lo derrotado”, así como preguntarse sobre las demandas insatisfechas generadoras de este cambio de rumbo, que en teoría deberían moldear el futuro.

En el enjambre de explicaciones estarán en una vereda aquellos que evoquen las violaciones a las reglas perennes de la democracia liberal, donde los pesos y contrapesos generaban el equilibrio de un statu quo estable, aun cuando la Democracia se hundía en un fango de formalismos sin destino.

En la otra, aquellos que se sintieron presas de las incómodas reglas de la Democracia, aceptadas a regañadientes, donde la derrota en las urnas era demostración empírica de haber elegido la ruta de lucha equivocada, pero vivieron una seguidilla ininterrumpida de victorias electorales.

Corren en paralelo a estas divisiones interpretativas, aquella que relaciona mecánicamente el periodo de mandatarios y mandatarias progresistas con el súper ciclo de las materias primas.

Esta etapa se caracteriza por la consagración de la “reprimarizacion” de las economías de Latinoamérica, donde se alcanzaron precios record para el petróleo, gas, soja o cobre, generando ingresos fiscales inimaginables solo una década atrás.

Digamos las cosas por su nombre: el hemisferio siguió su “destino manifiesto” de exportador de materias primas, sólo que esta vez cambió a Monroe por Mao.

Sin embargo en estos países ocurrió algo diferente, en términos de la distribución de estos ingresos fiscales extraordinarios, dado que alcanzaron a capas tradicionalmente marginadas, que a su vez irrumpieron con fuerza en el panorama político, social…y electoral.

Aquellos que sintieron por primera vez en sus vidas sus derechos consagrados, entendidas como prestaciones reales y exigibles, no están dispuestos a retroceder en estos logros, sino por el contrario, a preservarlos y expandirlos.

En esta fotografía del panorama actual latinoamericano es menester además dejar sentado algunos logros políticos centrales, que hasta un par de lustros atrás y descontando el golpe de Estado de Honduras y “blanco” de Paraguay, constituían rarezas de la cultura política regional.

Primero, los resultados electorales se respetan, aun cuando se busquen declaraciones incendiarias, amenazas reales o veladas de los derrotados en el poder, la “democracia electoral” constituye el juez último y exclusivo de las diferencias políticas de un país.

Valga recordar en ese sentido el mismo referéndum revocatorio que convoco el Presidente Morales el año 2008, que tuvo como único sentido dejar en manos del pueblo la decisión de quienes eran los actores que debían dialogar, para buscar una salida a la crisis instalada en el país.

Segundo, se visibilizaron sectores sociales que eran inexistentes, especialmente en Bolivia, donde la irrupción de la clase social del campo, así como las diversas etnias de pueblos originarios que conforman la abrumadora mayoría del país, se instalaron en el aparato del Estado para darle forma y conducción.

Tercero, una nueva generación irrumpió con fuerza, ajena a los dolores o condicionamientos del pasado, donde lo posible y deseable formaban una nomenclatura indisoluble, exigiendo un modelo cultural diferente, que no se agota en formas de redistribución más equitativas, sino donde la tolerancia en la diversidad,diálogo sincero y fluido con el poder, constituyen en sí mismo una forma de construcción democrática.

Por qué no decirlo, donde la igualdad se hace carne de la mano de las nuevas tecnologías de la información y comunicación, como las multitudes de jóvenes en el 132 mexicano, en la resistencia al Golpe de Estado en Honduras o las movilizaciones contra la corrupción en Guatemala, que culminaron con la “caída criminal” del Presidente de la República, aquello que la Justicia no pudo o quiso hacer en base al informe REMHI de monseñor Gerardi.

Junto a esta fotografía del presente, aun nos falta mirar el futuro inmediato y establecer la irreversibilidad de las afirmaciones iniciales.

El primer episodio lo veremos en Perú, que parece puede traernos un “cuento chino”, retrotrayendo al país a un modelo de finales del siglo XX, consagrando  nuevamente un liderazgo sin un partido político fuerte y con riesgos de gobernabilidad serios, que se traduciría en una conducción forzada del Ejecutivo con prescindencia de los demás poderes.

En el segundo, no parece haber muchas novedades con las elecciones en República Dominicana, donde don Juan Bosh aun después de habernos dejado, concentra mas del 90% del electorado en los dos partidos políticos fundados por él.

El tercero de este ciclo 2016, en Nicaragua tampoco  habrá muchos cambios, donde el Frente Sandinista sigue compitiendo con un liberalismo fragmentado y fuerte apoyo electoral.

Finalmente, el capítulo relevante o más bien la gran  incógnita la deja instalada el Presidente Correa del Ecuador, quien no está habilitado constitucionalmente para una nueva reelección y habiendo declarado en múltiples ocasiones su negativa rotunda a cambiar las reglas del juego, deja la cancha abierta en el futuro de la otrora inestable República del Ecuador.

No cabe duda que el peso sobre la institucionalidad electoral de este país será tremendo, razón por la cual debe velarse por su total independencia, con la única finalidad que pueda ejercer un papel a la altura de sus colegas en los casos que hemos señalado.

Vaya también una mención a las “alternativas” a los Gobiernos populares, hoy maltrechos por las derrotas, que creen posible obviar los avances sociales de la ultima década y media.

Los ciudadanos y ciudadanas no solo exigirán Gobiernos que garanticen los derechos alcanzados, sino también querrán Partidos, coaliciones o movimientos capaces de dar gobernabilidad y gobernanza a sus neonatas gestiones, que consistirá en la capacidad de construir las mayorías parlamentarias necesarias para llevar adelante las promesas del “paraíso en la tierra” (cuando no las tengan por si), generar una conducción política segura, mantener un diálogo social abierto e inclusivo y profundizar la integración hemisférica, sin excusarse en los supuestos sustratos ideológicos de algunas organizaciones internacionales.

En este contexto regional y más allá de cualquier declaración de mayor o menor connotación mediática, la conducta del Presidente Morales en este último proceso electoral está a la altura de los logros democráticos del siglo XXI.

Tampoco cabe duda, sea le llamen Jefazo, Líder o “primer trabajador”, en la Bolivia actual y futura resulta imposible desconocer a esa masa de otrora “descamisados andinos”, como miembros social y políticamente plenos del Estado Plurinacional de Bolivia.

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