A propósito del próximo Congreso Ideológico de la Democracia Cristiana

                                                                                         

Con motivo de la próxima realización del Congreso Ideológico de la DC, ya han surgido algunas voces que plantean que tan importante evento, en lo esencial, debería tener un carácter programático, en el que se elaborasen algunas políticas concretas en determinados ámbitos, que el partido propusiese para ser implementadas en el país los próximos años,incluso algunos ya hablan de un “Congreso Programático”. 

Sin duda, este es un objetivo muy importante que debería también contemplar en parte dicho Congreso.Sin embargo, a nuestro juicio, previamente y como condición absolutamente necesaria, la reflexión y discusión tendría que “repasar”, “remirar” y reafirmar y/o actualizar el marco doctrinario y las definiciones fundamentales que son parte de nuestra razón de ser como partido.

Para decirlo en una palabra, se debe explicitar nuestra identidad, la que está dada por nuestra matriz doctrinal-ideológica, esto es, el conjunto de valores y principios que dan origen y son parte de nuestras definiciones de la sociedad, las instituciones, la cultura y las relaciones del hombre con los otros y con el sistema ecológico que lo cobija. 

Asistimos a un momento en que en la mayoría de los países en que se desplegó el neoliberalismo, incluido América Latina y nuestro país, dicho modelo comienza a desplomarse e incluso comienzan a surgir voces que cuestionan el concepto de desarrollo mismo. 

Además, como consecuencia de las crisis producidas en el ámbito económico en la última década en varias partes del mundo con sus globalizadas repercusiones, no solo se invalidan muchos paradigmas que se tenían casi como dogmas en una sociedad marcadamente económico-céntrica, sino que, además, se constata la radicalidad de dichas crisis, en las que convergen variables sociales, políticas, ecológicas y culturales. 

Lo anterior, nos vehicula a un esfuerzo adicional e imprescindible en este Congreso, destinado a mirar la realidad de nuestro país desde su profundidad, inventariando los componentes y variables que la atraviesan y caracterizan, los que, en la mayoría de los casos, provocan un cortocircuito al hacerlas dialogar con nuestro marco doctrinal. 

Más que pensar en la inmediatez, hay que pensar en las próximas generaciones; más que soluciones prácticas y puntuales, hay que pensar en el gran proyecto histórico del mediano y largo plazo que la democracia cristiana chilena le oferta al país y que ha de ser el gran mandato para su rol y conducta frente a los diferentes problemas y desafíos de nuestra sociedad. 

Todo esto, debe hacerse, por sobre todo, con gran participación de las bases de nuestro partido y haciendo que sus voces no terminen en el procesamiento e “interpretación” de ciertas elites o jerarquías.

Asimismo, las opciones y definiciones deben tomarse democráticamente y explicitarse sin eufemismos y sin forzar consensos mal entendidos que soslayen lo fundamental de la agrietada arquitectura democrática que presenta nuestro país y la necesidad de remediarla. 

Al hablar de agrietada arquitectura democrática, hay que entender por ella no solamente los niveles de insatisfacción con la democracia que la ciudadanía plasma en las encuestas, ni los problemas de desigualdades, exclusión, abusos y concentración de la riqueza que genera el modelo socio-económico imperante, sino también y de manera importante, el predominio de una cultura que sostiene y catapulta dicho modelo, cuyos contenidos no se ajustan ni son amigables con nuestra filosofía y estilos de vida.

Tal vez cabe aquí recordar lo que Maritain planteaba el año 42 en otro momento histórico, pero que en clave del 2019 y considerando el actual contexto latinoamericano, aparece particularmente sugerente: “la tragedia de las democracias modernas consiste en que ellas mismas no han logrado aún realizar la democracia”. 

Subyace a esta reflexión y expectativas ante tan importante evento, nuestra convicción de que lo que más extrañan y reparan los ciudadanos de este país de la DC, es que esta haya abandonado de manera importante, una vez reinstalada la democracia y llevado a cabo una gran transición, su misión transformadora ante la situación de injusticia social observable en la sociedad y ante las múltiples situaciones que contravienen claramente el bien común en diferentes ámbitos. 

Para ser muy concretos, este Congreso debería definir y optar por un modelo y proyecto de sociedad, lo que no es una utopía, ni una abstracción, ni un sinónimo de vaguedades, sino que implica tener que pronunciarse por cuestiones y disyuntivas muy concretas, detrás de las cuales se encuentra el trabajar por llevar a cabo diferentes políticas y acciones que, dentro de la democracia y con procedimientos acorde con ésta, transformen significativamente la sociedad chilena. 

En consideración a lo anterior y en un inventario simple y resumido, pareciera que hay a lo menos cinco elementos y características del Chile de hoy que no pueden pasar desapercibidas a ningún demócrata cristiano y ante lo cual, a partir de nuestra identidad, hay que tomar posiciones, hacer propuestas y actuar en consecuencia.

1) La insuficiencia de los procedimientos para hacer más efectiva la democracia y profundizarla.

2) Un modelo económico y social que fomenta desigualdades, vulnerabilidades (fatal combinación entre exposición al riesgo y capacidad de enfrentarlo), exclusiones (étnicas, sexuales y sociales) y un potencial daño ecológico que radica en la lógica de crecimiento inherente al modelo.

3) Una cultura constituida por valores y actitudes que contaminan las relaciones interpersonales, las formas de vida y las costumbres, a través de la mercantilización de la vida, el individualismo consumista, el dinero fácil a cualquier costo, la competitividad y el utilitarismo (todos ellos, en la antípoda de nuestros valores antropológicos y socio-políticos).

4) Un no reconocimiento institucional de los derechos sociales que son inherentes a nuestro concepto de persona.  

5) Una revisión del actual sistema de privatizaciones, particularmente en empresas neurálgicas del país ,que corresponden a los recursos naturales que serán esenciales para las futuras generaciones. 

Frente a estas grandes cuestiones, la Democracia Cristiana tiene fundamentos, definiciones y opciones, que le permiten postularse con claridad, sin complejos y, junto a otros, conducir al país por caminos y derroteros distintos a los que hoy día se encuentran trazados y llenos de trampas para la realización personal y las historias de vida de la mayoría de los chilenos. 

Con la realización de este significativo encuentro, surge para la DC una tremenda oportunidad de pararse con prestancia frente al país y ser reconocida como uno de los partidos más entusiastas en impulsar los cambios que nuestra sociedad amerita, en aras de una mayor justicia social, una democracia más participativa y una práctica y acción política que, sin acomodos ni transacciones, actúe siempre en coherencia y mandatada por el marco doctrinario- ideológico y político acordado. 

Co autora de esta columna es Cecilia Valdés, Vicepresidenta Nacional de la Democracia Cristiana.

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