De la impugnación a la construcción

Xavier Altamirano
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En democracia, las fuerzas políticas son mucho más que ofertas sometidas a un mercado del voto, como nos han contado tantas veces. Son proyectos o posiciones que suscitan o no adhesión, de acuerdo a propósitos variados, uno de los cuales es el ejercicio institucional del poder. Parecemos olvidar que es perfectamente válido que una agrupación política aspire únicamente a defender un punto de vista, con la inflexibilidad que le parezca, pudiendo oscilar entre representación de sensibilidades específicas, vigilancia a los poderes o la exigencia que "se vayan todos".

La extrema derecha europea ha sido muy exitosa en combinar ambos caminos: ha adaptado sus estrategias para llegar a cada vez más seguido al gobierno y a la vez ha sido determinante en la agenda que se discute a diario. En el caso de las fuerzas de izquierda, la histórica disputa de reformismo o revolución para el cambio social ha dado paso a otras disputas estratégicas, en la medida que se acepta jugar en el marco democrático.

Así como 1968 removió las posiciones al interior del progresismo, en 2011 el mundo asistió a un conjunto de movimientos sociales que también han traído cambios en la aproximación al poder establecido. La "primavera árabe" fue emblemática en la creación de nuevos repertorios de acción militante y dio una nueva fuerza al discurso de impugnación: fuerzas heterogéneas, sin estructura orgánica, probaron que podían desalojar a un gobernante. Pero pocos prestan atención a las consecuencias que trajo el vacío de poder en Túnez, Egipto, Libia, Siria o Yemen: Los conservadores que contaban con una organización desplegada terminaron gobernando o se iniciaron guerras civiles con ejércitos reafirmados.

¿Qué tiene que ver con Chile? Siempre es bueno conocer el cuento completo para sacar lecciones. Hay quienes hablan de una "Primavera Latinoamericana" por las movilizaciones recientes en Ecuador, Bolivia, Perú, Chile y Colombia. Más importante aún, con una derecha que tal vez ni llegue a segunda vuelta, la oposición chilena tiene el deber de reflexionar sobre las condiciones para capitalizar las posibilidades transformadoras existentes.

No basta con objetar un orden político, un tipo de prácticas o un modelo de desarrollo, y pedir un desalojo. El vacío debe ser colmado por algo mejor. Mientras no se den pruebas de que la alternativa opositora es mejor que la que está instalada se hará muy difícil concitar los apoyos y vencer los miedos a la incertidumbre. El reto es transitar del discurso de la impugnación a la construcción de alternativas esperanzadoras.

En el caso de la izquierda, prepararse para ser gobierno es un paso que se puede vivir como una capitulación o como la aceptación que empujar cambios sociales implica avanzar en el fango de la realidad política. Es una decisión que habrá que zanjar pronto, con acciones. Porque para gobernar se debe contar con cuadros preparados, implantación territorial, alianzas que permitan una buena gobernanza, liderazgos creíbles y propuestas que conecten con los anhelos populares.

En un ciclo tan corto como el iniciado a fines de 2019, con un proceso constitucional entremedio, no queda claro que las fuerzas impugnadoras hayan logrado generar las condiciones para un desempeño gubernamental que no dinamite años de anhelos. Mientras tanto, las fuerzas con experiencia de gobierno viven un tira y afloja con sus propias exigencias internas de renovación.

Se ve lejano por los ánimos cívicos actuales, pero el trabajo de preparación para gobernar podría acortarse si hay generosidad de reunir las nuevas capacidades y las capacidades incumbentes. Sumar para construir en unidad y para refrescar un mundo político que lo necesita. Sí, es un camino complejo y pareciera tener menos épica. Pero es tal vez el único camino que permita llegar a destino.

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