¿Democracia o provocación?

Mariano Ruiz-Esquide
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El homenaje que algunos grupos pro Pinochet le rindieron el domingo pasado al ex dictador de Chile ha sido discutido básicamente en un punto. ¿Es obligación de la democracia permitir los homenajes cualquiera que fuese el perfil del homenajeado? ¿O es más bien una simple provocación de minorías a sabiendas de la reacción que podría provocar en la población chilena?

Mi respuesta a la primera pregunta es positiva porque, efectivamente la formalidad de la democracia debe cumplirse en torno a la demanda del grupo de chilenos que así quiere representar su respaldo a una figura política en la historia de Chile.

Sin embargo, en la perspectiva ética de los Derechos Humanos y en el respeto a la historia chilena, es absolutamente legítimo, también, considerar este acto como una provocación porque se sabía de antemano que iba a incitar una reacción airada en grandes multitudes de chilenos que sufrieron la muerte o desaparición de sus familiares en el período de la dictadura de Pinochet.

¿Cuál de los dos valores prima para juzgar el acto?

No entregar el permiso correspondiente podría interpretarse como un atropello a los Derechos  que el Estado debe resguardar en democracia, pero mi percepción y en la visión humanista cristiana de los derechos fundamentales y del rechazo absoluto a los actos de violencia cometidos en 17 años, mi respuesta es que debe primar el valor ético de los Derechos Humanos.

Esta es la concepción tradicional de la doctrina cristiana y es también la doctrina clásica de los grandes humanistas a través de la historia.

Los derechos de la libertad, el respeto a la vida, el resguardo del bien común, el sentido de vida y el rechazo a la muerte ominosa son valores de primera categoría porque sin ellos la democracia tampoco podría existir. Es por lo tanto un tema de lógica elemental y de exigencia para el propio comportamiento democrático.

En la solemnidad que significa el recordar la dura realidad de esos años uno de mis nietos me dijo: “¿Sabes? Hacer este homenaje es como matar por segunda vez a los que murieron por la dictadura”. Eso que es real y de lógica rotunda desnuda de toda lógica positiva para calificarlo como un nuevo crimen atroz como sucedió en tantos años.

Quedan dos aspectos que bien vale la pena mencionar.

El primero es la conducta de los contra manifestantes que fue de una inusitada violencia, que la puedo entender y comprender en el profundo dolor lleno de ira cuando se ven manifestaciones de apoyo a quien como gobernante totalitario, ordenó golpear y matar si era necesario a su juicio; torturar o hacer desaparecer a los que no pensaban como él y que han visto homenajear al autor intelectual y material de las masacres de chilenos. Salir a expresarse de esa manera era también correr riesgos pero como dice el escudo de Pedro de Valdivia: “la muerte menos temida da más vida”.

Pero también debo reconocer que en la perspectiva larga de nuestra historia y desprecio por la dictadura, la violencia espontánea y la destrucción sin causa únicamente ayuda a los defensores de Pinochet porque su recuerdo lo asocian al Orden y como insuperable expresión de terminar con el Desorden.

Finalmente el coletazo político más fuerte y como consecuencia del homenaje al dictador  han sido las declaraciones del ministro Secretario General de Gobierno don Andrés Chadwick, que señaló específicamente su rechazo a los actos y crímenes de la dictadura. Si bien es cierto ha manifestado su aprobación al Gobierno de Pinochet, ha mantenido su rechazo a los actos de barbarie. Lo han seguido también otros ministros en la misma línea.

Estas expresiones han tenido, por supuesto, respuestas variadas. Algunos las rechazan por tardías. Otros las rechazan por no creíbles.

Otros las recogen positivamente porque todo aquello que sancione el horror de la dictadura debe conducir necesariamente a construir el perfil verdadero de la historia y de Pinochet. Porque en esta materia la memoria y la pasión no siempre son fáciles de conjugar.

Por mi parte, políticamente, las considero valiosas y desde el punto de vista personal, en mi perspectiva humanista cristiana no puedo sino recogerlas positivamente.

¿Podría no creerle? Evidentemente que sí. ¿Qué ganaría con eso? Nada. Solamente perder una oportunidad de volver a creer en el Hombre y su capacidad de arrepentimiento o no creer en nada y seguir atrapado en la profunda decepción que significó para mí la adhesión al golpe militar de muchos que jamás debieron estar en esa posición.

Poco a poco se van dando los hechos necesarios para que podamos llegar a una reconciliación nacional, que es una manera de mirar el mundo más que resolver asuntos, en donde no hay caridad sino justicia porque sólo una vez aplicada ésta podemos perdonar.

Nuestra demandada frase de NUNCA MAS debe ser hoy nuestro grito de esperanza, por eso negarse a hablar es una de nuestras tantas insensateces. Menos aún después del domingo.

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