Elecciones, liderazgo y machismo

Al igual que el dinero, el poder no es algo que se entrega alegre y gratuitamente. Si el dinero se gana, el poder se conquista. En ambos casos, casi siempre con gran esfuerzo.

En Chile, los espacios de poder que han venido ocupando las mujeres hace años, cuya máxima expresión fue la primera elección de Bachelet, no han sido del todo gratos para los hombres. Por cierto, les (nos) resulta difícil expresar en público esta incomodidad, porque se contrapone a la noción de lo políticamente correcto en relación al género femenino.

Esta suerte de “negación lingüística”, que se mantiene en la esfera de lo privado, encuentra algunas salidas a través de subterfugios intelectualizados y emociones reprimidas, las que están empezando a teñir el debate electoral.

Estamos ante una creciente participación de la mujer en el mundo laboral y en lo público, con mayor independencia económica y más autonomía sobre el propio cuerpo. Y esta realidad incide en una sensación no explícita de malestar de los hombres, particularmente los mayores de 45 años, que consideran que se trata de una situación sin retorno y, en mayor o menor medida, a costa de ellos mismos.

Estudios sobre masculinidad dan cuenta que los hombres perciben a las mujeres como las principales beneficiarias de los avances de la sociedad moderna. Paralelamente, ellos han ido experimentando nuevas demandas en sus hogares con respecto a lo doméstico, lo parental, lo sexual y otros temas. Todo esto contribuye a una sensación subjetiva de pérdida del poder tradicional masculino que si bien abre grandes oportunidades provoca, al mismo tiempo, cierta sensación de frustración, susto, e incluso rabia.

El contexto actual no admite muestras del machismo tradicional, explícito y prepotente. Lo que antes era natural hoy es reprochable y grosero. Han surgido nuevas formas de masculinidad que se articulan en torno a un contexto más simétrico e igualitario. Sin embargo, el machismo, particularmente el masculino, sobrevive de manera encubierta.

Ante la pérdida de poder, la fantasía de recuperarlo es algo que seduce a los hombres, consciente e inconscientemente. Esta seducción masculina por el poder ha llegado al terreno electoral: se argumenta que lo que Chile necesita ahora es una conducción con mayor dureza y orientada al orden. Según este razonamiento, la crisis de confianza y legitimidad que vive el país requiere de liderazgos energéticos, de carácter fuerte, que golpeen la mesa para restablecer la cordura perdida. Queda implícito que estos son atributos masculinos y que sus mejores representantes son, evidentemente, los hombres.

En la difusión de los resultados de la encuesta CEP se evidenció una retórica exaltadora de este estilo de liderazgo portaliano, especialmente en la amplia cobertura de las figuras de Piñera y Lagos. Ambos ex presidentes coparon la agenda noticiosa de los medios tradicionales. Llamativa resultó la conclusión del director del CEP, quién argumentó en El Mercurio, que el candidato mejor posicionado dentro del oficialismo era precisamente el ex presidente Lagos, interpretación que el ahora candidato entendió más bien como un ahora o nunca, apurando los tiempos que el mismo se había propuesto.

Más allá de la discusión sobre el tipo de liderazgo que se requiere para enfrentar los próximos años, parece ser el poder en código masculino, antes que político, el que quiere disputar un clásico a estadio lleno, como señaló el  ex presidente Piñera, metaforizando una elección entre él y Ricardo Lagos.

Siguiendo esta metáfora, parece que muchos se resisten a aceptar que el fútbol ya no sólo se juega entre hombres. 

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