Elitización de las elecciones

Con el argumento de que no era posible aprobar la inscripción automática sin el voto voluntario y de que resultaba necesario renovar el padrón electoral porque estaba dejando a un porcentaje importante de la población fuera, la Concertación impulsó el proyecto de ley -que terminó aprobando el gobierno de Piñera-que permitiría la incorporación de más de cinco millones de nuevos ciudadanos al proceso electoral.

Se introducía así un elemento de incertidumbre que desafiaría a los candidatos a ofrecer discursos y programas en sintonía con las demandas ciudadanas, en medio del cuestionamiento a la clase política y a las instituciones por el que el país atraviesa.

En las municipales 2012 ello no ocurrió: la mayoría de los candidatos a alcaldes se repetirán el plato y las mujeres y jóvenes que desafiaron a estos incumbentes, son la minoría. Los slogan abundaron y los programas escasearon, constituyéndose más en la excepción que la regla.

Es probable que al impulsar el voto voluntario la Concertación haya equivocado su cálculo al suponer que los nuevos votantes que se sumarían al padrón electoral tendrían un perfil de centro izquierda, dado que 1/3 de los no inscritos en el formato anterior de voto obligatorio se identificaban con ese sector.

Efectivamente los niveles de abstención vienen aumentando en Chile desde hace varios años producto del malestar ciudadano y de la crisis de representación, pero el debut del voto voluntario en estas municipales no contribuirá a la legitimidad del sistema al dejar de manifiesto el sesgo de clase y edad que a más de algún parlamentario le hará arrepentirse de haber impulsado la voluntariedad.

Si es en las urnas donde todos somos iguales y cada persona representa un voto, independiente de su sexo, edad, creencias, religión o poder adquisitivo, con el voto voluntario esa premisa básica del régimen democrático pierde valor.

Diversos estudios sostienen que con la voluntariedad los que más acuden a las urnas son los sectores más informados y con mejor situación socioeconómica, y que, por el contrario, los que menos lo hacen son los más pobres y con menor educación cívica. Asimismo, es esperable que se gaste más en campañas, aumentando el poder del dinero sobre la política, porque los candidatos tendrán que hacer mayores esfuerzos para movilizar a los votantes.

Cuando en conversaciones cotidianas se escucha a personas afirmar que irán a votar aunque no quieran hacerlo y a sabiendas de que esta vez el voto es voluntario, porque temen recibir algún tipo de represalia o encontrar trabas para postular al subsidio habitacional, por ejemplo, estamos frente a un problema. Voto voluntario sin educación cívica son incompatibles.

En definitiva, el beneficio de agregar incertidumbre al proceso para mejorar la competencia entre las ofertas electorales puede ser menor que el costo de reproducir en las urnas la inequidad que caracteriza la estructura socioeconómica que persiste en nuestro país, justamente en un nuevo ciclo político que ha puesto en cuestión la desigualdad que produce el modelo.

Algunos desdramatizan los bajos niveles de participación política (especialmente en elecciones municipales) y sostienen que cifras en torno al 40% de abstención electoral son propias de países desarrollados que cuentan con voto voluntario. La diferencia está en que en esas naciones los niveles de desigualdad social no son tan altos como en el nuestro.

La inequidad en el acceso a la justicia, en la educación, la salud y la mala distribución del ingreso, no puede trasladarse a las urnas, espacio de igualdad por esencia. El voto voluntario le hace un flaco favor al proceso de democratización social, porque traduce la desigualdad económica en desigualdad política, cuestión que nuestro país no se puede permitir.

El voto voluntario beneficia al stablishment y pavimenta el camino hacia la elitización de las elecciones.

Hasta ahora, la oferta electoral de quienes más se han resistido a la demanda ciudadana de cambio sigue principalmente dominada por las elites, la oligarquía, los apellidos añosos y tradicionales, los hombres en desmedro de las mujeres y los entrados en años en contra de los más jóvenes.

No avanzamos en calidad de la política si ahora son ellos mismos y su clase los que votarán más que quienes parecen sobrar hasta para el propio sistema democrático.

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