Fin de un liderazgo

El liderazgo piñerista ha estado siempre lleno de baches por colisiones frontales de conflictos de intereses, casi imposibles de evitar ya que es uno de los más ricos de la poderosísima élite empresarial que, literalmente, es dueña de Chile.

Esta marca de empresario milmillonario en su figura política que, supuestamente podría favorecerle, ha  producido una disonancia insalvable entre su discurso político y la ciudadanía, que lo percibiría, generalmente, como una provocación al destilar una visión paternalista de los ciudadanos, a los cuales vería, desde su pedestal, como una masa manipulable.

Mas, su liderazgo ha tenido siempre una sola certidumbre, a saber, que su peor enemigo ha sido él mismo.

Su megalomanía patológica soporta sólo la primera persona del singular. Su esfuerzo egocéntrico por ocupar la primera línea en todo, lo muestra sobreexcitado produciéndole insufribles gestos faciales que parece escondieran inquietantes cortocircuitos neuronales.

Es casi inevitable ver a este poderoso empresario tirado a Presidente como un Rey Lear perdido en los laberintos del poder, enajenado por el imperio del dinero.

Su egolatría tsunamisa sus dos Administraciones invadiéndolas para estar en todo un día sí y el otro también. Y a pesar de los esfuerzos de sus asesores de ceñirlo a una agenda para evitar dispararse a sus pies, no impidió que cometa errores tan devastadores como declarar, en medio del mayor estallido social desde el retorno a la democracia, que “Chile está en guerra”; o irse a un restaurante para festejar el cumpleaños de un nieto mientras Chile ardía.

Su gestión del estallido social ha sido tan errática como torpe y sólo ha servido para sublimar el ADN de la derecha chilena compuesto de un autoritarismo represivo, incapacitada para gestionar los conflictos con el diálogo social, el único y más eficaz instrumento en el sistema democrático.

Por el contrario, resucitó discursos y medidas de absolutismo pinochetista que han nublado la vista por lo traumáticas, volviendo a contaminar Chile con la atmósfera sociopolítica de la dictadura.

La implantación del Estado de Emergencia y toque de queda con los militares en la calle ha sido de un error tan imperdonable como insufrible, con consecuencias demoledoras.

Nuevamente se denuncian violaciones a los derechos humanos cometidos por el Ejército y/o carabineros. Además, al instalar a las FFAA  para ocupar las calles las ha expuesto a que se cometan excesos que han minado la paciente ingeniería política de 29 años de pos dictadura para reconciliar FFAA y  policía con la ciudadanía, hecha añicos durante la barbarie pinochetista.

En una democracia consolidada los militares no ocupan las calles para reprimir una estampida social.

La violencia siempre es condenable en democracia, venga de donde venga. Como la violencia institucionalizada de la lacerante e inconmensurable desigualdad socioeconómica, llena de arrogancia y soberbia, que ha violentado por demasiado tiempo la dignidad de las grandes mayorías.

Las muertes, producto por este inexcusable error político, serán para siempre del que tiene la mayor responsabilidad política del país, el Presidente de la República, Sebastián Piñera, cuyo liderazgo se estaría consumiendo entre las llamas del estallido social.

Su sobrerreacción, miopía política y cero sensibilidad social han dañado la imagen de Chile en el mundo, cuya primera consecuencia fue la suspensión de la OPEC y de la COP25; un macro fracaso de su Administración.

Y, por si fuera poco, la inestabilidad política que supone un estado de excepción con toque de queda unido a la incapacidad de diálogo social de su liderazgo para solucionar la crisisl, deteriorarán la imagen país con consecuencias nefastas en el crecimiento económico.

Su perdón por su “falta de visión" para ver la realidad de Chile, es una muestra más de total cinismo político: él y su coalición de derecha, sostenedores de la dictadura de la cual se enorgullecen, han obstruido todas las propuestas en el Parlamento para subir la carga tributaria a la élite que tiene el poder económico y político.

El 1,12% que se lleva el 52,5 % del ingreso total, mientras el 98,88% se reparte un 47,5%; en un sistema tributario regresivo e injusto.

El 50% con menos recursos paga un 16% de sus ingresos totales (principalmente IVA afectando a los más vulnerables), mientras el 10% más rico tributa un 11,8%.

Con un voltaje así de desigualdad, tanto la violencia social como el surgimiento de populismos ultraderechistas e izquierdistas están asegurados.

El problema de fondo es que el Estado chileno apenas tiene el 20,2 % del PIB (la media en la OCDE es de 34,2% y un Estado desfinanciado no  puede garantizar salud, educación y pensiones de calidad, que es la reivindicación central del estallido social.

Una reforma estructural del sistema tributario, que lo haga progresivo y donde los macro ricos paguen más, es urgente para acabar con la lacerante desigualad socioeconómica que ha producido el estallido social.

Su mea culpa y la presentación de una agenda social no estructural para superar la crisis, ¿corrige la pérdida total de su credibilidad y legitimidad, o es una provocación más contra la dignidad de la ciudadanía, que vuelve a subestimarla?

El empresario Sebastián Piñera metido a Presidente de Chile pareciera ser más un proyecto personal para saciar su egolatría endémica que un proyecto político en beneficio del bien común de las grandes mayorías.

Si le queda un poco de dignidad como empresario que incursiona en política, ¿debería renunciar  y convocar a  elecciones generales?

El movimiento social tiene la respuesta.

Desde Facebook:

Guía de uso: Este es un espacio de libertad y por ello te pedimos aprovecharlo, para que tu opinión forme parte del debate público que día a día se da en la red. Esperamos que tus comentarios se den en un ánimo de sana convivencia y respeto, y nos reservamos el derecho de eliminar el contenido que consideremos no apropiado