Idealismo reaccionario

La declaración pública de la Lista de los Pueblos del 14 de junio de 2021 plantea dos asuntos aún sin resolver en este bloque político generado tras los buenos resultados en las elecciones de convencionales constituyentes del pasado 15 y 16 de mayo.

El primer dilema se refiere al ámbito de actuación (locus), pues este bloque que reivindica la democracia directa y el principio de la soberanía popular mantiene en suspenso su posicionamiento frente al espacio de la política institucional al definirse como "absolutamente" independientes del poder constituido. ¿Cómo puede este bloque ser "absolutamente" independiente si, tanto el mandato de la Convención, como su cuota de poder en este órgano, es resultado de las reglas del juego definidas institucionalmente para estos efectos?

El segundo problema del bloque es de tipo estratégico, por cuanto no queda claro cómo revertirá la tendencia aislacionista respecto a otros bloques que ha predominado en sus primeras declaraciones. ¿Cómo la Lista del Pueblo compatibiliza la tesis del "camino propio" para ocupar todos los espacios políticos representativos en las próximas elecciones presidenciales y parlamentarias, sin alianzas con otros partidos y al mismo tiempo consolidar su condición de actor estratégico para construir alianzas mayoritarias en cada espacio?

Frecuentemente las organizaciones políticas enfrentan esta tensión entre la articulación horizontal (con otras organizaciones similares), y la articulación vertical (con su base social o grupo de referencia), más aun en el caso de aquellos actores que buscan renovar el sistema político, mejorando prácticas de los partidos y con ello, disminuyendo la oligarquización de la democracia.

En momentos de crisis, como el que vive nuestro país, en los que se abre la posibilidad de transformaciones al Estado y el régimen político, la trampa del "idealismo reaccionario" es un tipo de comportamiento donde, buscando el cambio -paradojalmente- se fortalece el status quo por errores estratégicos. El idealismo llega a ser reaccionario cuando éste deja de hacerse las preguntas estratégicas necesarias para alcanzar sus objetivos políticos.

Al respecto, se debe considerar que las transformaciones en política no se producen por la fuerza emocional utilizada para poner en escena las reivindicaciones, ni siquiera por la robustez moral de una causa, sino por la elección de medios adecuados para conseguir ciertos fines. El riesgo de grandes causas sin estrategias correctas es que el impulso para la transformación puede terminar en una retórica moralista estéril, alimentando a las fuerzas de la reacción que intentarán desactivar los procesos de cambio o incluso podrían buscar condiciones para una reversión del proceso.

"Drenar el pantano" es una expresión frecuente en las nuevas organizaciones que buscan la renovación del sistema, pero usualmente los lagartos sobreviven para ver el agotamiento del moralismo.

Generar transformaciones ciertamente implica asumir costos y coraje. Algo que aquellos que rechazan la política o los partidos, contagiados por el puritanismo de derecha o de izquierda, a priori no estarían dispuestos a reconocer. Sea cual sea la variante de puritanismo, los dos espacios desde donde se puede hacer política son el espacio institucional y el espacio social, cada uno con sus oportunidades y restricciones. Pero para cristalizar transformaciones, cambios duraderos en el sistema institucional y en la orientación de las políticas se requiere, además de coraje, actuar en el plano institucional.

Caso contrario, sería sostener cambios por la vía autoritaria y antidemocrática. Eso es precisamente lo que hizo Augusto Pinochet con las reformas económicas e institucionales bajo estados de excepción constitucional y sin posibilidad de oposición ni contestación social.

Las organizaciones envejecen con el paso del tiempo. La historia chilena en el largo plazo confirma que los partidos tienden a envejecer desplazándose programáticamente hacia posiciones más conservadoras. El Partido Radical en el ala izquierda del sistema durante la segunda mitad del siglo XIX, se movió hacia el centro en el siglo XX. La Democracia Cristiana nacida como un partido progresista se desplazó después de 1989 a posiciones de centro e incluso de centro derecha. El Partido Socialista durante las tres últimas décadas giró estratégica y programáticamente al centro.

Por esta ley de hierro de las organizaciones, es indispensable para construir nuevos equilibrios que los actores emergentes que han hecho política desde lo social puedan transitar a lo institucional sin renegar de la práctica política, permitiendo llenar el vacío de representación que han dejado los actores tradicionales de la centroizquierda al experimentar obsolescencia y desplazarse al centro. No asumir los costos iniciales que supone liderar las transformaciones que demandan amplios sectores amplios del país puede ser contraproducente para los propósitos de cambio. El ensimismamiento estratégico y el idealismo reaccionario en el largo plazo sólo contribuirán a que estos sectores emergentes, con alto protagonismo en el estallido social y en los territorios, queden relegados a la condición de actores marginales y con incidencia decreciente en el proceso democrático.

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